Publicado: Mar Jun 06, 2017 12:09 pm
por Domper
Al día siguiente me llamaron al palacio Schönhausen, que iba a ser la nueva residencia del regente. Al principio Von Lettow había rehusado ocupar cualquier palacio real, pero su nueva función incluiría ofrecer recepciones a personalidades tanto alemanas como extranjeras, algo que no podía hacerse en un restaurante. Además el regente iba a precisar su propia casa, y los ayudantes, secretarios, etcétera, iban a necesitar un lugar donde trabajar. En Berlín había muchos palacios, pero los reales eran los más convenientes porque estaban en medio de jardines, algo que tras los asesinatos de Hitler y Goering preocupaba y mucho. Aun así, el regente había escogido el más pequeño y humilde de cuantos se le ofrecieron.

El caserón estaba en obras cuando llegué, con miríadas de albañiles, carpinteros y fontaneros recorriendo las salas, dando martillazos y llenando todo de polvo. Con puertas y ventanas abiertas y la calefacción a medio montar, un frío helador corría por los pasillos. Me condujeron al despacho del regente. Aunque era una habitación grande —no se encuentran cubículos en los palacios reales— estaba decorado muy sencillamente, con muebles que parecían traídos de cualquier cuartel. Von Lettow se calentaba las manos con un pequeño brasero. No pude dejar de observar la diferencia entre los modestos gustos de Von Lettow y el boato que tanto apreciaban Hitler y Goering.

—Adelante, mayor. Se preguntará por qué le he hecho llamar.

—Estoy a su servicio para lo que desee.

—Los Hoesslin siempre al servicio de Alemania. Bien, me gusta. Mire, mayor, ayer estuve hablando con el mariscal Von Manstein sobre usted. Le tiene en muy alta estima.

—Gracias, Alteza. No creo haber ganado tal reconocimiento.

—Mayor, no sea tan humilde. El mariscal me volvió a contar como durante el viaje de vuelta de Lisboa usted fue capaz de pergeñar la futura estructura del estado. Un sistema muy imaginativo y que, a mi modesto entender, tiene visos de prosperar. Lo que lamento es que me escogiese a mí para encabezarlo. Estaba pensando en castigarle como se merece y entonces pensé ¿por qué no lo nombro mi ayudante? Será adecuada penitencia para su pecado.

Me quedé de piedra. Von Lettow-Vorbeck había sido el ídolo de mi juventud.

—Vamos, mayor, que no tengo todo el día. Si le preocupa lo que piense el mariscal, ya le adelanté mi deseo, y Von Manstein estuvo encantado de cederme su persona.

Tragué saliva antes de asentir—. Siempre a sus órdenes, Alteza.

—Así me gusta. Y ahora me gustaría que charlásemos un poco pero, por favor, sin tantos formalismos ¿Le parece que le llame Roland?

—Como desee, Alteza.

—Mal vamos ¿No podría llamarme simplemente Paul? ¿Ni Herr Paul? Veo que no ¿tal vez general le parezca mejor?

—Si no le importa, habiendo tantos generales emplear ese término se me haría extraño ¿Puedo seguir dirigiéndome a usted como Alteza?

A Von Lettow no debió gustarle, pero comprendió que empleando su grado militar desmerecía ante coroneles generales y mariscales.

—Veo que no habrá otro remedio. Pero nada de alteza real ni monsergas de ese estilo. Tampoco quiero rodeos y ceremonias. Aunque preferiría Paul o general, ya que no va a ser posible, llámeme simplemente alteza ¿de acuerdo?

—Como desee, alteza.

Von Lettow se resignó antes de seguir con otros asuntos—. Roland, ahora que ya nos hemos puesto de acuerdo, me gustaría que me acompañase por el palacio. Quiero ver cómo van los trabajos en lo que van a ser mis aposentos, y usted también necesitará algún lugar para alojarse y trabajar ¿Me acompaña? Tome su abrigo que lo necesitará.

Me apresuré a seguirle. El regente tuvo la deferencia de andar despacio, algo que agradecí porque mi pie ortopédico no me dejaba correr. Fue recorriendo los pasillos, revisando el palacio, hasta que llegó hasta la puerta principal. Estaba abierta de par y par y corría una gélida corriente. A cada momento entraban operarios cargando tablones o sacos de yeso, y el estruendo de martillos y sierras retumbaba en las desnudas paredes.

—Roland, no puedo aguantar este ruido. Mejor será que vayamos fuera.

Salimos al exterior. El parque ajardinado tenía los caminos recubiertos de losas, denotando que el arquitecto sabía que estábamos en el norte de Alemania. Algo que el desapacible clima recordaba, con un viento frío cargado de aguanieve que golpeaba nuestros rostros. El regente continuó, impertérrito, hasta que pudo refugiarse al redoso de unos cipreses. Solo entonces se sinceró.

—Roland, pensarás que estoy loco al salir fuera con este tiempo, pero es que quería tener una conversación franca contigo, y con tanta gente rondando por el palacio a saber quién podría estar escuchando tras las puertas.

—¿Qué quería decirme, Alteza?

—Ayer me quedé muy preocupado con la reunión del gabinete. Me gustó que se expusiese tan claramente el panorama, aunque me gustaría tener conversaciones detalladas con nada ministro para conocer más a fondo la situación. Pero hubo algo que me preocupó y mucho. Casi no he dormido esta noche dándole vueltas.

—¿A qué se refiere, Alteza?

—Roland, piensa un poco en lo que se dijo ayer ¿te acuerdas cuando el mariscal comentó lo de los rusos?

—Como no. A cualquiera le inquietaría. Pero supongo que el mariscal ya le explicaría durante la cena los preparativos que se están haciendo en Polonia, y como el general Schellenberg ha conseguido crear el caos en el ejército ruso.

—Sí, me ha tranquilizado en ese aspecto —repuso Von Lettow—. También me ha dicho que el tiempo está ayudando, pues este año la estación del fango en Rusia y en Polonia se prevé mucho peor de lo habitual. Si a los rusos se les ocurriese atacar ahora se iban a tener que mover por unas pocas carreteras y serían pasto de nuestros cañones. El frío y la lluvia nos van a dar un periodo de gracia.

Pero no ha sido eso lo que me ha desvelado. Tú estuviste allí, oyendo a Schellenberg cuando explicaba como había atizado la paranoia de Stalin. Seré sincero, cuando veo a ese hombre se me pone piel de gallina. Resulta una persona muy atractiva, con su encanto personal y su inteligencia, pero podría darle lecciones al mismísimo Maquiavelo.

—Alteza, el general Schellenberg ha demostrado ser un leal servidor de Alemania.

—Desde luego. Aunque ten en cuenta que le convenía, pues su carrera política iba ligada a la victoria en la guerra. Pero piensa en lo que has hecho. Alemania ya no va a ser una dictadura, sino una monarquía , y se ha nombrado a un canciller, el doctor Speer, que hasta hace cuatro días era un subordinado de Schellenberg ¿Se han dado cuenta de lo que han hecho?

Me atreví a preguntar— ¿Qué quiere decir con eso, Alteza?

—Que hasta ayer Schellenberg podía soñar con alcanzar el poder. Era el más joven del Gabinete descontando a Speer, su pupilo, y además manejaba los servicios de inteligencia, un arma poderosísima en cualquier régimen. Ahora sigue dirigiendo a esos servicios, pero han interpuesto muchas barreras en su camino.

El regente dejó de hablar y volvió al palacio. Yo le seguí, meditando en lo que había dicho. Y también en qué orejas podrían ser las que escuchasen tras las puertas.