Publicado: Lun Jun 05, 2017 8:36 pm
por Domper
—La situación interna ya la conozco —dijo Von Lettow. Recuerden hasta hace pocos días era un ciudadano más. La gente está contenta y el que no haya demasiadas bajas la satisface, aunque se empieza a cansar de la guerra. Me interesa más saber cómo sigue la producción industrial.

Fue a responder Speer pero se adelantó Von Manstein.

—Canciller, sé lo modesto que es usted y por eso será mejor que conteste yo. Llevamos ya dos años y tres meses de guerra, lo que ha permitido transformar la industria civil en militar. Ha costado pero la producción de armamentos está a pleno rendimiento. El año pasado fabricamos trece mil aviones de combate, más otros cinco mil de nuestros aliados. Aun así no bastan: Inglaterra ha construido quince mil en el mismo periodo.

—¿Más que nosotros? —repuso con extrañeza Von Lettow.

—Así es, Alteza —dijo ahora Speer—. Esto va a cambiar y para este próximo año las estimaciones son que nuestra producción aumentará hasta los veinticinco mil aparatos. Aunque mejora día a día, nuestra industria sigue siendo menos eficiente que la inglesa, y además ni Hitler ni Goering quisieron imponer privaciones a los alemanes. Algo que me parece absurdo porque ¿qué privación sería peor que perder la guerra? En los demás campos el panorama es algo más favorable para nosotros y, más importante, contamos con la superioridad técnica salvo en el mar. Estamos introduciendo nuevos tipos de aviones y nuestros tanques son muy superiores a los ingleses. Además del tipo IV mejorado, hemos empezado a fabricar un tanque pesado, el Tiger, que es enormemente superior a nada que exista en el mundo. Mejor todavía, nuestros aliados también se están beneficiando de la reordenación económica y su industria armamentística está entregando los equipos que necesitan. Están sustituyendo por fin las antiguallas con las que empezaron la guerra. Incluso ha mejorado el nivel de vida de los ciudadanos italianos y franceses.

—Me lo están poniendo todo de rosas.

—Ojalá —fue el turno de Von Manstein—. Porque mi principal preocupación no está aquí sino en el Este. Lo que de verdad me quita el sueño es lo que haga la Unión Soviética. Está realizando preparativos que parecen ofensivos. Y la fuerza que tienen no es despreciable: el ejército que los rusos han reunido al otro lado de la frontera es enorme; baste decirle que nos superan tres a uno. Lo más alarmante es que ni podemos imaginar lo que van a hacer, pues adivinar lo que pueda estar pasando por la mente de Stalin es igual que jugar a la lotería. Probablemente ni sus colaboradores más cercanos conocen sus intenciones. El general Schellenberg está intentando frenarles, pero no podrá hacerlo indefinidamente.

—General, por favor —Von Lettow solicitó explicaciones de Schellenberg.

—Alteza, llevo un año intentando avivar la paranoia de Stalin. Recordará usted las terribles purgas que sufrió la URSS; pues creo que he conseguido provocar otra. Le hice creer que parte de su ejército estaba preparando un golpe de estado, y el dictador ruso, por lo que sabemos a través de los refugiados, ha reaccionado todavía más violentamente de lo que esperaba. Tenemos indicios de que la mayor parte del cuerpo de oficiales ha sido destruido, incluyendo a casi todos los supervivientes de la anterior purga. Los desertores dicen que solo siguen en sus puestos unos pocos aduladores, y que están sustituyendo a los oficiales de carrera por jovenzuelos y por comisarios políticos procedentes del partido comunista.

Von Lettow se agitó casi imperceptiblemente y dijo—: pobres rusos ¿Cómo ha provocado esa purga?

—Lo he logrado mediante una herramienta muy poderosa —respondió Schellenberg—. Igual que los ingleses han conseguido pervertir mi red en Gran Bretaña, creo haber hecho lo mismo con las tramas rusas. Controlamos a gran parte de las redes soviéticas en Europa y podemos suministrar información falsa. Es un juego delicado, porque para poder entregar una mentira hay que envolverlas con capas y capas de verdad. He tenido que organizar un gran tinglado, que ha incluido desde hasta la realización de maniobras militares para que los espías soviéticos las viesen, hasta la infiltración de falsos espías, pasando por el engaño puro y simple. El guion que quería hacer creer a Stalin era que un grupo de conspiradores del ejército y del Partido se habían confabulado para derribarle, que habían buscado nuestra ayuda, y que nosotros preparábamos nuestro ejército para apoyar la sublevación. No ha sido necesario fabricar muchas más pruebas: los torturadores de la NKVD las habrán sabido lograr. Mientras yo empleaba la red rusa, cada vez más interesada en nuestros preparativos, para introducir alguna perla. Sin dejar de prestar atención a lo que buscaban, porque lo más importante de controlar el espionaje enemigo no es engañarlo, sino que nos revele las más profundas sospechas de sus jefes, aquello que les preocupa… que es una manera de decirnos lo que van a hacer.

—¿Y qué van a hacer, general?

—Por ahora, nada. Bastante tienen con seguir asesinando a sospechosos y rivales. Los rusos están reconstruyendo el ejército, pero a marcha lenta debido a los exagerados controles de seguridad. No voy a decir que no tenemos nada de lo que preocuparnos, pero la amenaza no es inminente.

Entonces no lo sabía, pero Schellenberg había callado que el espionaje rojo estaba dando pasos muy inquietantes.

Von Lettow, por primera vez en toda la reunión, miró apreciativamente al general. Pero aun no había acabado la puesta al día. Fue Von Papen el que tomó la palabra.

—Siguiendo con nuestros aliados, el proyecto de la Unión Europea sigue adelante.

—¿No era la Paneuropea?

—Sí, Alteza, pero esa era una construcción de Goering impuesta por las armas. Ahora pretendemos formar una organización en la que los países se integren por su propia voluntad. Estamos a punto de firmar un tratado de paz y alianza con Francia, al que con seguridad se unirán Italia, España, Portugal, Hungría y Rumania. Estamos inmersos en los preparativos de la conferencia en la que nacerá la nueva Unión.

—Gracias por su tiempo, señores. Me quedo tranquilo viendo que el destino de Alemania está en manos sensatas. Tengo que decirles que me temía cualquier cosa cuando el mariscal me presentó su propuesta. Ya saben que el mismísimo Hitler hace algún tiempo me vino con una oferta que no me pareció adecuada y que me vi obligado a declinar. —Todos rieron, pues era famosa la respuesta, no especialmente diplomática, que le había espetado el ahora regente al difunto Führer—. Al ver que ustedes me venían con otra historia pensé que no fueran sino otro grupo de arribistas de los que tantos ha habido por Berlín estos últimos años.

Todos arrugaron el ceño al escuchar las palabras francas del regente; pero Von Lettow se consideraba un militar al que le gustaba llamar a las cosas por su nombre.

—Pero me alegra ver que, independientemente de cuales sean sus objetivos personales, que todavía no conozco, su labor está redundando en el beneficio de Alemania. De todas maneras, me gustaría, si no les supone inconveniente, que mantuviésemos algunas conversaciones más, pues hay algunas cuestiones que se han tratado un tanto superficialmente. Pero no quiero robarles más de su valioso tiempo. Tan solo un último detalle. Mariscal ¿tendrá la noche libre? Tanto usted como yo hemos hecho carrera en África, pero no he tenido la fortuna de conocer Egipto. Tal vez pueda explicarme sus campañas durante la cena.