Publicado: Jue Jun 01, 2017 11:17 pm
por Domper
—Repito lo mismo —dijo Schellenberg—. Según mi red en Inglaterra, la población sigue con la moral muy alta, segura de la victoria final, y nuestros ataques aéreos, aunque molestos, no han tenido efectos demasiado graves. Los espías me dicen que los ingleses están aguantando bien y que su industria se está recuperando.

—Eso no es cierto —dijo Speer—. Economía ha hecho una evaluación de la producción industrial, basándose en el ritmo de trabajo en los astilleros y en la actividad de los ferrocarriles, y es apenas el 60% de la de 1940.

—Son esas discordancias las que me hacen pensar que los ingleses están controlando toda nuestra red. Afortunadamente, tengo otras fuentes que cuentan una historia diferente. Ya saben que Irlanda ha empezado a cooperar aunque clandestinamente, y su embajada nos informa puntualmente de lo que ocurre en Inglaterra. No se preocupen que el sistema de comunicación es completamente seguro y no compromete a los irlandeses. Aunque tampoco nos perjudicaría que Churchill tomase medidas contra Irlanda, que poco beneficiarían sus relaciones con la República y además requerirían fuerzas adicionales. No dependo solo de los irlandeses, pues tengo a sueldo a varios diplomáticos de países neutrales que me han relatado las dificultades cada vez mayores a las que se enfrentan los londinenses. Los cortes de electricidad son continuos y en Londres solo se dispone de luz eléctrica de cuatro a seis horas al día. Hay cortes incluso en los refugios subterráneos en los que los londinenses pasan casi todas las noches.

Von Papen interrumpió— ¿No habíamos dejado de atacar sus ciudades?

—Sí y no —repuso Von Manstein—. Hay grandes zonas que declaramos seguras, pero también hemos anunciado largas listas de objetivos que seguimos atacando casi todas las noches; aunque ya no deseemos matar civiles, podemos dejarlos sin dormir. Estamos enviando pequeños grupos de bombarderos con cargas reducidas que atacan los objetivos declarados de las ciudades, pues lo que queremos no es causar daño, sino hacer sonar las alarmas.

—¿Qué es eso de los objetivos declarados? —quiso saber el regente.

—Alteza, estamos lanzando octavillas que avisan a los ciudadanos de los blancos de los siguientes ataques. Así pueden alejarse de los blancos.

—¿No es muy arriesgado?

—Solo en parte —contestó Von Manstein—. Las pérdidas son algo superiores, pero también las inglesas, pues a esas zonas enviamos nuestros escuadrones de caza nocturna. Disminuye un poco la eficacia de nuestros ataques porque trasladan lo que pueden, pero eso también disloca su producción. Pero lo principal es que así demostramos el desprecio que nos merecen las defensas enemigas.

—Es la mejor herramienta de propaganda —dijo Schellenberg—. Basta con que caigan los folletos para que la población abandone en masa los barrios donde están los objetivos, trastornando más la producción que las mismas bombas. Además, como resulta difícil impedir que algunos bombarderos se desvíen, los londinenses tienen que dormir en los refugios, y están agotados. Según los diplomáticos, en el mes de enero sonaron las alarmas en Londres veinticuatro noches. Tengo otros datos muy interesantes: aunque en teoría el racionamiento no se ha endurecido, se forman largas colas ante las tiendas y no se encuentran muchos productos. Los precios en el mercado negro se han disparado. El suministro de agua sufre interrupciones constantes y muchos barrios dependen de fuentes o de la que se lleva en cisternas. La guinda es que los cortes de electricidad han disminuido la producción y muchos obreros han sido despedidos. El malestar de la población es cada vez mayor, y cada vez hay más protestas contra la guerra y contra Churchill. Tanto los diplomáticos como las fuentes irlandesas coinciden en que varias manifestaciones han tenido que ser disueltas por el ejército, y que se han producido algunas víctimas. Los irlandeses me han indicado que por Londres corre el rumor que varias unidades del ejército se han negado a cumplir las órdenes de abrir fuego. Entiendan, se trata de una habladuría sin confirmar pero, de ser cierto, significa que el régimen de Churchill tiene los días contados.