Publicado: Lun May 08, 2017 12:39 pm
por Domper
Von Lettow-Vorbeck aceptó hacerse cargo de la regencia, aunque con otra condición: el sistema de elección del emperador que yo había propuesto le parecía adecuado, pero dijo que él no había sido elegido sino designado. Por eso no podría aceptar ser emperador. Solo ostentaría el título de regente, rechazando ser alteza imperial. Aunque tuvo que resignarse a ser llamado simplemente alteza. El regente —que lo era de facto— señaló que renunciaría a su cargo en cuando se pudiese nombrar un emperador. Los miembros del gabinete admitieron los términos, pero solo externamente. Pues el regente se granjeó tal admiración que cuando en 1948 se eligió un emperador, su primer decreto imperial fue conceder al regente saliente el mismo título, a pesar de las protestas de Von Lettow.

En la siguiente reunión los miembros del gabinete presentaron al regente la situación del país. Comenzando, lógicamente, por la evolución del conflicto bélico.

—Parece que, por fin, hemos conseguido hacer daño a los ingleses —dijo Von Manstein—. La operación Streitkolben tenía un objetivo más moral que militar, porque yo no creía que pudiésemos dañar significativamente la capacidad británica para seguir la guerra. Pero entre los errores del enemigo y el magnífico comportamiento del ejército español hemos conseguido que la victoria de Portugal haya sido mayor de lo esperado. Los ingleses han perdido cerca de ciento cincuenta mil hombres, incluyendo ochenta mil prisioneros. Si contamos los éxitos de Chipre, Creta, Sudán e Irak, hemos causado a los británicos cerca de medio millón de bajas en los últimos tres meses, de las que al menos trescientas mil son definitivas.

—Es apenas la cuarta parte de su ejército —dijo Speer.

—Sí, pero se trataba de la mejor. Se han quedado sin dos terceras partes de sus oficiales y suboficiales veteranos, y van a tener muchas dificultades para reponer las inmensas cantidades de armamento perdidas. Incluso con la ayuda de Roosevelt tardarán por lo menos un año en recuperarse, si no dos.

—¿Y nuestras bajas? —el canciller Speer estaba muy preocupado por el impacto de la ya prolongada guerra en la moral de la nación. Además sabía que el segundo hijo de Von Lettow, Arnd, había sido herido gravemente en uno de los últimos combates junto a Lisboa; su primogénito Rüdiger ya había caído en 1940.

—Han sido mucho menores —repuso el mariscal, que hablaba con una formalidad que no era habitual en el gabinete, en el que el trato era personal; pero en presencia del regente siempre se mantenían las formas—. Tenga en cuenta que al hablar de bajas definitivas no me limito a los fallecidos o a los mutilados, sino también a los prisioneros, y los ingleses han capturado muy pocos. Contando todos los escenarios, en estos tres meses hemos perdido cien mil, la mitad alemanes, el resto españoles e italianos. Aparte hay otros ciento cincuenta mil heridos que se podrán recuperar. Aunque sean muchas bajas no llegan a la tercera parte de las sufridas por el enemigo. Además no solo hemos dañado a su ejército. La Royal Navy también ha tenido serias pérdidas, y su marina mercante lo está pasando mal. Calculamos que durante el mes de diciembre hemos hundido la décima parte de los barcos que intentaban cruzar el Atlántico. Tal vez no parezcan muchos, pero para un marino esa tasa de pérdidas significa que las probabilidades de llegar vivo al final del año son ínfimas. Las fotografías tomadas por nuestros aviones de reconocimiento muestran que en los astilleros británicos se han suspendido las obras en los buques de guerra grandes, para destinar los recursos a buques de escolta y más mercantes. Aun así, muelles y puertos británicos están atiborrados de barcos dañados esperando su turno para ser reparados.

—Mariscal —interrumpió por primera vez pero no única Von Lettow—, a este ritmo ¿cuánto podrán resistir los ingleses?

—Es difícil saberlo, Alteza —fue la primera vez que escuché esa palabra de los labios del mariscal—. Si estuviesen solos, a lo sumo seis meses. Pero su aliado norteamericano se está implicando cada vez más en la guerra, y de los astilleros yanquis salen cantidades ingentes de barcos de todo tipo, en muchos de los cuales acaba ondeando la Unión Jack. Pero la guerra al tráfico no se hace para hundir mercantes sino también para asfixiar a Inglaterra. Entre las pérdidas que les causamos, los inconvenientes que implica el sistema de convoyes, y las incursiones de nuestros buques pesados…

—Perdone otra vez, mariscal, pero por lo que sé nuestros acorazados apenas han dañado algunos convoyes.

—Tiene razón, Alteza. Pero cada vez que salen a la mar todo el sistema de navegación británica se trastoca. Tienen que poner escolta con acorazados a los convoyes más valiosos, y se ven obligados a desviar al resto a derroteros alejados, u ordenarles que vuelvan a puerto. En total, calculamos que en estos dos últimos meses las importaciones inglesas se han reducido a la mitad. Incluso tienen problemas para distribuir lo poco que les llega. La Luftwaffe les ha obligado a abandonar los puertos del sur y de las Midlands, y los del Ulster no pueden usarlos porque el minado de las aguas ha interrumpido casi por completo el cabotaje. Se han visto obligados a descargar en los puertos escoceses y luego distribuir las mercancías por ferrocarril. Pero la red ferroviaria británica, aunque sigue activa, sufre serios retrasos al tener que emplear vías secundarias, ya que las principales rutas norte-sur y este-oeste sufren muchas interrupciones. También hemos dañado parte de su material rodante. Los problemas con la distribución está afectando a la industria británica y, por si fuese poco, los ataques contra las centrales de producción de energía eléctrica y de procesado de productos petrolíferos parece que han sido muy efectivos y han afectado todavía más a la producción.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Speer, más por curiosidad que por dudar de las palabras del mariscal.

—Gracias a los reconocimientos aéreos. Aunque los ingleses intentan ocultar el efecto de nuestros bombardeos, hay algunas actividades que no pueden disimular. Hemos comprobado que en sus astilleros se han paralizado las obras salvo la construcción de mercantes y de barcos de escolta pequeños. Como he dicho, en los muelles o embarrancados en aguas someras hay cientos de barcos mercantes que parecen estar a la espera de reparación: son millones de toneladas que ya no están disponibles. También han suspendido las obras en los grandes buques y parece que algunos cascos están siendo desguazados. Teniendo en cuenta que en la fase actual la guerra naval es de crucial importancia, significa que su industria está al límite. Sin embargo, me temo que los efectos sobre la vida civil son menores…

Schellenberg, que hasta entonces apenas había hablado, se inmiscuyó—. Perdone si le interrumpo, pero está entrando es mi campo. Hay que tener en cuenta que lo que voy a contar son solo estimaciones. Por desgracia, no tengo fuentes fiables en Inglaterra: aunque en la preguerra creamos una red de espías, y hemos enviado más, hay indicios que me hacen pensar que toda la red ha sido descubierta por los ingleses.

—¿Los han detenido? —dijo Von Manstein, preocupado por la suerte de los agentes.

—No, al menos aparentemente. La mayoría sigue enviando sus mensajes, aunque algunos han sufrido desgraciados accidentes.

—Como el del pobre Reichenau —Von Papen quiso señalar que no solo eran los británicos los que se saltaban las reglas, pero inmediatamente se dio cuenta del error que había cometido cuando Von Lettow puso cara de disgusto.

—Más o menos —repuso Schellenberg—. Los espías que siguen vivos envían informes muy bien trufados, mezclando datos reales con alguna que otra “perla” que nos intentan colar. Por ejemplo, ahora están intentando venderme una historia según la cual están formando un gran ejército en Escocia preparado para invadir Noruega. Tanto las fotografías aéreas como las intercepciones radiofónicas o la lectura de la prensa —que recibimos a través de embajadas neutrales— parecen confirmarlo: por ejemplo, se ha detectado la concentración de por lo menos dos divisiones acorazadas cerca de Aberdeen. También están acumulando lanchas de desembarco en esos puertos ¿No es así, mariscal?

—Cierto. Por lo visto están reequipando esas fuerzas con armamento norteamericano. Personalmente, que pretendan invadir Noruega me parece un dislate.

—Y a mí. Por eso quiero enviar algún agente para que compruebe si de verdad se está produciendo esa concentración. Me he tomado la libertad de contactar con nuestros aliados italianos, pues tienen unidades de nadadores que podrán echar un vistazo sin precisar la cooperación de la red que tenemos en Inglaterra. O que tienen los ingleses. Pero me apuesto la paga del mes a que todo resultará ser un engaño.

—De todas maneras —dijo Von Manstein— es posible que haya algo real. Lanzar una gran invasión de Noruega sería absurdo, pero no descarto que hagan alguna incursión, o incluso que intenten apoderarse de algún enclave costero.

—Debo recordar —intervino el canciller Speer— que gran parte del hierro que necesita nuestra industria procede de minas suecas. En verano llega por el Báltico, pero en invierno tiene que hacerlo por Narvik y costeando la costa noruega. Si los ingleses consiguen interrumpir la navegación nos encontraremos ante un serio problema.

—No se preocupe —repuso Von Manstein—. No tenemos demasiadas fuerzas en el país nórdico, pero desplazar un par de grupos de aviones es algo que puede hacerse en pocos días. Previendo posibles operaciones inglesas, he dado orden de crear almacenes con municiones, combustible y repuestos a lo largo de toda la costa europea. En menos de 48 horas podríamos tener un millar de aviones en Escandinavia.

—Me tranquiliza —repuso Speer—. Pero si se concreta la amenaza inglesa pienso que será necesario reforzar la guarnición. Disculpe que vuelva a preguntar —dijo a Schellenberg— ¿Está seguro de que lo de Escocia es una añagaza?

—A ver si me explico. Las pruebas son abrumadoras y cada vez tengo más. Demasiadas para mi gusto. Mis agentes están encontrando pocas dificultades para moverse por el país, y han fotografiado filas de tanques, grandes campamentos… Excesivo. Es lo que dicen: cuando todo va bien, es que hay gato encerrado.

—Veremos si los italianos nos sacan de dudas —repuso Von Manstein—. Pero retomemos el hilo ¿qué nos decía de la moral de la población inglesa?