Publicado: Dom May 07, 2017 11:15 am
por Domper
Por el bien de mi Patria debo callar lo que contenían esos documentos, y solo puedo decir que las pruebas eran abrumadoras. Lo sé porque el regente —para mí ya lo era y no dejé de referirme a él como Alteza— me pidió que le ayudase en la revisión. Mi presencia en las reuniones del gabinete me había permitido conocer, en líneas generales, su contenido. Pero enfrentarse a las pruebas del horror resulta estremecedor. La matanza de Palestina estaba documentada con declaraciones de testigos y fotografías de las fosas comunes. Ocurría lo mismo con los centros en los que se asesinaba —eutanasia, lo llamaban; qué descaro es llamarlo buena muerte— a niños y enfermos: se habían recogido no solo las declaraciones de los directores de esos agujeros de horror, sino los libros en los que se contabilizaban los homicidios. No constaban los nombres de las víctimas, que esos criminales habían reducido a números, pero sí leímos cartas en las que esos seres, que no merecían llamarse personas, se vanagloriaban por haber superado los “objetivos” que se les asignaban. Que esos miserables hubiesen sido ejecutados en su mayoría tras los juicios de Berlín —unos pocos habían salvado la vida al haber actuado como testigos— no suavizaba la degradación a la que el nazismo había llegado. Igualmente terribles eran los planes de lo que los nazis querían hacer en Rusia. Lo llamaban limpieza racial pero era pura y simplemente maldad. Siempre había tenido sentimientos antinazis; a partir de aquel día, solo asco.

—Mayor, ni en mis peores pesadillas hubiese soñado con algo así —me dijo el regente al final.

Me imaginaba el efecto de las pruebas, pues yo sabía que en su campaña africana Von Lettow había respetado escrupulosamente las reglas de la guerra.

—También veo que usted está muy afectado —siguió el regente.

—Alteza, si me permite hablar un momento…

—Hágalo, se lo ruego.

—Alteza, usted ya sabrá que perdí mi pie en Egipto, en esa campaña que culminó con asesinatos en masa. Me siento a la vez insultado y traicionado. Yo no tuve nada que ver con el que mató a Goering, pero tras conocer lo que pasó me resultaría imposible condenarlo.

—Le comprendo. Si acepto el cargo, una de las primeras medidas que exigiré será que se ignoren los nombres de Hitler y Goering. No puedo imponer el olvido, pero sí el desprecio. Jamás aceptaré dirigir un estado en cuya flota haya barcos que lleven los nombres de asesinos —el futuro regente sabía que los primeros portaaviones que Alemania ya estaba construyendo iban a llevar esos nombres. No se volvió a hablar de ello, pero el Goering acabó llamándose König, y el Hitler, Hindenburg. Ningún barco de guerra alemán acabó llevando nombres de nazis.

—Si no me necesita más, Alteza… —dije mientras me ponía en pie.

—Siéntese, mayor. Tengo una pregunta personal para usted. Sé que suya fue la idea de la monarquía, y que consiguió convencer a Von Manstein ¿es que usted es monárquico?

—Alteza, mi familia lo era pero yo nací y me crie en una república. No sé lo que es realmente una monarquía salvo por mis lecturas. Además sé que hay reyes y reyes, y regímenes y regímenes. No puedo admirar el absolutismo, ni el despotismo ilustrado, ni siquiera esos regímenes en los que el rey interviene en la política, normalmente solo para complicarla. Si sugerí al mariscal el cambio de sistema fue en parte por admiración a Enrique, a Otón, a Barbarroja, a esos grandes hombres de otra época. Pero también porque me parecía que la monarquía era la única manera de poner coto al nazismo. Una ideología puede dominar a una república, pero el emperador está, o debe estar, por encima de las facciones.

—Guillermo segundo no lo estuvo.

—Perdone si le molesta lo que voy a decir, pero la lacra de la monarquía era que encumbraba a mediocres gracias al accidente del nacimiento. Por eso le propuse al mariscal que el emperador se escogiese entre los mejores de Alemania. Yo crecí leyendo sus hazañas en África, pero al saber de su rectitud personal mi admiración se acrecentó. Usted, u otros como usted, pueden conseguir preservar a la Patria de caer en la barbarie. Son los únicos capaces de mantenerla en la senda de la Humanidad.

—Comandante, me está haciendo sonrojar —el general se permitió una ligera sonrisa. Entendí que Von Lettow las reservaba para sus hombres, y que con ese leve gesto había pasado a serlo.