Publicado: Vie May 05, 2017 12:17 am
por Domper
Se había acordado que el papel del Prinzregent —aunque aun no era oficial empezó a actuar como tal— debía ser únicamente ceremonial, algo que demostró que el gabinete no conocía a Von Lettow. El general fue terminante: estaba dispuesto a aceptar el cargo, y entendía que no debía interferir con las deliberaciones del gobierno. Más aun, también comprendía que no debía estar en las reuniones salvo en contadas ocasiones. Pero esta sería una de ellas porque tenía que saber cuál era el estado del Reich. No había alternativas: o el gabinete aceptaba, o el general recogía su bastón y se volvía a su casa. No sería la última vez que pondría al gobierno entre la espada y la pared.

También había impuesto otra condición que planteó en esa primera reunión una vez finalizadas las presentaciones

—Bien, caballeros, no sé si sentirme honrado u ofendido por la propuesta que me hizo el mariscal —aunque a Von Manstein lo tuteaba en privado, en las reuniones Von Lettow fue siempre formal—. No puedo olvidar que ustedes medraron en el régimen nazi. Voy a ser claro: me parece una ideología repugnante. Aunque sea el primero en estar convencido en que el pueblo alemán puede y debe liderar Europa, difícilmente puedo ser racista cuando los africanos que sirvieron bajo mis órdenes lucharon como leones. También pelearon conmigo, codo a codo, alemanes de religión hebrea a los que los nazis culpan de los males de Alemania. No es mi único reparo. La legalidad de las medidas tomadas en Alemania durante los últimos meses ha sido bastante dudosa. Necesito que me justifiquen lo que hicieron y, si no lo hacen a mi gusto, me levantaré y me iré.

Von Manstein puso cara de disgusto: el regente —si aceptaba el cargo— no le había prevenido de semejante exigencia. Al reservarse la bomba no solo querría conseguir explicaciones, que en mi opinión justificaban de sobra lo ocurrido, sino que lograba un ascendiente sobre el gabinete. Mentalmente aplaudí la estratagema.

—Alteza… —empezó a decir Von Papen.

—No, por ahora soy solo un general.

—Como desee, mi general. Aunque le sorprenda, todos los miembros del gabinete concordamos con sus opiniones. La ideología racista nazi es una perversión que hubiese manchado el nombre de Alemania durante generaciones. Mi general, aunque varios de mis colegas —dijo refiriéndose a Schellenberg y Speer— fueron fascinados por ese partido que prometía regenerar Alemania, hace ya tiempo que quedaron desengañados. Antes de llegar al poder ya habíamos decidido que el partido nazi debía desaparecer, y que los responsables de los crímenes que ensuciaron el nombre de Alemania debían pagar por sus actos. Pero estamos en una guerra, y usted es el primero en saber que nuestros enemigos, si consiguen vencernos, no permitirán que Alemania conserve su independencia. Arruinarán el país y lo dividirán para condenarlo a las rivalidades que tanto padeció Alemania antes de la Unificación. Tenemos que vencer y no podemos mostrar debilidades. Por eso, aunque nos repugne, debemos mantener al partido nazi. Pero reducido a poco más que un ceremonial, manteniendo la pompa y la parafernalia pero despojándolo de cualquier poder. Por desgracia, también creímos que no bastaría con descafeinar el partido, pues en nombre de Alemania se habían cometido crímenes horribles que no podían quedar impunes.

—Por eso ustedes han acabado con los nazis malos. Qué casualidad que también fuesen sus rivales —soltó Von Lettow demostrando que no tenía pelos en la lengua.

Fue Von Manstein el que tomó la palabra—. General, poco antes de ser relevado de mi mando en Palestina pude ver como se asesinaba a miles de prisioneros solo por ser judíos. Esos crímenes fueron cometidos por comandos que obedecían órdenes directas de Berlín, y cuando los denuncié fui relevado de mi puesto. Quien dio las órdenes de esos asesinatos fue el Statthalter. En los años que Hitler y Goering estuvieron en el poder se realizaron actos vergonzantes. No fueron ellos solos, muchos de nuestros compatriotas colaboraron con entusiasmo en esas salvajadas. El honor de Alemania exigía que los culpables recibiesen su castigo, y esa fue nuestra primera meta cuando tomamos el poder. Pero no tiene por qué creer mis palabras. Disponemos de pruebas que están a su disposición.

—Ha citado a Goering, cuya muerte fue para ustedes muy oportuna ¿Qué tuvieron que ver con ella?

Ahora contestó Speer—. Mi general, usted sabe que fui un rendido admirador de Hitler y me hubiese resultado imposible mover un dedo contra él o contra su sucesor. Sabemos quién cometió el atentado: fue el mismo militar antifascista que ya había asesinado a Hitler. El criminal había conseguido eludir la investigación tras el asesinato del Führer gracias el revuelo que causó la intentona de Himmler, y aprovechó el viaje de Goering a Palestina para acabar con él. También murió en ese atentado; como le ha dicho el mariscal, tenemos pruebas que no se han hecho públicas y que cuando desee le mostraremos. Lo que no voy a negar es que el asesino hizo un favor a nuestra Patria. Ahora sé que Goering fue un megalomaníaco que se había puesto como meta continuar la tarea homicida de Hitler.

—¿No decía que lo admiraba, canciller? —interrumpió Von Lettow.

—Mi general —siguió Speer, yo lo admiraba porque supo levantar a Alemania. Pero mi lealtad es con la Patria, no con las personas, y tampoco es ciega. No puedo imaginar qué hubiese hecho Hitler de seguir vivo pero, ahora que sé lo que realmente estaba ocurriendo en demasiados de nuestra patria y de Polonia, temo cualquier cosa. Supongo que usted no ha oído hablar del programa Aktion T4 ¿no es así?

Von Lettow sacudió ligeramente la cabeza y Speer siguió— ¿Qué le parecería asesinar a un pobre niño enfermo? Es lo que se Hitler ordenó hacer supuestamente por el bien de la patria. No fueron uno ni dos, sino miles. La muerte de Hitler no acabó con el horror. Goering presentaba una cara amable mientras proseguía con los planes de su antecesor, que hizo suyos y quiso continuar en un grado inusitado. El Statthalter pretendía limpiar Europa de los que llamaba subhombres, y para eso se estaba preparando para atacar a la Unión Soviética y exterminar a su población. No sé si Alemania hubiese vencido, pero de lograrlo, el nombre de nuestra Patria se asociaría a uno de los periodos más infames de la historia.

Von Lettow se mantuvo imperturbable, y repuso—: También corre el rumor que ustedes ordenaron la muerte de Reichenau.

Speer empezó a decir que había sido un accidente, pero Schellenberg le hizo un gesto con la mano y se adelantó.

—Mi general, debo asumir la responsabilidad. Yo ordené la muerte del mariscal Reichenau. Pero no por rivalidad ni por ambición. El mariscal acababa de participar en un intento de golpe de estado.

—No sabía nada de eso.

—Como le ha dicho mi colega, estamos en guerra, y consideramos prudente mantener la intentona en secreto. No tomamos medidas punitivas contra los participantes salvo contra el organizador, el coronel general Halder, que está en reclusión a la espera de sentencia. A los demás solo se les obligó a pasar al retiro. Pero Reichenau, en cuanto quedó libre, empezó a conspirar con los antiguos nazis ¿Qué castigo cree usted que merecía? Se le podría haber juzgado por traición, pero preferí ordenar que se le matase. Me pareció que sería una solución que haría menos daño a Alemania.

—Entiendo. Caballeros, me han dicho que tienen pruebas. Quiero estudiarlas antes de tomar ninguna decisión. Espero que el mayor Von Hoesslin, que veo que está actuando como secretario, me traiga los documentos cuanto antes. Dentro de dos días, a esta misma hora, les haré saber mi decisión.