Publicado: Mar May 02, 2017 12:59 pm
por Domper
Capítulo 12

El talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad.

Johann Wolfgang Goethe



Diario de Von Hoesslin

El gabinete de guerra seguía manteniendo sus periódicas reuniones. Pero la de hoy iba a ser diferente. No solo la presidiría el canciller Speer, sino también iba a ser la primera a la primera a la que asistiese su majestad imperial Paul Emil von Lettow-Vorbeck, Paul I, regente del Tercer Imperio Alemán.

Aun no había aceptado el nombramiento. Es más, en la anterior reunión el doctor Speer había contado las dificultades que había tenido para conseguir la aquiescencia del viejo general. Von Lettow-Vorbeck se consideraba un servidor de Alemania y como tal había entrado en las luchas políticas de los años veinte; pero también odiaba a los nazis, y sobre todo se consideraba un monárquico de la vieja escuela, que aun rendía admiración a los Hohenzollern. Aunque el último de ellos, el difunto káiser Wilhelm, había sido un inútil que había llevado a Alemania a la catástrofe. Aceptar la regencia era de traicionar su devoción a la antigua familia imperial. Tampoco había ayudado el carácter del militar, uno de los pocos que se había atrevido —según se decía— a rehusar una oferta del Führer Hitler con un lenguaje algo menos que correcto.

Pero Speer contaba con un arma poderosísima: su simpatía natural. No a la manera del general Schellenberg, cuya cara alegre y jovial ocultaba las ideas que se movían por su mente y que ni hoy día me atrevo a suponer cuáles fueron. No, el canciller Speer ganaba amistades gracias a su sinceridad, su dinamismo y su dedicación. Cualquiera que quisiese bien a Alemania sentía una instintiva atracción por el doctor Speer, y Von Lettow-Vorbeck no lo fue menos. Que Speer sufriese las secuelas del atentado contra el Führer tampoco le desagradó: el general sabía valorar a los que ofrecían su sangre por la Patria. No por ello aceptó la propuesta así como así, sino que simplemente consintió en tener una charla a solas con el mariscal Von Manstein. Militar con militar, dijo, podrían entenderse. En realidad, creo que la principal causa por la que Von Lettow exigió esa cita fue porque, al contrario que Speer o Schellenberg, Von Manstein había vivido la Gran Guerra.

El mariscal consiguió convencer a Von Lettow. No sé cómo, pues no estuve presente en la charla: fue una reunión a solas de la que no quedaron registros, y el mariscal nunca comentó nada sobre la conversación. Supongo que Von Manstein le habló al viejo general de las ventajas de la monarquía —que a mí me parecían obvias— pero del riesgo que suponía el sistema hereditario, en el que un imbécil con sangre azul podía hundir a cualquier país. Alemania había tenido una suerte loca con los Hohenzollern, una dinastía admirable si la comparamos con los locos Hannover o los irresponsables Borbones. Pero había bastado con un emperador que no supo estar a la altura para acabar con el Imperio. Me imagino que Von Manstein intentaría encender la imaginación del general con las épocas heroicas de los emperadores elegidos, y que trataría de calmar sus inquietudes aduciendo que igual que las guerras sucesorias eran cosa del pasado, también lo serían los conflictos que conllevaron las elecciones de tiempos pretéritos. Aunque también es posible Von Manstein que fuese a lo práctico y simplemente dijese que Alemania necesitaba un regente para estabilizarse políticamente y para cerrar el paso a los nazis, de los que aun quedaban demasiados a pesar de los juicios de Berlín. También supongo que le diría que la regencia no sería una carga demasiado pesada, y que de todas maneras podría retirarse cuando acabase la guerra o a lo sumo en 1950, cuando cumpliese los ochenta. El caso es que tuve el honor de ser el primer alemán —aparte del futuro regente y del mariscal— en saber que Von Lettow había aceptado. Pues al salir del despacho el general se me dirigió directamente.

—Buenos días, mayor Von Hoesslin. Debo felicitarle por su reciente ascenso —miró la muleta que descansaba en una silla antes de seguir—. Sé que aun padece por las heridas que sufrió luchando por el Reich, pero piense que esas cicatrices son más honrosas que cualquier otro honor. Además, por lo que a mí respecta, pocos más va a conseguir. Eric —dijo señalando con la cabeza a Von Manstein— me ha dicho que la idea de la restauración ha sido suya, y anhelo el día en el que tome posesión del puesto de regente para enviarle de cónsul honorario a Tombuctú.

El mariscal rio la broma. Von Lettow no movió ni un músculo de la cara: como iría aprendiendo, sus facciones no se perturbaban por minucias como pelear una batalla o ser escogido para ocupar un trono.