Publicado: Lun Abr 17, 2017 4:21 pm
por Domper
Los soldados permanecieron en un sollado hasta que el petrolero estuvo lejos de la costa. Luego pudieron subir a cubierta pero siempre manteniéndose apartados de la dotación, y atentos al sonido del silbato que les ordenaba esconderse. Pitido va pitido viene los soldados no pudieron admirar ni la bella Estambul ni los Dardanelos. Tampoco les importó mucho, pues en el Mar Negro el Mossovets tuvo que lidiar con un temporal y al llegar a los estrechos los pasajeros estaban terriblemente mareados.

En el Egeo el tiempo mejoró aunque el petrolero aun tuvo que soportar una mar de fondo que apenas dio pausa a los estómagos. En los momentos que Iván mejoraba lo suficiente —en los cortos ratos que el mar daba alguna tregua— el oficial ilustraba sobre las circunstancias del viaje a aquellos de sus hombres que podían prestarle atención. Según Iván la Unión Soviética, necesitada de obtener los recursos con los que apoyar la lucha del proletariado, estaba vendiendo petróleo a los fascistas, y el Mossovets era uno de los buques que lo llevaban. El buque, que ya había hecho varios viajes a Marsella cargado de oro negro, era candidato ideal para llevar otras mercancías no menos importantes. También les dijo que el único peligro al que se enfrentaba el comando era el de echar hasta la primera papilla, porque el Mediterráneo se había convertido en un mar alemán. Los fascistas y sus esbirros dominaban todas sus orillas y hasta los últimos ingleses que resistían en Chipre se terminado por rendirse. Así que nada perturbó la singladura del barco mientras ponía rumbo a Poniente, si se exceptúa algún que otro golpe de mar. El petrolero evitó el estrecho de Mesina, paso que acortaba el viaje pero podía someterlo a alguna inoportuna inspección, y cruzó estrecho de Sicilia, más amplio y ahora limpio de minas. Solo tras superar el cabo Spartivento varió hacia el Norte, proa hacia Marsella. Dos días después el barco atracó ante una costa desconocida.

Con mejor tiempo las citas de contrabandistas siempre son más tranquilas en alta mar, pero el Mediterráneo, con esa pinta de bonachón que tiene en verano, reserva sus malos humos para el invierno. Soplando el gregal resultaba más conveniente aprovechar la tradición corsa de no ver, no oír, y pase lo que pase no hablar. Los cargésiens hacían gala de su herencia y dejaban que su bahía fuese lugar de encuentro entra barcos y barcas que no solo se dedicaban al comercio y la pesca sino a actividades que rolaban entre el mercadeo y la piratería. Dado que la numerosa tripulación del Mossovets podía resultar llamativa incluso para el aduanero más miope, el petrolero atracó en la bahía ondeando pabellón turco —de la nación que hacía su agosto en un mundo en guerra— mientras el viejo y el joven Charles se le abarloaban. Por el lado del mar, que aunque los cargésiens supiesen callar siempre podía haber algún gendarme pinzuti con una malsana curiosidad por esos pasajeros sin deseos de registrarse en la aduana. En unas horas de faena trasbordaron a los pesqueros varias pesadas cajas y después a los turistas procedentes del Este. Luego tanto el Mossovets como los Vieux y Jeune Charles levaron anclas y si te he visto no me acuerdo. El petrolero siguió su derrota hacia Marsella mientras los dos barquitos se internaron en el mar y no se dirigieron hacia su destino real hasta estar muy lejos de tierra.

Para Henry, conocido por ser no solo un negociante próspero sino también espléndido, poco había costado encontrar un par de vecinos deseosos de ganar una buena propina por una leve ocupación. Pues esperar por la noche en una cala rocosa era desagradable por el viento fresco, pero bastante menos cansado que destripar los duros terrones de esa tierra seca. Todo lo que tuvieron que hacer fue esperar hasta ver las luces del mar, y luego responder con una señal convenida. Luego se alejaron, pues los negocios de Henry no se beneficiaban de las vistas ajenas. Por eso no vieron que no solo llegaron botes a la orilla sino también dos viejos camiones Renault de gasógeno que emitía nubes de humo negro, en los que subieron pasaje y carga. A la mañana siguiente los dos Charles entraron en el puerto. Mucho pescado no llevaban, pero sí un licor que hizo las delicias de los gendarmes.