Publicado: Lun Abr 10, 2017 2:46 pm
por Domper
Relato de Federico Artigas Lorenzo

Extrañado me tenía el coronelejo gatuno pues en habiendo en Canarias un circo de tres pistas y jaula de leones, no me había reclutado voluntario ni para trapecista. Que se batiese el cobre por Las Palmas y a mí no me buscasen para hacer de protagonista me daba repelús pues señal era que el mando, digo el gilieso de coronel que por mí velaba en Madrid, me tenía reservado para más altos menesteres. Por eso raro se me hacía pasar el tiempo jugando al mus y chupando un morapio de Borgoña que malo no estaba pero que lo debían fabricar en toneles con duelas de palosanto de caro que era.

Me venía para la cocorota que algo se tramaba y justo fue pensarlo para que llegase un emperifollado teniente coronel directamente desde el Ministerio. Se decía que el tal Felipe Montes que nos habían mandado era el primeraco de la promoción del veintiséis, la promoción de la flor en el culo que les decíamos, que habían salido estampillados cuando en el moro ya no había tiros y bastaba con una merendola campestre para conseguir galones, y entre esos y los que ganaron haciendo cuartel consiguieron las estrellas que se necesitaban para no mamar trinchera en la Cruzada. El tal Montes, blandiendo su puesto en la promoción, se había pasado toda la guerra en el Estado Mayor del Caudillo, sacando un par de promociones supongo que por méritos de escritorio más que de guerra. Luego el buen hombre se había colocado en Madrid cuando los boinazos con los herejes, me imagino que de correveidile de mi amorcito de las estrellas de ocho puntas, que debió recordar que yo me aburría en Versalles y lo mandó para que me diese la tabarra.

El elemento era un ordenancista que lo primero que hizo fue pasarnos revista como si fuésemos cadetes. Al menos se ahorró los sopapos que según radio macuto volaban por la Academia, y mejor porque si me toca un pelo de la cara el hijo de la señora Lorenzo le devuelve un revés que le deja mirando pa Cuenca. Que la Militar Individual además de engrosar la nómina sirve para que el menda pueda tomarse alguna libertad, y más si no hay nadie mirando. Cuente con que los compañeros que tenía en Versalles podían avergonzar hasta a los de la O.N.C.E. si se terciaba. Además ¿qué era lo peor que podía caerme? ¿Unas vacaciones en un castillo? Total, en Figueras o en la Mola haría fresquito pero no caía acero inglés.

No hubo esa suerte. El comandante Fernández debió tener una charla con el general Galera, y ese mismo día llamaron al Montes para una conferencia con Madrid de la que volvió con las orejas coloradas. Con todo, siguió insistiendo en lo de la presencia, que mal no me parecía, que la cara es el espejo del alma y si el alma era española mejor era que fuese bien rasurada, no fuesen a pensar los gabachos y los krauts que éramos una panda de bandoleros. Como a esas alturas ya nos habíamos pillado un par de gabachitas que nos hacían la colada y la plancha, nos alineamos refulgiendo como soles ante el teniente coronel. Yo con la cintita de la Individual, que siempre luce más que la Cruz de San Hermenegildo que paseaba nuestro nuevo amigo.

El Montes tenía como misión, además de dar la barrila, meternos en vereda. Pues al mando no se le había ocurrido mejor idea que organizar una unidad con oficiales de todas las armas y servicios —vamos, que no sería una unidad sino una pluridad, una muchicidad o cómo se diga— para lucirnos ante la concurrencia. Íbamos a participar en un desfile multinacional, y no querían que nosotros diésemos la nota con ese particular gracejo que sabemos sacar a relucir en el momento más oportuno. Hablando en plata, que aunque los alemanes hiciesen el paso de la oca, nosotros no teníamos que hacer el salto del ganso.

Entendámonos, yo eso de las formaciones y los desfiles lo tenía un tanto olvidado, que durante la Guerra Civil éramos más de trinchera que de alinearse, y en los cuatro días que hubo de paz luego no me dio tiempo ni para aprender a ponerme firmes. Que a fin de cuentas eso es cosa de sargentos y reclutas y no de oficiales hechos y derechos, que siempre podemos formar con un poco de relajo mirando con condescendencia a los metepatas que hay en todas las compañías. Menos mal que nos dijeron que no todos íbamos a desfilar a pie, sino montados en coches y en blindados pues por ahí abajo andaban muy orgullosos de lo de Valiño en Estremoz y querían mostrar al mundo que en la Península también nos apañábamos con las máquinas. Mejor aun, como se trataba de lucirse, en lugar de mandarnos algún Pardillo abollado o un Tejón lleno de agujeros, íbamos a recibir directos desde Praga una hornada de preciosos Tejones 2, o Marder 2 para los amigos teutones. No vaya a pensar que eran unos leviatanes con cadenas, sino los Pardillos de siempre pero con el mismo arreglo que los Tejones, aunque viniendo de fábrica era de esperar que estuviese mejor hecho. Lo que no me hizo mucha gracia fue lo del cañón. Los amigos de ČKD —que curiosa esa especie de mezcla de ce y de eñe— sabían que los Tejones iban a ser para la plebe y no para el olimpo alemán. Por eso, en lugar de ponerles esos Pak 40 del siete y medio tan monos que ya había visto cuando mi pase por los panzer, le habían plantado un checo del ocho. Buen cañón pero ni por asomo como el teutón. A cambio hubo otro detalle que me gustó, y mucho, era que le habían metido techo al invento. Luego supe que por sugerencia del comandante Don Félix Verdeja del que luego les contaré. No a todo el mundo gustaba, que estar encerrado en una casamata da agobio, y salir por pies cuando las cosas se ponen que arden resulta más entretenido. Pero las placas de metal vienen muy bien para proteger de la lluvia, sea de agua o de metralla.

Lo mejor de la llegada del bicho fue que yo iba a ser uno de los agraciados con un paseo en blindado. Resultó que como mi medalla y sobre todo la Cruz de Hierro molaban mucho por estos lares, iba que desfilar en un Tejón, de pie, firme y saludando. Mejor, que en tanque se dan menos traspiés que marcando el paso y hasta había una agarradera por los baches. Un solo Tejón II no quedaba demasiado lucido y Montes preguntó a la capital si podrían mandarnos alguno de los otros, pero le dijeron que los Pardillos necesitaban una mano de pintura y que en la chapa de los Tejones había demasiadas ventilaciones por cortesía británica. Vamos, que mis camaradas iban a tener que seguirme en el coche de San Fernando, con el primeraco a la cabeza —a ver qué tal se le daba lo de formar— y yo iba a ser el único en taxi. Desfilar en limusina, aunque fuese con cañón, era buen cambio tras pasadas experiencias.