Publicado: Mar Abr 04, 2017 10:22 am
por Domper
Tras los ensayos con gases, Iván ordenó al grupo que prendiese fuego al poblado Potemkin. Dedicaron horas a extender las llamas hasta que apenas quedaron ascuas. Luego fueron hasta la puerta del campo de los presos. Al llegar vieron que los guardias ya no estaban. Iván alineó a los soldados ante la puerta, que era un marco de alambre de espino, y se dirigió al hombre de la tercera escuadra, el que antes había cuestionado el empleo de gases:

—Kostya, tráeme una cabeza.

—Perdona, Iván, no te entiendo.

—¿No hablo ruso? Te lo explicaré ¿Tienes un cuchillo?

—Ya sabes que sí, Iván.

—Enséñamelo.

El llamado Kostya se lo mostró a Iván. Era un cuchillo de combate del ejército, pero afilado y afinado como una navaja.

—Perfecto. Pues ahora vas al campo y me traes una cabeza. Quiero que sea morena, de ojos azules. Tienes cinco minutos —dijo mientras sacaba un reloj.

El tal Kostya salió corriendo, abrió la puerta y la cerró tras pasar. A los cuatro minutos trajo un objeto del que chorreaba sangre.

—Bien. Déjalo allí. Sergei, ahora quiero unas manos. Que sean del mismo juego. Petya, tú me traerás unos pies. En la cabaña de las herramientas encontraréis hachas.

—¿Qué quieres que hagamos con sus dueños?

—¡Qué más me da! Son enemigos del Estado. Haced lo que os digo.

Uno a uno los despojos sangrientos fueron acumulándose. Las “misiones” se hicieron cada vez más comprometidas pues los gritos de alarma estaban corriendo por el campo y muchos internos habían salido de sus barracones. Algunos estaban tratando de superar las alambradas, pero se habían enredado en ellas. Otros habían formado grupos que esgrimían sus herramientas de trabajo para defenderse.

No costó mucho que llegase el turno de Olexiy.

—Olexiy, ya vi lo bien que te manejas con el cuchillo en tu excursión por el bosque. Vamos a ver qué tal lo empleas ahora. Quiero ojos. Una docena. No me importa el color.

El soldado asintió. Sacó su cuchillo y se dirigió al campo, pensando que Iván no había establecido normas ni tampoco había indicado ningún tiempo. Por entonces los presos, que sabían lo que les esperaba, se estaban organizando, y Olexiy comprendió que si se enfrentaba con ellos no tendría ninguna oportunidad. Pero las órdenes pueden cumplirse con brutalidad o con ingenio. Se fijó en que varios de los prisioneros seguían atrapados en el alambre de espino, que era demasiado denso y se había enredado en las ropas de los que trataban de saltar la barrera. Olexiy entró en la barraca de las herramientas hasta encontrar unos alicates y el mango de un pico. Luego entró en el campo, se dirigió al primer cadáver que encontró —era el que había matado Petya— y le quitó el gorro y arrancó un paño de la chaqueta acolchada. Volvió a salir y con los alicates cortó un buen trozo de alambre de la alambrada exterior, y protegiéndose las manos con los trapos lo ató al palo formando una lazada. Luego entró en el espacio entre las dos líneas de alambradas que cerraban el campo, y se acercó a uno de los presos que estaban atrapados en el alambre de la valla interior. Con el lazo de alambre lo enganchó, y entonces lo degolló y le sacó los ojos, que dejó caer en el gorro que había tomado. Hizo lo mismo con otros cinco y luego presentó su cosecha a Iván.

—Bien, bien, veo que tienes recursos. Bueno, se acabaron los juegos. Vais a limpiar el campo. Organizaos como queráis, usad lo que encontréis pero no quiero que queden testigos.

Una treintena de hombres con cuchillos no lo tenían fácil contra los cientos que, desesperados y pretendiendo llevarse a alguno de sus asesinos con ellos, se habían reunido en el otro extremo del campo. Algunos habían arrancado tablas de sus barracones, y otros, empleando ropas para protegerse, habían conseguido superar la alambrada interna. Un grupo había formado una línea para defenderse de los asesinos.

—Vamos a buscar herramientas en la cabaña —dijo Kostya, que parecía haber perdido sus escrúpulos— y luego acabaremos con ellos.

A Olexiy no le gustó mucho la propuesta—: mirad esos de allí: están a punto de saltar al bosque y si lo consiguen nos costará mucho encontrarlos. Vamos a hacerlo de otra manera.

Los soldados al ver que Olexiy tomaba el mando se subordinaron instintivamente, mientras recibían las órdenes.

—Kostya y los demás de la tercera escuadra, tomad mi palo y las hachas de Sergei y Petya, e id a patrullar la valla por fuera para que nadie salte. Grigorii, quédate con la cuarta escuadra para proteger la puerta. Los demás vamos a buscar armas.

En la cabaña de herramientas tomaron cuatro picos y la media docena de hachas que había. Con ellas cortaron varias ramas y ataron los cuchillos a los extremos, para fabricar lanzas improvisadas. Con las hachas rompieron el revestimiento de la pared para fabricar rudimentarios escudos. Luego Olexiy llevó a las dos escuadras al espacio entre ambas vallas, matando a la docena de presos que habían conseguido superar la primera y que pensando estar más cerca de la libertad habían quedado aislados de sus camaradas. Entonces la tercera escuadra, la de Kostya, pasó a vigilar ese espacio, mientras la cuarta seguía guardando la puerta. Las otras dos entraron en el campo, donde dieron caza a los presos que estaban separados. Los prisioneros, aunque solo llevaban listones y estaban debilitados por el hambre y el frío, se agruparon para resistir a los soldados. Olexiy formó una cuña que, protegida con los escudos y empuñando las lanzas improvisadas, atacó a la masa. Con la ventaja que da la distancia, hirieron a los presos hasta que estos perdieron el ánimo y escaparon para refugiarse en los barracones. Olexiy ordenó rematar a los heridos, mientras miraba las barracas. Allí esperaban los presos; sabían que no podrían escapar pero intentarían llevarse consigo a los primeros soldados que se asomasen por la puerta o las ventanas.

No era esa la intención de Olexiy. Dejando a sus hombres vigilando, se volvió hacia la entrada, tiró abajo la puerta de la caseta de los guardias y la registró hasta encontrar varias botellas de vodka y algunas pastillas de margarina. Embardunó con las grasas unos trapos, los ató a las botellas, y fue hacia el primer barracón acompañado por dos escuadras. Una bloqueó las salidas, la otra, empleando las lanzas, alejó a los presos de una ventana, por la que Olexiy lanzó dos botellas incendiarias. Luego solo fue cuestión de bloquear las salidas hasta que el barracón ardió por los cuatro costados. Lo mismo hizo con otro. Del tercero algunos intentaron escapar por las ventanas, con los harapos en llamas, solo para ser finiquitados por los soldados. Los presos de las dos últimas barracas salieron corriendo, pero fue fácil matarlos uno a uno.

Iván entró en el campo y le gritó a Olexiy.

—¿Quién te ha autorizado a quemar los barracones?

—Me diste orden de limpiarlos como fuese. Lo he hecho con fuego.

—Pues has hecho bien y me has ahorrado trabajo. Quemad los demás. Estad atentos por si queda algún reaccionario escondido.

Durante las dos horas siguientes fueron incendiando el resto del campo y matando a los pocos presos que aun seguían ocultos.