Publicado: Sab Mar 18, 2017 6:35 pm
por Domper
Capítulo 11

Quiero sacar a luz todos los secretos de vuestro fondo; y cuando estéis expuestos, escarbados, al sol, también vuestra mentira estará separada de vuestra verdad.

Friedrich Nietzsche


Los treinta mejores reclutas fueron reunidos en un barracón. Ahí entraron dos hombres: uno era cetrino, con aspecto mediterráneo. Otro era delgado y tenía unas facciones finas y pecosas, casi traviesas. Olexiy no se llamó a engaño: serían guerreros tan duros como él.

Cuando entraron los treinta hombres se pusieron en pie: tras el revés que había significado la Guerra de Invierno, la Unión Soviética había comprendido lo necesario de la disciplina y el respeto. Formaron en cuatro escuadras de cinco hombres. La de Olexiy incluía a Victor que sería su pareja, Arkhip con Emelyan, más un francotirador, Irakli. Las otras escuadras eran las de Andrey, Eduard y Grigorii. Otros cuatro hombres formaron con los recién llegados, y quedaba media docena de hombres sin asignar: se trataba candidatos que habían superado la prueba del bosque pero que eran menos prometedores, y que si seguían era para suplir posibles bajas.

El hombre de facciones aniñadas se dirigió a los hombres. Les dijo que se llamaba Iván y que iba a ser su jefe. El moreno, Pavel, iba a ser el segundo. No les dijo sus grados: en lo sucesivo iban a prescindir de la parafernalia militar y se tratarían como camaradas. Eso no querría decir que fuesen la sección más dura de toda la Rodina; pero la disciplina no se rebajaría a llevar uniformes pulcros o a saludar a los mandos. Tampoco sería una obediencia ciega: Iván les dijo que al ser veteranos inteligentes esperaba que supiesen reaccionar ante situaciones cambiantes. Finalmente animó a los hombres a que lo interrumpiesen si tenían alguna duda.

Olexiy se fijó en que hasta ahora no se había dicho ni una palabra de política. Como si le leyese la mente, Iván siguió.

—Camaradas, esto no va a ser una charla de zampolit. Sois servidores seleccionados de la Patria y no es necesario insuflar vuestro ánimo con propaganda barata. Las soflamas son para los tontos; vosotros ya sabéis cuál es vuestro deber. Pensad tan solo en que nuestra acción ayudará al pueblo a librarse de los tiranos.

Luego ordenó a los hombres que se presentasen uno a uno: tenían que conocerse unos a otros como si fueran amigos de toda la vida. También asignó las funciones. Su escuadra sería la de mando. Las de Olexiy, Andrey y Eduard, de asalto, y la actuaría Grigorii como apoyo.

Fue Grigorii el primero en preguntar—: ¿No nos faltará potencia de fuego? Mi sección es la única que tiene dos fusiles ametralladores. Los demás solo llevan metralletas, fusiles y bombas. Supongo que nuestros objetivos estarán muy bien defendidos y no creo que nos baste solo con la sorpresa.

—Bien pensado, Grigorii, ese es el espíritu. No es tontería lo que dices, y todos vosotros, que sois veteranos, sabéis de la importancia de las armas de apoyo. Pero se trata de una operación clandestina, en territorio enemigo ¿Cómo íbamos a poder llevar allí un cañón, ni siquiera un mortero? Tendremos que suplirlos con entrenamiento y con valor. Con todo, algo llevaremos —Iván ordenó a los hombres que le siguiesen hasta un pequeño almacén, donde había unas cajas.

—Olexiy ¿te importará ir abriéndolas? Con mucho cuidado.

Al soldado no le gustó mucho lo que encontró en las primeras cajas. Conocía las armas por haberlas visto en manuales, no por haberlas empleado: subfusiles MAS-38, un par de ametralladoras ligeras M29, y fusiles MAS 36, un arma precisa, tremendamente resistente, pero con el bonito detalle de carecer de seguro. En otra caja encontró bombas de varios tipos. Unas eran unas minas magnéticas de un sistema de “carga hueca” capaz de atravesar un tanque. Otras eran “limonka”, las bombas de mano de diseño francés fabricadas en Rusia. Buenas herramientas pero nada que supusiese gran diferencia en un apuro.

—Olexiy, abre esa otra caja pero con mucho cuidado.

Ahí encontró unos cilindros parecidos a latas de conserva.

—Ve con tiento —dijo Iván—. Son bombas de gas mostaza.

—¿Vamos a usar gases venenosos? Pensaba que estaban prohibidos —dijo un tal Kostya de la tercera escuadra.

—Esas prohibiciones son artimañas capitalistas para arrebatar al pueblo las armas que necesita para lograr sus objetivos —respondió Iván—. Las emplearemos para sacar a los fascistas de sus nidos. Pero primero nos entrenaremos con ellas.

Iván les mostró el equipo que iban a usar: máscaras que les cubrían la cara, guantes para las manos, y unos uniformes que parecían acartonados, tratados con sustancias químicas que antagonizaban el gas mostaza.

—Iván —dijo Ilya, un soldado de la segunda escuadra— ¿No te parece que esos uniformes no nos darán suficiente protección contra los gases?

—No os preocupéis, que menos defensa tendrán los fascistas.

Las ropas eran duras, olían mal, y hacían sudar incluso en el frío invernal. También costaba respirar con las máscaras puestas. Enfundados con el equipo de protección hicieron marchas y carreras, y luego se entrenaron con las bombas de gas. También aprendieron a usar las nuevas armas, que a fin de cuentas tampoco eran tan diferentes a las soviéticas. Finalmente, repitieron los ejercicios en el poblado Potemkin —esta vez ya no por escuadras sino la sección al completo— envueltos por las nubes amarillentas de los gases. Se entrenaron en asaltar el palacio del centro del poblado una y otra vez. Fueron ejercicios difíciles: Ilya, el que había protestado por los uniformes, sufrió un colapso durante una marcha, y cuatro hombres tuvieron que ser reemplazados tras sufrir quemaduras químicas.