Publicado: Dom Mar 05, 2017 9:17 pm
por Domper
José Manuel Martínez Bande. La campaña de Canarias. Servicio Histórico Militar. Madrid, 1977.

La sustitución del coronel Pimentel por el general Muñoz Grandes, nuevo comandante del recién creado Cuerpo de Ejército de Gran Canaria dio impulso a la contraofensiva española, gracias a la llegada a la isla de refuerzos y de importantes cantidades de suministros tras la batalla del Cabo de San Vicente y la incursión en Freetown. Se esperaba que la superioridad de la aviación hispanoalemana en Tenerife, Fuerteventura y el Sáhara, junto al aislamiento al que estaban sometidas las fuerzas canadienses, permitiesen una fácil victoria que culminase con la reconquista de la isla.

El mando español pensaba que la guarnición canadiense, mandada por el general Roberts, estaba en situación muy delicada. Estimaba que había quedado reducida a cuatro brigadas incompletas, desmoralizadas, escasas de municiones y en malas condiciones sanitarias. Sin embargo el cálculo español resultó excesivamente optimista. Aunque Roberts había perdido una brigada en Fuerteventura y un regimiento en Lanzarote, la evacuación de las islas occidentales había permitido reforzar la guarnición. Además había suplido sus bajas incorporando al ejército al personal de la marina y de la fuerza aérea presente en la isla. También llegaban refuerzos procedentes de la metrópoli transportados por buques rápidos e incluso submarinos. Roberts se había retirado a la línea Telde –Santa Brígida – Teror – Gáldar para concentrar sus tropas en un frente más corto y fácilmente defendible, aunque implicaba renunciar a Gando. En todo caso no podía emplear la base tras la destrucción de las fuerzas aéreas en la isla, y podía negarla a los españoles mediante el fuego de la artillería terrestre y sobre todo naval.

Por otra parte, el terreno impuso a las fuerzas de Muñoz Grandes similares dificultades a las padecidas por los británicos cuando luchaban contra los guerrilleros. Aunque los españoles partían de posiciones a mayor altura que las británicas, el relieve era muy abrupto, con estrechos valles separados por sierras de paredes casi verticales. Lo angosto de valles y barrancos impedía progresar por ellos, y las sierras que los dominaban no solo eran muy estrechas sino que al estar muy próximas unas a otras permitían el apoyo mutuo. Había multitud de quebradas y brechas aptas para la resistencia a ultranza. Los espacios de relieve más dulce estaban cubiertos de cultivos con taludes reforzados con mampostería, alquerías, aldeas e incluso localidades de cierto tamaño que habían sido fortificadas. La abundante vegetación, que hubiese podido dar cobertura a los atacantes, había sido talada por los defensores o resultó arrasada durante los combates. No menos importante, la franja costera oriental, que tenía menores dificultades orográficas, era frecuentemente bombardeada por cruceros británicos. En ese sector los canadienses podían apoyarse en las casas de Telde, la segunda ciudad en tamaño de la isla, y en la sierra que la dominaba por el norte.

La actividad de los grupos aéreos basados en Tenerife y Fuerteventura había obligado a la Royal Navy a prescindir de los convoyes convencionales y emplear en su lugar destructores anticuados transformados en transportes rápidos, que podían situarse más allá del alcance de la aviación, acercarse por la noche y descargar, para partir esa misma noche o esperar a la siguiente, amparados por las baterías antiaéreas del Puerto de la Luz. Sin embargo eran barcos con capacidad reducida, mientras que las necesidades de Roberts eran muy importantes debido a la necesidad de alimentar a la población civil de la isla, que previamente al contrataque español había sido concentrada en el norte intentando contener a la guerrilla. En diciembre, dos terceras partes de los suministros transportados fueron de alimentos para los refugiados, y aun así resultaron insuficientes: cuando se produjo la ofensiva española ya habían perecido unos veinte mil canarios por inanición o a causa de enfermedades agravadas por la desnutrición. En diciembre Roberts se enfrentaba a una catástrofe humanitaria; aunque hasta ese momento sus tropas habían tratado con poca misericordia a los canarios, el general temía por sus hombres en caso de derrota. Por tanto llegó a un pacto con Muñoz Grandes, mediado por la Cruz Roja, según el cual se permitiría la evacuación de los civiles en buques de pasaje con bandera argentina. Una vez firmado el acuerdo Roberts restringió las partidas de alimentos destinadas a la población, aunque los buques argentinos de suministros y de pasaje se retrasaron. Cuando llegaron el general canadiense, incumpliendo el pacto alcanzado, reservó para sus tropas buena parte de las provisiones recibidas y, tras la evacuación, suspendió casi por completo la entrega de provisiones a la población que quedaba. Esta seguía siendo bastante numerosa pues se había retenido a los varones entre quince y cincuenta años que pudieran ser alistados, a las mujeres jóvenes solteras, aduciendo que podrían contribuir al esfuerzo de guerra enemigo, y a muchas familias completas, bien porque pudieran correr peligro de caer en manos españolas por sus tendencias republicanas, o como castigo por haberse significado apoyando a la guerrilla. Solo cuando la situación se hizo crítica y los canarios empezaron a morir cada día por cientos, Roberts permitió el paso de los más debilitados a la zona española, donde tampoco sobraban los alimentos. En total, se calcula que en los seis últimos meses de 1941 y en los primeros de 1942 perecieron cincuenta mil canarios, siendo la mortalidad especialmente elevada entre los niños y ancianos que no habían sido evacuados. No acabó ahí el calvario de los desplazados, pues en las islas ya reconquistadas por los españoles la agricultura apenas bastaba para alimentar la población preexistente y no había reservas. El gobierno español solicitó que la Cruz Roja enviase cargamentos de productos de primera necesidad desde Argentina, pero el gobierno británico, deseoso de agravar el bloqueo a la Unión Paneuropea, rechazó conceder los salvoconductos. Similar argumento sería empleado poco después contra Gran Bretaña.

El general Muñoz Grandes, aunque tenía superioridad marginal sobre los canadienses, especialmente tras la llegada de las divisiones 50ª y 74ª, carecía de la masa artillera necesaria para romper las fuertes defensas enemigas. Se pretendía suplirla con la aviación basada en Tenerife y en Fuerteventura, pero en el norte de Gran Canaria, durante el invierno, es habitual la formación de una capa de nubes bajas que impiden la actuación de los aviones. Por otra parte el Cuerpo de Ejército de Gran Canaria también afrontaba sus propios problemas de abastecimiento por no disponer del dominio del mar. Aunque tras los combates de San Vicente y de Freetown las unidades pesadas de la Royal Navy se habían retirado a las Azores, en la costa marroquí actuaban submarinos británicos que operaban desde las Azores y luego desde Madeira cuando se reconstruyó la base. A pesar de los esfuerzos de los buques de escolta españoles, franceses, italianos y alemanes que intentaban dar protección a la navegación, y de navegarse a la vista de la costa resguardándose en campos de minas, las pérdidas fueron graves y en diciembre el 30% de los buques enviados fueron hundidos. Existía una línea ferroviaria que comunicaba los puertos mediterráneos con el sur de Marruecos, pero su rendimiento era escaso y tampoco había puertos adecuados al sur de Agadir. Un puente aéreo entre Tarfaya y las Canarias permitía transportar al personal de refuerzo y los suministros más necesarios, pero resultaba insuficiente para las necesidades de las fuerzas en Canarias. Además los grupos aéreos basados en Fuerteventura y en Tenerife requerían grandes cantidades de combustible y munición, dejando aun menos capacidad de carga disponible para las fuerzas de Muñoz Grandes. Otro problema fue que los suministros se descargaban en el sur de Gran Canaria, y los bombardeos ingleses de la carretera costera obligaron a emplear las rutas del interior, en mal estado y que no permitían el paso de vehículos pesados. Fue necesario trasladar a la isla gran número de semovientes para que pudiesen transportar provisiones y municiones por los difíciles caminos de la montaña, sobrecargando aun más el puente aéreo.

A pesar de los inconvenientes, la 50º división pasó al ataque y con gran espíritu consiguió tomar la mayor parte de Telde, pero los intentos de tomar las colinas al norte de la ciudad fracasaron. Un segundo asalto en Valsequillo también fue rechazado, y lo mismo ocurrió con un tercero en la Herradura. Muñoz Grandes comprendió que mientras los británicos siguiesen controlando la montaña de Las Palmas progresar por el sector sería imposible, por lo que trasladó la ofensiva al interior. La 74ª división atacó en Teror y, tras intensos combates con gran coste para ambos bandos, consiguió expulsar al quinto batallón (Huntingdonshire) del regimiento Northamptonshire (una unidad territorial británica trasladada como refuerzo a la isla) de las ruinas de la ciudad, pero el avance fue detenido en Guanchia. Tras perder la tercera parte de la infantería de sus dos mejores divisiones, Muñoz Grandes renunció a realizar nuevos ataques hasta que no dispusiese de armamento pesado y no mejorase su abastecimiento. Fue por ello que a mediados de febrero las operaciones ofensivas se detuvieron, aunque prosiguió una intensa actividad de patrullas. Ambos bandos entendieron que para proseguir las operaciones sería preciso el envío de refuerzos, armamento pesado y municiones.