Publicado: Lun Feb 06, 2017 12:40 am
por Domper
Al caer la noche William se arrastró por la trinchera de comunicación. Le habían advertido que tuviese cuidado, que había Dons que veían como gatos; el sonido de un disparo alejado confirmó que había alguno de caza. A rastras, tardó casi una hora en llegar al lugar a resguardo de un farallón donde la compañía descansaba. Mostrando su plato se unió a la cola. Cuando llegó su turno el cocinero le correspondió con una cucharada de potaje y una rebanada de pan duro como la piedra.

—¿No le gusta el servicio, señoría? ¡Arreando que no tenemos toda la noche!

William intentó ingerir una pasta que venía a quedar entre el engrudo y la masa de modelar, de la que colgaban churretes de algo blando y pringoso. Partió el pan en trozos y lo mezclo con la bazofia a ver si se ablandaba. Luego intentó ingerirla, rumiándola poco a poco, hasta que un retortijón le obligó a echarla por la borda.

—¡Cuida con lo que vomitas, que no estás solo! —refunfuñó un compañero.

Apremiado por la urgencia William buscó algún rincón reservado. Cuando volvió ya no quedaba nada del condumio.

—Como no lo querías tampoco lo iba a dejar para los Dons.

William alzó la mano pero vio que el ladrón llevaba galones de cabo. Se resignó e intentó acomodarse para pasar la noche. Cada poco oía el retumbo de las explosiones. Hacia el norte, de repente, el horizonte se encendió.

—¡Bien por la Marina! —empezó a corear.

Los proyectiles rugieron como trenes expresos y cayeron no mucho más allá. William siguió gritando hasta que un veterano le recriminó.

—Deja de animar a esos merluzos que no pueden oírte. Además solo disparan por quedar bien, no creas que apuntan a algo. Bastante es que no nos hayamos comido alguno de sus regalos. Luego se van a descansar en sus camarotes mientras el camarero les sirve su ración de grog. Nosotros nos quedamos aquí a chupar barro.

Entonces se oyó un silbido y todos se lanzaron a tierra. Al momento estalló un proyectil no lejos de donde estaban.

—¿Ves? Ese ha debido ser un Pichi. Mucha fuerza no tienen pero sí una puntería de cojones. Los limeys cabrean a los Dons que luego la pagan con nosotros. Menos mal que los Dons tampoco tienen muchos pepinos, o las pasaríamos putas.

La noche transcurrió entre explosiones. Poco antes del amanecer empezó a llover otra vez, añadiendo más miseria a la vida de los soldados. William apenas había descansado cuando vio que se formaba la fila para el rancho. Allí le dieron otro trozo de pan, esta vez ya no seco sino enmohecido, y una lata de sardinas. Un compañero le comentó que los españoles de arriba de la montaña también eran aficionados al laterío. Iba a contestarle cuando otro apretón le obligó a agacharse para abonar la tierra. Se estaba subiendo los pantalones cuando un sargento hizo pitar un silbato.

—Todos para arriba.

La compañía empezó a ascender por la empinada ladera. Subiendo por el camino serpenteante William pensó que las vistas serían maravillosas si alguna vez se iba la condenada niebla; pero luego comprendió que si él podía ver, también le verían. La bruma les protegió y llegaron a lo alto de la colina sin incidentes, pero varios compañeros quedaron por el camino derrotados por la diarrea. Los demás se introdujeron en las trincheras que cubrían la estrecha cresta y se prepararon para defenderlas. Justo a tiempo, porque entonces empezaron a caer los morterazos. Una Vickers desgranó una carcajada hacia la derecha, y luego el tiroteo se generalizó. El soldado intentó ver algo pero solo había niebla y humo. Escuchó el estampido seco de las bombas de mano, señal que los españoles estaban cerca, pero luego todo acabó. Varios veteranos vitorearon, diciendo que habían derrotado un asalto. Pero William no había visto nada.