Publicado: Sab Feb 04, 2017 10:25 pm
por Domper
—¿Hay algún cazador en la sección? Pelo o pluma, poco importa ¿Algún escopetero?

El teniente Padrós seguía buscando pero los reclutas, aun llevando cuatro días en el ejército, ya sabían que en la mili voluntarios ni para el rancho, y menos ahí, donde los ingleses premiaban a los espontáneos con medallas de plomo. El oficial juró un par de veces y al final habló con el sargento Ballarín, que pegó un berrido.

—¡Curilla! ¡Dónde leches te has metido!

—A sus órdenes, mi sargento —dijo Eustaquio resignándose.

—¿No pone en tu cartilla que tiras bien? ¿Es que no quieres servir a la Patria?

—Mi sargento, le di a la diana pero debió ser suerte. Era seminarista y no cazador —el recluta pensó que allá arriba le disculparían la mentirijilla. Había cazado una miríada de bichos pero no quería anotarse nada que tuviese alma.

—Me importa una p***a que acertases por suerte o porque pasase un ángel. Ve zumbando con el sargento Atienza que él te explicará. No penes que pronto estarás en un sitio mejor —dijo el sargento mirando hacia lo alto.

El humor negro del suboficial era lo último que le faltaba al recluta. Se acercó hasta el otro suboficial, el que por sus ropas parecía un pordiosero. Eustaquio sabía del rango que tenía porque se lo habían dicho, pero en eso que hacía pasar por uniforme no se veía ninguna insignia. El suboficial lo miró de arriba abajo y empezó a preguntarle.

—¿No eras tú el seminarista? Mejor, que en mi comarca los curas eran los más escopeteros ¿Tú cazabas?

Eustaquio notó que el sargento estaba mirando como empuñaba el arma, y supo que no podría engañarle.

—Un poco, mi sargento. De crío con tirachinas, luego en las vacaciones del Seminario salía con mi padre a gastar unos granos de pólvora.

—¿Vacaciones? ¿Cazabas en verano? Vaya furtivo que estás hecho. Después te confesarías.

—Mi sargento, siempre llevábamos una perdiz o algún conejo a la parroquia. Para los pobres.

—¡P’al pobre cura, me imagino! —dijo Atienza riendo—. Me gustas. Si cazabas con tirachinas será porque sabes acercarte a los bichos. Mejor, porque aquí me dedico a otra caza que es un poco respondona. Más vale que sepas disimulo o no durarás mucho conmigo. Pero primero veremos si dices verdad ¿Ver esa chumbera? ¿La que está a cincuenta pasos?

—Claro, mi sargento.

—Pues entonces me dices en qué lado está la flor.

Eustaquio señaló un punto de color en una pala a la derecha.

—Quiero que la desmoches. Tienes tres tiros. Tómate tu tiempo y hazlo bien.

El antiguo seminarista pero también cazador miró la hierba y vio que la sacudía un vientecillo que podía desviar el proyectil. Además no conocía su fusil, que le habían entregado en Algeciras pero que no había usado aun. Cargó el primer cartucho y apuntó a una piedra situada en una ladera. Disparó y vio que la bala se había ido una mano a la derecha y abajo. Entonces encaró la chumbera, compensó la desviación, respiró suavemente y mientras espiraba apretó el gatillo. La flor se deshizo. Sobraba un disparo.

—Bien, bien. Buen truco lo de ensayar con la ladera.

—Como no había podido regular el fusil he tirado para hacerme idea del ajuste. Es un truco que usábamos por Artajona para no espantar la presa.

—Me parece que nos llevaremos bien. Aunque —siguió el sargento mientras miraba a Eustaquio de arriba abajo— ¿Tú no tendrás reparos en matar herejes?

—Mi sargento…

—Me lo imaginaba. Todas esas pamplinas del no matarás que os meten en la mollera. Sepas que lo de no matar es a personas y los herejes no lo son ¿Entendido? Son ralea, hijos indignos de una loba y Satanás que no merecen ni el plomo con el que los envío al infierno. Pero no te preocupes que no tendrás que disparar.

El sargento explicó al navarro cuál sería su papel—: Los pacos —le gustaba usar esa palabra de sabor africano— no vamos solos. Por lo menos los que seguimos vivos. Yo necesito un ayudante que vigile por mí y que me guarde las espaldas. Lo que tienes que hacer es adelantarte y revisar el terreno con cuidado, mirando que no haya ningún vivales jugando a lo mismo que nosotros. Eso sin dejarse ver, pero no hará falta que se lo explique a un cazador ¿no? Luego yo me iré por delante mientras tú vigilas con estos prismáticos —le entregó unos excelentes Zeiss. Que ves peligro, me silbas, y yo lo dejaré para otro rato. Que ves que disparo, te fijas en si acierto o no. Y si salen los herejes a darme caza, me tienes que defender, que yo con todos no podré ¿Estamos? Ahora vamos a arreglarte un poco.

El resto de la tarde Eustaquio, que nunca había cosido, aprendió a emplear aguja e hilo prendiendo de su ropa tiras de tela de arpillera, hasta que acabó pareciendo un mendigo andrajoso como Atienza. Comprobó que cuando el sargento se quedaba quieto era casi imposible verlo, porque las tiras manchadas de tierra rompían la silueta. También cambió el casco por un gorro cuartelero con hierbajos prendidos. Tuvo que descoser las insignias, y cubrir las hebillas metálicas con telas. Finalmente Atienza revisó con cuidado el equipo comprobando que no hubiese nada que pudiese golpear y hacer ruido. Menos le gustó al ex seminarista mancharse la cara con el sucio barro del lugar. Cuando el soriano estuvo satisfecho le ordenó que le siguiese.