Publicado: Mar Ago 09, 2016 2:17 pm
por Domper
Reichenbach-Klinke ordenó confirmar la recepción del mensaje; luego permaneció en silencio radiofónico, que solo rompería tras efectuar el ataque. A partir de entonces permaneció a la escucha de las indicaciones de los Condor que lo guiaron hacia una posición en la ruta del convoy. Este efectuó varios cambios de rumbo, siendo el U-217 advertido. Cerca ya de la posición de ataque el Java detectó las emisiones de otros radiotelémetros alemanes; entonces empleó un radioteléfono de corto alcance para ponerse en contacto con sus vecinos, que resultaron ser los U-155, U-158, U-162 y U-558. Los submarinos se distribuyeron los flancos por los que iban a atacar y esperaron la llegada del convoy.

Finalmente el Java del U-217 detectó emisiones de un radiotelémetro inglés: debía ser el de alguno de los escoltas del convoy. El capitán ordenó apagar el propio, para evitar que le delatase, y se mantuvo unas millas ante su objetivo. Cuando oscureció el capitán llevó al U-217 hacia el convoy, encendiendo el radiotelémetro a intervalos irregulares: si se emitían unos pocos pulsos era improbable que fuese detectado, y en cualquier caso precisaba conocer la situación y disposición del convoy. La pantalla del radiotelémetro mostró una gran masa de buques que se confundían entre sí, pero también un eco más cercano y más pequeño: un escolta que iba a convertirse en objetivo. El sumergible disminuyó su andar a doce nudos para no dejar estela, mientras seguía acercándose.

El capitán estaba en la torre, intentando ver algo en la negra noche, mientras el segundo estaba en la cámara de combate, controlando el sumergible. Dieter, encargado de los instrumentos electrónicos, informaba al capitán por el intercomunicador.

—El objetivo se mantiene en rumbo 240 a catorce nudos. Distancia siete quinientos. El Java no detecta emisiones.

La distancia fue cayendo hasta que el capitán consiguió ver el objetivo. Fue informando a la dotación con el intercomunicador, para que conociese sus intenciones.

—El blanco es un destructor pequeño o un cañonero. No parece habernos visto. Dieter, dame una distancia.

—Dos mil ochocientos metros, señor —dijo el teniente tras emitir un pulso con el radiotelémetro Tümmler.

El capitán dejó que la distancia disminuyese, pero cuando era solo de mil ochocientos metros veía tan claramente a su presa que decidió disparar. Apuntó el binocular de la dirección de tiro hacia el barco inglés.

—Preparen tubos uno y tres. Tiro de velocidad. —Apuntó a la proa del enemigo—. Marcación. —Luego hizo lo mismo con la popa. En la cámara de combate el segundo introdujo la velocidad estimada del blanco en la dirección de tiro principal, que ya había recibido las marcaciones de la del puente. Según las indicaciones del computador de tiro se regularon los sistemas de dirección de los torpedos.

—Fuego el uno, fuego el tres.

Los dos torpedos salieron de los tubos de proa. El submarino no apuntaba a su blanco, pero eso no era problema para las armas alemanas: cada torpedo tenía un sistema giroscópico, y tras salir del tubo describió una curva hasta quedar encaminado hacia el objetivo. El U-217 había disparado dos modernos G7e/T3, con espoleta magnética, que no necesitaban impactar para estallar sino que lo hacían bajo la quilla de los barcos enemigos. Los dos torpedos siguieron con rumbos ligeramente divergentes, sin dejar estela al tener propulsión eléctrica.

Un fogonazo mostró que el barco enemigo les había visto y estaba disparando, pero el cañonazo se perdió.

—Timonel, caiga 40° a babor —ordenó el capitán—. Deiter, enciende el radiotelémetro —el sigilo era la inútil—. El blanco está virando pero ya es tarde.

Segundos después una columna de agua se elevó en la proa del barco enemigo, que quedó muerto sobre el agua. El U-217 permaneció en las proximidades, pero el barco enemigo parecía negarse a hundirse. Reichenbach-Klinke decidió rematarlo.

—Preparen tubo tres para tiro de velocidad. Marcación. Fuego el tres.

El torpedo desapareció en las aguas. El submarino esperó, pero tras esperar unos minutos no ocurrió nada.

—Maldición. Preparen tubo cuatro. Tiro de velocidad. Marcación ¡fuego el cuatro!

Esta vez el torpedo funcionó correctamente, y segundos después el barco enemigo se partía en dos al estallar la cabeza de combate de 280 kilos de Hexanita bajo la quilla.

—Capitán, buque enemigo a 90° y a 3.700 metros en rumbo de colisión. Alta velocidad, la estimo en más de veinticinco nudos —dijo Dieter: el radiotelémetro había localizado a un buque que se lanzaba contra el submarino y que aun no era visible: otro escolta, que intentaba auxiliar a su compañero ya condenado, se dirigía hacia el U-217.

—Timonel, 30° a estribor. A toda máquina.

El submarino intentaba alejarse del escolta que se hundía, para que el otro barco inglés no les descubriese. Vana esperanza, porque el radiotelémetro mostró que el recién llegado modificaba su curso.

—Capitán, el nuevo contacto está emitiendo con su radiotelémetro.

—¡Inmersión de emergencia! —ordenó el capitán. Si el enemigo tenía radiotelémetro de nada servía intentar escapar en superficie, ya que eran superados en velocidad y armamento, y los tubos de proa estaban vacíos. El segundo ordenó abrir los lastres, pasar a motores eléctricos, y poner los hidroplanos en máxima depresión, para que la velocidad del submarino lo impulsase bajo las aguas. El U-217 ya había sumergido la proa cuando el capitán, el último en dejar la torre, se dejó caer por la escotilla y la aseguró. Con los motores eléctricos a máxima potencia el submarino se sumergió rápidamente.

Ya en la cámara el capitán se hizo cargo del buque. Siguió vigilando el indicador de profundidad, y cuando pasó de 40 metros ordenó navegación silenciosa y virar hasta ofrecer la proa al barco atacante. El enemigo, que con esa velocidad solo podía ser un destructor, estaba tan cerca que la dotación del U-217 podía escuchar el batir de sus hélices. Pero la maniobra ordenada por el capitán resultó efectiva: estando de proa el ASDIC del barco inglés no consiguió un retorno suficientemente potente. El comandante del destructor, al perder el contacto con el U-217, debió creer que era porque el sumergible estaba bajo la capa de inversión térmica. Aun así desde el submarino se apreció como el destructor pasaba a corta distancia, y poco después se vieron sacudidos por las explosiones de doce cargas de profundidad, que estallaron no tan cerca como para causar daños pero sí para sacudir al sumergible..

—Sigan descendiendo hasta los 120 metros. Rumbo 180°.

El submarino viró hasta apuntar de nuevo con la proa en la dirección en la que estaba el destructor enemigo. Este se acercó, utilizando su ASDIC para buscar al submarino. En algún momento debió notar algo porque lanzó otro rosario de cargas, que estallaron inofensivamente a varios cientos de metros del U-217.

—Capitán, dos explosiones lejanas —el operador de los hidrófonos había detectado algo: probablemente otros submarinos alemanes se habían sumado al ataque. Aun así el destructor se mantuvo sobre el U-217 durante media hora: probablemente no trataba de hundirlo, pues resultaba improbable que retomase el contacto, sino para obligarlo a que siguiese en inmersión y no pudiese dar caza al convoy. Poco después los hidrófonos detectaron el cambio de régimen de las hélices: el enemigo se alejaba.

El capitán esperó aun media hora antes de ordenar subir a cota periscópica: era posible que hubiese algún otro barco que los buscase y que estuviese vigilando con sus hidrófonos. Una vez cerca de la superficie elevó el periscopio de observación, pero no consiguió ver nada.

—Dieter, eleva la antena del Java y haz un barrido.

La antena afloró sobre las aguas y empezó a emitir pulsos. Inmediatamente apareció en la pantalla el eco de un barco enemigo.

—Capitán, contacto a tres mil metros.

—Abajo el Java. Periscopio de ataque arriba.

El capitán miró en la dirección indicada por el radiotelémetro y por fin consiguió ver algo: la pobre luz del amanecer empezó a dibujar un objeto triangular con dos surtidores de espuma a cada lado: un barco que, navegando a toda máquina, trataba de pasar por ojo al sumergible.

—Viene a por nosotros, pero no le va a ser sencillo. Tubos uno a cuatro, tiro de velocidad. Timonel, rumbo 230°.

El submarino apuntó a su nuevo enemigo. La distancia disminuyó rápidamente: dos mil, mil quinientos, mil metros. Cuando estaba a solo ochocientos metros ordenó disparar.

—Fuego tubos uno a cuatro. Periscopio abajo. A toda máquina y todo a babor. Inmersión profunda.

El submarino estaba empezando a descender cuando los hidrófonos recogieron dos explosiones, seguidas de una tercera tan potente que el U-217 se agitó.

—Ruidos de hundimiento, capitán.

El sumergible volvió de nuevo a cota periscópica, a tiempo de ver los últimos momentos del “cuatro chimeneas”, uno de los destructores viejos que Estados había cedido a Inglaterra al principio de la guerra. Hizo un nuevo barrido con el radiotelémetro que no detectó más visitantes inesperados. Entonces el U-217 salió a la superficie. Lamentablemente, no iba a poder auxiliar a las balsas en las que parte de los tripulantes del infortunado destructor intentaban sobrevivir: tan cerca del convoy era más probable que algún otro buque de escolta ya estuviese en camino. El submarino puso rumbo sur y luego este, para alejarse del lugar del combate y luego intentar alcanzar de nuevo al convoy, aunque ya solo le quedase la mitad de sus torpedos. Sin embargo los informes de otro Condor señalaron que el convoy se había alejado más de cien millas en las horas durante las que el U-217 había sido atacado. Navegando a toda máquina necesitaría un día entero para volver a quedar en posición de ataque, a costa de un gran gasto de combustible. El capitán redactó un breve informe y esperó la respuesta de Doenitz, que era la que esperaba: el U-217 tenía que renunciar a dar caza al convoy. Permanecería en esas aguas a la espera de nuevas órdenes.