Publicado: Mié Jun 08, 2016 12:54 pm
por Domper
Capítulo 7

El espíritu que se ha dejado envolver en una intriga, nunca se siente tan vivamente tocado, como al conocer de pronto la verdad de un secreto que lo cambia todo, y a todo confiere una faz imprevista.

Nicolas Boileau


El policía que no había muerto se acomodó en su despacho de la Central.

Cuando al acabar la anterior guerra se unió a la policía criminal, la Kripo, había pensado que su futuro estaría destinado a defender a los ciudadanos alemanes de los criminales. Y de facto, así era, pero de una manera jamás hubiese esperado. Todo comenzó cuando se le encomendó investigar la existencia de una red de espías soviéticos. Tarea extraña para la Kripo, pero al parecer el general Schellenberg, jefe de los servicios de inteligencia, desconfiaba de la Gestapo. Con razón, a la vista de la implicación en un intento de golpe de estado de Müller, que la mandaba. A raíz de esa investigación el policía había estrechado su relación con el general Schellenberg, que la había llevado a la muerte.

Gerard pensó en lo absurdo de la situación: un muerto dirigía una agencia que no existía. Entendía los motivos del general Schellenberg: temía que los servicios de inteligencia estuviesen infiltrados tanto por espías soviéticos como por conspiradores nazis, y no podía fiarse de los canales habituales. Pero también suponía que la afición del general por el juego doble le había llevado a crear una organización paralela, que cuando nació apenas incluía a Gerard y a un par de ayudantes, pero que había crecido hasta incluir a cientos de personas. Que un simple teniente coronel dirigiese semejante organización no era habitual en el Reich; pero tampoco lo era la forma con la que había llegado a su posición.

Aun recordaba aquel día en el que el general Schellenberg le había citado a él y a su superior, el coronel Nebe. Minutos antes de salir recibió una llamada telefónica en la que se le sugería que buscase algún pretexto pero que no acompañase al coronel, sino que se dirigiese directamente al hospital de Neukölln; como no era la primera vez que el general Schellenberg utilizaba esos métodos, pretextó una enfermedad de su hijo, y luego tomó un tranvía hacia el destino. Justo tras bajar le detuvo un hombre que le ordenó que le acompañase a un patio. Allí, sin previo aviso, otros dos hombres lo sujetaron y Gerard empezó a recibir golpes, hasta que alguien dijo que ya bastaba. Lo subieron a una ambulancia que lo trasladó hasta la clínica. Vio que al mismo tiempo llegaba otro vehículo, y pudo reconocer al paciente: el coronel Nebe, cuyo coche había sido embestido por un camión.

Los dos murieron. Nebe, de sus heridas. Gerard, solo en los papeles. Porque salió por detrás convertido en otra persona, con el encargo de seguir investigando, clandestinamente, las redes soviéticas en Berlín.