Publicado: Lun May 23, 2016 10:11 am
por Domper
Cuando el mariscal decidió tomar el mando directo de las operaciones en España tuvo presente que podía ser necesario regresar rápidamente a la capital. Había ordenado a la Luftwaffe que enviase a la Península uno de los Fw 200 Condor que habían sido de la Lufthansa y que estaban habilitados como transporte especial. El aparato nos estaba esperando en Beja, y la avioneta se detuvo a su lado. Unos asistentes cargaron el equipaje, mientras nos acomodábamos en el lujoso interior. Inmediatamente después el Condor despegó y se dirigió hacia el noroeste, escoltado por dos Me 110. Un asistente nos ofreció una taza de café y luego se retiró. El mariscal me ordenó cerrar la puerta de comunicación antes de desahogarse de sus preocupaciones, sabiendo que con el ruido de los motores nadie sería capaz de escuchar ni una palabra.

—Roland —me dijo el mariscal—, ya has leído el mensaje y sabes lo que ocurre. Cuando salimos de Berlín la salud de Von Brauchitsch no era buena, y poco le habrán ayudado la detención de Halder o el escándalo de las municiones. Pero no esperaba que fuese a morir tan pronto, y tengo que estar en Berlín cuando fallezca para asegurar la lealtad del Ejército. Si me quedo en Lisboa doy la ocasión perfecta para que cualquier ambicioso corte las comunicaciones y empiece a dar órdenes en mi nombre. Porque volvemos a estar igual que en el verano: los del gabinete de guerra conservamos el poder en Alemania, pero nuestra situación es más ilegal que un billete de siete marcos. A mí me importa poco que nuestros puestos nos los hayamos ganado, los hayamos heredado o nos los haya dado el sursuncorda, porque lo importante no es que nos sentemos en una poltrona sino que Alemania salga con bien de esta guerra. Pero ya te puedes imaginar cuántos intrigantes están pensando que igual que nosotros mandamos, podrían hacerlo ellos. A nadie se le ocurre pegarle un tiro a un ministro para sustituirlo, pero un dictador militar es blanco para cualquier insatisfecho. Triste es la condición humana pero estoy seguro de que, aunque Alemania se estuviese sumiendo en el abismo, habría arribistas luchando por hacerse con un trocito de poder.

Yo asentí mientras el mariscal seguía con su discurso—: Ese es el problema de la ilegitimidad, que intentamos solucionar nombrando un canciller. Yo propuse a Brauchitsch por su prestigio, aunque mi corazón me decía que no podíamos fiarnos de ese hombre y que mejor estaría en una guarnición en Tombuctú. Pero pensé que le bastaría con los honores y una buena suma de marcos. Me equivoqué: Brauchitsch era un ambicioso que deseaba era el poder que había tenido Hitler, sin pensar en que un dictador hubiese llevado a Alemania a la catástrofe.

Le pregunté por qué pensaba eso, y Von Manstein me lo explicó.

—Roland, recuerda el caso de Napoleón. Fue el general y gobernante con mayor genio de todos los que ha padecido Europa. Pero él mismo se sabía tan superior a los demás que no atendió a sus consejeros, y acabó cometiendo errores que destruyeron su Imperio. Si Napoleón no consiguió mantener su obra ¿cómo podría hacerlo uno de nosotros? Roland, el problema de los dictadores es que no tienen ni compañeros ni consejeros, sino solo aduladores, y llega un momento en que se pasan de la raya. Si el dictador es un hombre bonancible sus errores sólo le arrastran a él y a su régimen; pero si por desgracia el dictador es un rufián sanguinario como Stalin, ocurren desastres como el de este invierno en Ucrania. No creo que Brauchitsch fuese un asesino como Stalin, pero era un hombre de luces mucho más limitadas de lo que él mismo creía, y como general en jefe, una medianía que se dejaba influir demasiado por los amigotes. Con él al mando a lo más que podríamos aspirar sería a una guerra muy larga que acabaríamos perdiendo.

—¿Cómo puede perder Alemania contra Inglaterra? —me arriesgué a sugerir.

—Si solo fuese contra Inglaterra... Pero si Inglaterra se une con los rusos y con Estados Unidos será nuestro fin. Te parecerá una alianza contra natura, pero para ganar una guerra cosas más raras se han visto. No les resultaría fácil derrotarnos, porque el Reich es fuerte y podrá resistir durante años. Pero sería una lucha sin esperanza. Por eso tenemos que poner a Inglaterra de rodillas cuanto antes.

—Entonces usted tendría que ser el próximo canciller.

—Te equivocas, Roland ¿Por qué yo iba a ser inmune a la enfermedad del dictador? Además soy consciente de mis limitaciones, y aunque las relaciones con nuestros aliados no se me dan mal, y hasta podría llegar a sustituir a Papen, nunca sabría manejar las complejidades de la política o de la economía. Lo mismo se puede decir de mis compañeros. Papen no tiene suficiente prestigio, Speer es demasiado joven, y de Schellenberg no me termino de fiar, pues no sé lo que esconde su alma. Creo que Alemania necesita que siga habiendo un Gabinete en el que unos podamos contrapesar a los otros. Pero el Reich también necesita estabilidad política, y eso significa que debe haber alguien al frente.

Esa palabra del mariscal iluminó mi mente como un relámpago. Callé apenas un momento antes de disparar mi sugerencia.

—Mariscal, si Alemania es un imperio, lo que necesitará es un emperador. El III Reich precisa un Káiser.