Publicado: Dom May 08, 2016 11:35 pm
por Domper
Los ejercicios se fueron haciendo cada vez más difíciles y complejos. Las escuadras se enfrentaban unas contra otras en el bosque y entre los barracones. Los observadores permanecían atentos a los movimientos de los soldados, y pronto los que habían mostrado menos diligencia, menor iniciativa o, simplemente, no eran capaces de orientarse, eran apartados. En una semana otros diez soldados desaparecieron, así como tres oficiales. Habitualmente desaparecían equipos completos, mostrando que el fallo de una persona comprometía a todos. Las escuadras empezaron a actuar más integradamente, pero también los peores de los soldados sufrieron las consecuencias de su torpeza. Tres fueron golpeados brutalmente, y otros dos denunciados; los cinco desaparecieron, pero no se molestó al resto del equipo. Felizmente, el de Olexiy fue de los pocos en los que todos los componentes se esforzaron al máximo, redundando en el buen rendimiento del equipo.

Un día los soldados fueron reunidos en un barracón para ser informados del siguiente ejercicio. El coronel entregó a cada uno de los sesenta que quedaban una chincheta con un número. La misión que iban a tener que cumplir, les dijo, era de lo más sencillo: tenían que clavar su chincheta en la puerta de un monasterio de la ciudad de Koygorodok —les mostró una foto de la iglesia— y luego volver al campamento antes de cinco días. Iba a ser una misión eliminatoria: solo los veinticinco mejores serían seleccionados. Entonces el coronel les sorprendió al indicarles cuáles serían las reglas del nuevo juego: ninguna. Podrían intentar cumplirla individualmente en grupo, hacerse con el equipo que quisiesen, y hacer lo que fuese para llevar a cabo la misión. Tendrían autorización para cometer cualquier delito, incluso matar; lo único que importaba era que clavasen su chincheta y volviesen antes de cinco días.

A los soldados, criados en la rígidamente organizada Unión Soviética, donde cada acto estaba reglamentado, les extrañó que se les diese tal libertad de acción. Simplemente llegar hasta el monasterio sería difícil: siendo rusos ya sabían del frío, pero además su experiencia en Finlandia les decía que realizar esa misión en pleno invierno ártico no sería fácil; pero al menos sabían cómo orientarse y sobrevivir en los bosques. Esperaron que se les entregasen mapas y brújulas, pero el coronel les ordenó que se alineasen y se denudasen. Fueron registrados minuciosamente, y luego se les entregó unos andrajos con los que tenían que vestirse: ropas de prisioneros. El coronel les dijo que se iba a alertar a la milicia de una fuga masiva de un campo próximo. Tras colocar a los soldados unas capuchas que los cegaban, los maniataron, los subieron a camiones que partieron en varias direcciones y, cada varios kilómetros, los lanzaron de uno en uno a la nieve.