Publicado: Mar May 03, 2016 8:52 pm
por Domper
Durante la semana siguiente llegaron a Saint-Dizier varios viajeros buscando una dirección de la calle Gambetta. Al llegar al mercado eran abordados por algún vecino: se trataba de los hombres de la célula de Jacques, que iban turnándose para no despertar sospechas, y encaminaban a los recién llegados a las afueras de la ciudad. Allí se encontraban con otro camarada que les conducía hasta el escondite del bosque. Pronto fueron doce: demasiados para poder ser alimentados indefinidamente. No tenían cartillas de racionamiento —hubiesen llamado la atención— y ni Jacques ni Pierrot disponían de fondos para acudir al mercado negro, algo que también hubiese puesto sobre aviso a la gendarmería. Pero en el Partido habían pensado en todo y el controlador de la célula, mediante otro mensaje, les señaló un punto en el que recoger alimentos: productos de granja, generalmente patatas o cereales, pero a veces verduras, algún queso e incluso un poco de carne. La recogida se hacía tomando máximas precauciones: uno de los camaradas tenía que vigilar el lugar donde se dejaban los suministros, lo suficientemente cerca como para asegurarse que su colaborador no era seguido, pero no tanto como para reconocerlo: el controlador de la célula les había prohibido terminantemente entrar en contacto con él. Tras recoger las provisiones no se encaminaban hacia la granja de Pierrot, sino que daban un nuevo rodeo por los bosques, en las que otro centinela comprobaba que no atrajesen compañía inesperada.

Con tantos camaradas fue preciso suspender los entrenamientos en el bosque, que hubiesen sido demasiado conspicuos. Pasaban el tiempo en la hondonada, montando y desmontando armas, o en el granero, jugando a las cartas; tenían prohibido hablar de su vida anterior.

Jacques supuso que la estancia no se alargaría pues se deterioraría tanto la forma física como la moral de sus hombres. Sin embargo el Partido aun tardó casi diez días en avisar de la llegada de una renqueante furgoneta movida por gasógeno, cargada de paja medio podrida; el mal olor que desprendía ahuyentaba las miradas inquisitivas de la gendarmería. Pero dentro de las pacas de abajo, envuelto en tela encerada, había un importante alijo de armas: fusiles, ametralladoras, bombas y explosivos.