Publicado: Mar May 03, 2016 8:43 pm
por Domper
Tras inspeccionar los alrededores, Jacques y Pierrrot decidieron que la granja sería el lugar más seguro para alojar al nuevo compañero. Estaba algo apartada, y un bosquecillo la ocultaba de los ocasionales viajeros que transitaban por la carretera. Además del edificio principal, había un establo y dos graneros de grandes dimensiones, y el cercano bosque permitía seguir con los entrenamientos clandestinos.

Valery llegó al día siguiente, como había predicho André. Era otro joven con las manos curtidas por el duro trabajo, que dijo buscar trabajo en la granja. Arrastraba un gran baúl con sus pertenencias, pero tras retirar las mantas, las ropas baratas, los útiles de aseo y una gastada novela de Julio Verne de una edición popular, el recién llegado desmontó un doble fondo. Debajo estaban las piezas de una radio. Estuvo unas horas trabajando hasta que funcionó: era un equipo bastante sencillo, que se alimentaba de baterías de coche. Labor de Jacques y de Pierrot iba a ser conseguir unas cuantas —que tuvieron que sustraer de los pocos automóviles que quedaban en las calles— y mantenerlas cargadas. Un alambre en el techo de la granja servía como antena.

Cuando tres días después el equipo estuvo listo Valery envió el primer mensaje. Valery escribió en una hoja el texto, dejando mucho espacio entre línea y línea. Luego tomó la novela que había traído y la abrió por la página resultante de la suma del día y del mes, más dos, multiplicando también por dos. Si esa página no estaba completa por ser el final de un capítulo, pasaba a la siguiente. Si el número resultante era mayor que el número de páginas de la novela, volvía a contar desde el principio. Luego escribió las primeras letras de la página debajo de las del mensaje. Repitió la operación con la página resultante de sumar día y mes, añadir tres y multiplicar por el mismo número. Luego pasó a sumar las letras, usando su valor numérico: a la “A” le correspondía el uno, a la “B” el dos, y así sucesivamente; si el resultado era superior a 25 —el número de letras del alfabeto francés menos uno—, dividía el número por ese valor y se quedaba por el resto: “C” + “P” + “U” = “M”. Finalmente, tradujo los resultados a letras: al cero le correspondía la “Z”, al uno la “A”, y así sucesivamente. Como Valery estaba bien entrenado, pudo hacer las operaciones rápidamente sin tener que escribir los números, y en pocos minutos había conseguido cifrar el mensaje, que ahora parecía un galimatías sin sentido. Lo precedió de un número de cuatro cifras, también producto de una operación tomando la fecha y una cifra de una serie que solo Valery conocía. Luego esperó hasta la noche, y a las 22:15 emitió el mensaje.

El sistema de cifrado que usaba Valery no era del todo seguro, y para un criptoanalista que dispusiese de suficientes mensajes y supiese cuál era el libro empleado sería trivial descifrarlos. Incluso sin tener la novela se podrían sacar algunos fragmentos en claro si el mensaje era suficientemente largo, error que ni Valery ni su controlador iban a cometer. A cambio, el libro usado como clave era absolutamente inocente, y podía adquirirse en casi cualquier sitio, sin tener que mostrarlo a celosos aduaneros. Lógicamente, cada agente de la red usaba una novela diferente, por lo que la captura de algún radio operador no comprometía al resto de las redes.

En la cercana Suiza el mensaje fue captado, y el radioperador respondió con un corto código que mostró a Valery que el mensaje había sido recibido. El controlador lo descifró siguiendo el procedimiento inverso, y al día siguiente emitió su respuesta: aprobaba las decisiones de Jacques, pero le ordenaba que preparase alojamientos en el bosque para más camaradas que llegarían en los días siguientes.

No costó mucho buscar un lugar siempre que los visitantes no fuesen muy exquisitos. En lugar de intentar acomodarlos en las localidades cercanas, pues sus idas y venidas llamarían la atención, iban a acampar en el bosque, parte del cual pertenecía a la granja y estaba cercado. Había una hondonada quedaba fuera de las vistas, y allí colgaron lonas de los troncos de los árboles, manchadas con barro para que fuesen menos conspicuas. Si el tiempo empeoraba se acomodaría a los recién llegados en un granero. Eso no gustaba mucho a Pierrot, que temía llamar la atención de algún vecino. Pero Jacques sabía que un soldado cansado y enfermo no servía para nada, e impuso su criterio.