Publicado: Mié Abr 27, 2016 2:19 pm
por Domper
Otro que no cambió de destino fue ese policía que ya no existía. Meses de trabajo le había costado desenredar la compleja trama del espionaje soviético en Berlín. Para ello, lo que había empezado como una labor individual se había convertido en una tarea que implicaba a centenares de personas. El policía, ahora teniente coronel—aunque sin poder lucir las insignias— operaba casi en la clandestinidad, pues su organización sin nombre no tenía su base en ninguno de los numerosos edificios oficiales que adornaban el centro de la ciudad, sino en un edificio de apartamentos del distrito de Steglitz. Cuando rendía informes a su jefe no lo hacía en su despacho, sino que se citaba en alguno de los muchos tugurios de Berlín. Tras comprender el alcance de las redes de espionaje comunistas, el policía entendía los motivos de tales precauciones: los bolcheviques habían conseguido infiltrarse, como mínimo, en el Estado Mayor de la Luftwaffe, y tampoco parecía muy de fiar la SD: había absorbido tanto a la Gestapo como a la Abwehr, que estaban plagadas de nazis recalcitrantes y de seguidores del golpista Canaris. Pero el policía también pensaba que la creación de su agencia se debía al interés de su jefe por mantener un área de su exclusivo poder personal. Además, eso de citarse en cervecerías y cabarets cuadraba muy bien a Schellenberg, un crápula con afición a lo rocambolesco.

Esa tarde tenía otra de esas reuniones, y previamente compuso un informe que, bien lo sabía, iba a ser intranquilizador. Los espías estaban cambiando su comportamiento y eso nunca es casual. Iba a necesitar más dinero y más personal, no solo en Berlín sino por todo el Reich.

Tras acabar el informe escribió una de esas cartas que luego guardaba, pues no se atrevía a mandar.

Nicole, te quiero. Te quiero tanto que te tengo que pedir que no vengas, que sigas en esa aldea aburrida pero segura en sus montañas. Quiero verte pero no quiero tenerte aquí. Deseo estar contigo, pero debo seguir en mi puesto.

Ya no tengo ninguna duda de lo que va a ocurrir. Ayer llegó un mensaje de Johan, el controlador de Jutta, y la pobre mujer, que todavía tiene metido el miedo en el cuerpo, se ha apresurado a enseñármelo ¿Te acuerdas de Jutta? Era la mujer del pobre Jürgen, ese espía traidor al que le ofrecí colaborar conmigo y seguir vivo, pero que intentó traicionarme y tuvo un encuentro con el verdugo. Jutta, que no tenía prisa por acompañar a su marido, se mostró más receptiva, aunque nunca he terminado de confiar en ella.

La intuición no me ha fallado. Jürgen y Jutta tenían otro amigo al que llamaré Jansen. Jutta pensaba que al callarse mantenía una baza, pero cuando me enfrenté con la traidora inquiriéndole quién era ese Jansen por el que Johan preguntaba, se apresuró a sacarme de dudas. Para que aprendiese la llevé a Plötzensee a que viese la guillotina, diciéndole que la próxima vez no solo vería la hoja sino que la sentiría. Luego conversé un rato con ella; su cara llevará para siempre el recuerdo de nuestra charla. Nicole, entiéndeme. Sabes que no disfruto con la sangre, pero consagré mi vida a defender a nuestro pueblo a nuestra patria, y Jutta es una enemiga mucho más peligrosa que el soldado que se agazapa con un fusil. En este juego mortal no caben medias tintas.

Jutta me ha explicado quién es Jansen y a qué se dedica. Ese tal Jansen es otro renegado que en su día se unió a los bolcheviques, pero que aleccionado por sus jefes permaneció en silencio. Aparentemente es un policía que cumple como el mejor, defendiendo la patria de criminales. Alardea ante sus compañeros de su amor por el régimen y por Alemania, amor que le lleva a viajar por todo el país durante sus vacaciones. Por ahora he dejado a Jansen en paz, sometiéndole a una vigilancia muy discreta. Hace pocos días tuvo un corto permiso; siguiéndole, me ha llevado a visitar los bosques que rodean nuestra querida Berlín. Una vez Jansen volvió a su casa, me hice acompañar por guardabosques hasta encontrar un rincón perdido con marcas de disparos en los árboles.

Al mismo tiempo Jens, el secretario del diplomático al que estoy vigilando, ha vuelto a las andadas. Ha aprovechado su último viaje a Budapest para adquirir unos muebles e importarlos. Como podrás imaginar, los he revisado antes de que llegasen a su destinatario, que no era otro que Jansen. En el interior encontré armas que no eran escopetas de caza. Nicole, piensa en Jansen. Es policía y tiene una pistola ¿Para qué necesitará un fusil ametrallador? No me ha durado mucho la duda porque Jutta, que ya no se atreve a guardar secretos, me ha mostrado la orden que acaba de recibir y que tiene que transmitir a Jansen: la de asesinar a mi jefe.

También me alarma que este no ha sido el único envío de Jens. Tenía controlada una empresa de importación y exportación, pero pensé que tal vez Jens tuviese tratos con otros, y una búsqueda por los archivos me lo ha confirmado. Además de muebles, Jens también importa alfombras, cajas de vino, objetos de arte y qué sé yo, utilizando cada vez un nombre. Salvaguarda que de poco le ha servido, porque me ha bastado con investigar otras agencias radicadas en las ciudades que Jens visitaba. Algunas de ellas tenían clientes casi tan diligentes como Jens, salvo que los destinos nunca coincidían; en mi negocio las casualidades no existen, como comprobé en una visita nocturna que hicieron mis agentes en esos almacenes. Te extrañará que mis hombres deban recurrir a métodos de ladrones, pero esas investigaciones con peligrosas pues pueden alertar a los ladrones. Nicole, lo digo y parece absurdo, pero mis agentes entran en oficinas usando ganzúas como un criminal, para ver unos archivos que me hubiesen entregado con solo pedirlos. Pero si un policía como Jansen es un traidor ¿Cuántos otros Jansen podrá haber?

Tengo otro motivo para preocuparte. No sé quién ha recibido los otros paquetes de Jens, y tampoco conozco como esos traidores se comunican con sus jefes. El tiempo apremia, pero voy a tener que efectuar otra de esas investigaciones minuciosas, buscando deslices y cabos sueltos. Mientras voy a alertar a mi jefe. Nicole, no tengo secretos para ti y sabes que no es la piel de Schellenberg la que me preocupa. Será un servidor de la Patria, pero también el que me ha relegado a este exilio interior que nos ha separado. Pero pensando en mi despacho me he estado preguntando por los motivos que han llevado a los soviéticos a querer matarle. Es un hombre inteligente y hábil, pero si muere no faltará quien le suceda, que puede ser mejor. Poco ganarán con el asesinato; a lo sumo, unas semanas de desconcierto durante la transición.

Nicole, no sé si lo sabes, pero el espionaje ruso no es esa colección de torpes intrigantes de las películas de propaganda, ni se regodea en matar a los servidores de la Patria. Nuestro enemigo, y cuando digo esa palabra no es casualmente, es una organización controlada con mano de hierro por mentes muy competente. Cuando asesinan es con un fin, y Schellenberg no se ha significado lo suficiente como para merecer la inquina personal de Stalin. Si quieren su muerte es para anular los servicios de inteligencia del Reich durante unas semanas, para algo que no será bueno ni para a Patria ni para nosotros. Para algo que te amenaza a ti, a Marcel, y a todos los niños alemanes.