Publicado: Lun Abr 25, 2016 11:46 pm
por Domper
También llegó a Canarias el incorregible Max Freitag. A la Cruz de Hierro ganada en Manam se le había unido la de Caballero, conseguida al hundir un destructor cerca de Peniche; pero las condecoraciones no le habían curado de su manía de improvisar. Al recibir la orden de salir hacia Fuerteventura, cargó sus pocos efectos en el Junkers que los acompañaba, y salió zumbando hacia Canarias sin entretenerse en minucias como comprobar el parte meteorológico. Como era de esperar, se encontró en Marruecos con un buen temporal, y por los pelos pudo aterrizar cerca de Safí, mientras rezongaba diciendo que quién iba a esperar que lloviese en el desierto. Que Safí fuese un vergel, al menos para lo que se estilaba en Marruecos, no bastó para convencer a Freitag de su error.

El copiloto le dijo que si volvía a hacer una de esas pediría el traslado, pues le tenía demasiado aprecio a la piel como para jugársela con un loco. Max se disculpó como pudo, pero enseguida la volvió a hacer, cuando salió hacia Canarias e intentó aterrizar en la primera isla que encontró. Era Lanzarote, que estaba aun en manos británicas. Los ingleses se debían estar relamiendo mientras esperaban para hacerse con el avión del imprudente, pero un grito del copiloto sacó a Max de su ensoñación, a tiempo para dar gases y remontarse. Una ametralladora tuvo el descaro de dispararle, pero Max le enseñó con una ráfaga de las armas de su cañonero que en cuanto a ametralladoras, él se las pintaba solo.

El avión llegó a Tefía con unos cuantos agujeros. Ya estaba allí el resto de la escuadrilla —cuyos aviones eran pilotados por gente sensata— y también había mecánicos que remendaron el Heinkel, que había quedado como un colador. Max calmó al copiloto como pudo y le invitó a tomar alguna copa. Vano intento, porque en la isla no quedaba ni una gota de licor, pues los ingleses se habían bebido todo antes de rendirse. Apenas pudo conseguir una botella de vino peleón que no mejoró el humor de su compañero.

Ya con más calma, Max reunió a sus pilotos para estudiar la misión que se les había encomendado. Los ingleses habían comprobado que un buque rápido, como un crucero pequeño o un destructor, si navegaba a toda máquina, podía partir desde más allá del alcance de la aviación del Pacto basada en Tenerife y en el continente, y llegar al Puerto de la Luz en Gran Canaria, donde la antiaérea le daría alguna protección. A la noche siguiente y tras descargar, una carrerita y ya estaba lejos del alcance de la aviación. Para dar vidilla no era raro que a la ida o a la vuelta se acercasen a pegar algunos cañonazos. Esas actividades nocturnas estaban resultando de lo más molesto, y como Max Freitag había demostrado que sabía pelear de noche, se le encomendó interrumpir las correrías de los barcos ingleses. Para ello contaría no solo con sus tres aviones ametralladores —el cuarto se había perdido en Portugal— y dos Focke Wulf 189 que lanzarían iluminantes, sino también otros cuatro Heinkel 111 torpederos.