Publicado: Jue Abr 21, 2016 6:24 pm
por Domper
Primera parte

Capítulo 1

¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle?

George Herbert



Los aviones aceleraron sus motores y empezaron a carretear por la gran extensión herbosa, intentando evitar los grandes charcos que los casi continuos temporales de ese húmedo y frío invierno. La pareja de soldados montados en el ala, uno a cada lado, ayudaba al teniente Franz Kinau a evitar los peores agujeros. Una vez en el extremo de la pista los asistentes saltaron mientras el potente motor aumentaba las revoluciones y el aparato se aceleraba. El teniente era seguido por el avión del sargento Nussbaum, su piloto de escolta; ante ellos ya se elevaban los aparatos del capitán Quasthoff, el jefe de la escuadrilla, y de su punto. Los cazas, pesadamente cargados con sus depósitos lanzables, tardaron en dejar el suelo, y luego se remontaron poco a poco ya sobre las aguas del Canal. Fueron seguidos por los otros doce aviones de la escuadrilla.

Aunque adentrarse en espacio aéreo hostil sin haber alcanzado la altura de crucero era peligroso, la caza británica había desaparecido casi por completo del Canal de la Mancha, que era vigilado por los radiotelémetros alemanes y patrullado por aviones alemanes y franceses. Ascendiendo mientras se acercaban a la costa inglesa se conseguía extender la autonomía, algo necesario porque el objetivo del día era la lejana factoría Armstrong-Withworth de Newcastle. Situada a algo más de 500 kilómetros, estaba en el límite del alcance incluso del Messerschmitt Bf 109 F-7/B, la versión de escolta del clásico caza alemán, que incluso llevando depósitos auxiliares solo dispondría de unos minutos para combatir. Además la misión de la escuadrilla era la más comprometida: otras debían escoltar a los bombarderos —modernos Dornier Do 217— durante su recorrido, pero los aviones de Quasthoff iban a tener que proteger los últimos kilómetros de la misión. Franz no estaba preocupado por lo prolongado de la operación, y ni siquiera por la probabilidad de tener que enfrentarse a los aviones ingleses; de hecho, lo deseaba, porque llevaba ya un mes sin participar en ningún combate aéreo.

La Segunda Batalla de Inglaterra, como era llamada, se prolongaba ya cuatro meses, desde que en septiembre se habían reiniciado las misiones diurnas sobre Gran Bretaña. Los primeros combates fueron amargos, pues los cazas británicos habían hecho pagar un fuerte peaje a los germanos, e incluso el teniente había sido derribado, teniendo que amerizar en el Canal. Pero la potencia cada vez mayor de la Luftwaffe, cuya fuerza de cazas casi había duplicado su potencial —debido en buena parte a las medidas económicas del ministro Speer— y sobre todo los cambios de tácticas habían invertido la situación. Las destrucción de las estaciones de radar de la costa inglesa había privado a los cazas enemigos de su control desde tierra, y los aviones ingleses caían por docenas al no haber aprendido a contrarrestar las tácticas alemanas; apenas habían pasado de la obsoleta “uve” al vuelo por parejas, que llamaban “finger four”, mientras que Kinau y sus compañeros estaban usando el “vuelo de Salvador”, desarrollado por un piloto español y que había multiplicado la eficiencia de la caza alemana.

A Franz ni siquiera le preocupó que la ruta más corta hacia Newcastle implicase recorrer toda Inglaterra. Los bombarderos iban a segur una ruta más larga pero también más segura, sobrevolando el Mar del Norte antes de entrar en suelo inglés casi frente a su objetivo; pero esa trayectoria era demasiado larga para los ligeros cazas, que iban a tener que recorrer la costa inglesa, sobrevolando la red de radares. Mejor dicho, lo que quedaba de ella: el teniente pudo ver algunas humaredas que mostraban que las antenas de radar habían sido atacadas de nuevo. Aun así podrían ser sorprendidos por cazas británicos, especialmente por Spitfire, los únicos aparatos enemigos que volaban bien a alta cota; pero desde los combates de noviembre era excepcional que los cazas ingleses buscasen pelea con los alemanes. Por lo general los rehuían para intentar centrarse en los bombarderos, y solo se enfrentaban a los ágiles Bf 109 cuando no tenían otras opciones. En las bases aéreas que los alemanes tenían en la costa belga se decía que el puesto más seguro durante una batalla estaba en el asiento de un Messerschmitt.

Con todo, era probable que en esta misión hubiese más acción. La industria aeronáutica estaba siendo trasladada más allá del alcance de los cazas de escolta germanos, protegida por varios grupos que la RAF había retirado en parte para que se recuperasen y en parte para defender lo que quedaba de la industria de cualquier bombardero alemán que volase sin escolta. Pero el avión del teniente no solo llevaba el depósito de 500 litros bajo el fuselaje, sino otros dos de 150 litros bajo las alas, que extendían el radio de acción del avión casi 200 kilómetros más. Newcastle se había considerada seguro hasta ahora, y los aviones ingleses que la defendían seguramente creerían que podrían masacrar a los bombarderos alemanes; la escuadrilla de Quasthoff iba a hacerles despertar del sueño.

Los cuatro aviones prosiguieron su pausado vuelo, vigilando las revoluciones y el consumo de gasolina. Sobrevolaron el estuario del Humber, fácilmente reconocible, y continuaron hacia el noroeste, alejándose de la costa y adentrándose en el mar del Norte hasta encontrarse con los bombarderos Dornier, que ya estaban enfilando hacia su objetivo. Quasthoff guio a los aviones hasta situarlos por delante y mil metros sobre los bombarderos. Llegando desde el este tendrían el sol a la espalda, y la altura les daría ventaja contra los ingleses.

Estaban acercándose de nuevo a la costa cuando el teniente divisó varios puntos a su frente y bastante por debajo. El capitán ordenó lanzar los depósitos y adoptar la posición de ataque, y cada schwarm —dos parejas— formó una línea y describió una larga curva para situarse a la cola de los aviones enemigos. Cuando estuvo cerca pudo ver que los aviones que estaban intentando interceptar a los bombarderos eran P-39 Airacobra de origen norteamericano, aparatos peligrosos a baja altura pero penosamente inferiores a los alemanes a alta cota. Franz tomó uno de los aparatos como objetivo, y pudo ver que el Airacobra culebreaba: su piloto debía ser un novato que ni siquiera sabía compensar el par motor, y mucho menos mirar a su alrededor. Solo en el último momento uno de los aviones enemigos eludió el ataque con un giro cerrado que lo hizo caer en barrena. Los otros tres lo intentaron pero era demasiado tarde: una ráfaga bastó para incendiar a la presa de Franz: su noveno derribo. Los otros dos también cayeron, y la schwarm tomó altura preparándose para atacar de nuevo.

Los alemanes vieron otros aviones que trataban de acercarse a los bombarderos. El capitán ordenó atacarlos, y se libró un combate parecido al anterior: en una pasada rápida cayeron dos ingleses, que a Franz le parecieron Hurricane, y volvieron a atacarlos hasta que se dispersaron. Por entonces los pilotos germanos ya habían gastado demasiado combustible y tuvieron que poner rumbo hacia nuestra base. A la cola dejaron Newscastle, sobre la que se elevaba un dosel de humo. El viaje de vuelta transcurrió sin incidentes, y cuando aterrizaron tuvimos la satisfacción de ver que no faltaba nadie; además la escuadrilla había acabado con once aparatos ingleses.

Franz no creía que la R.A.F. pudiese aguantar el castigo durante mucho tiempo.