Publicado: Sab Nov 29, 2014 7:12 pm
por Domper
Diario de Von Hoesslin.

El general Schellenberg tenía un expediente sobre el mariscal Von Brauchitsch que era de lo más interesante. Von Manstein me lo enseñó, ya que pensaba que si yo iba a tener que actuar como ayudante de la terna (ya que el término triunvirato no gustaba a ninguno de los tres) me convendría conocer a fondo al resto del gobierno. Tras echarle un vistazo decidí que no invitaría a Brauchitsch a comer, por mucho abolengo que tuviese su familia.

Nuestro nuevo amigo había servido con distinción en la Gran Guerra como artillero, eso sí, bien alejado de las trincheras, y tuvo la suerte de poder seguir en el ejército mientras oficiales mucho más aptos eran expulsados. En los años veinte se mostró como un buen organizador, pero sin más. Volvió a sonreírle la fortuna cuando Hitler llegó al poder. Al dictador le cayó en gracia e incluso lo apoyó cuando tuvo una bronca con Himmler, que quería sustituir el ejército por sus SS para poder perseguir a gusto a judíos y católicos. Brauchitsch echó a los himmlerianos diciendo “no está permitido que los civiles entren en esta área”. Ese detalle hubiese ganado mi simpatía. Lo malo es que Hitler apoyó a Brauchitsch no porque le respetase, sino porque lo había comprado: por lo visto lo de la fidelidad conyugal no iba con nuestro amigo, y mantuvo una amante durante años hasta que su esposa se hartó y lo echó de su casa. Brauchitsch necesitaba dinero para el divorcio y aceptó un cuantioso “donativo” que Hitler entregó de buen grado, sabiendo que así lo tenía bien aferrado.

No fue mal negocio, ya que Brauchitsch solucionó sus problemas económicos y conyugales, y Hitler tuvo un perrito faldero que a veces le plantaba cara en público, supongo que para mantener las formas, pero que luego hacía lo que decía el Führer. Con la inestimable ayuda de Brauchitsch Hitler pudo quitarse de encima a oficiales incómodos. Gracias a la ayuda de su mascota Hitler consiguió aguantar durante la crisis de Múnich, cuando varios militares estaban pensando en echar a Hitler antes que hubiese una guerra. Al resolverse favorablemente la crisis Brauchitsch consiguió su premio, la jefatura del ejército, un cargo para el que no estaba ni por asomo capacitado.

Brauchitsch debía haber nacido en jueves, porque cuando empezó la guerra consiguió que otros venciesen por él. El plan de la invasión de Polonia era una porquería, pero los polacos le hicieron el favor de derrumbarse en cuanto vieron a nuestros Panzer. Su plan contra Francia era aun peor y consistía en echarnos de morros contra las fortificaciones de los franceses.

Fue entonces cuando mi actual jefe, Von Manstein, propuso una alternativa, el Sichelschnitt o corte de la hoz. No les gustó ni un pelo ni a Von Brauchitsch ni a su protegido Halder, y se apresuraron a relegar a Von Manstein trasladándolo a un importantísimo mando en Silesia, lo más alejado de Francia que encontraron. Afortunadamente, tanto para nuestra patria como para Brauchitsch, Hitler tampoco estaba muy convencido con ese plan del ataque frontal y, cuando llegó a saber de la alternativa propuesta por Von Manstein, la apoyó. Von Brauchitsch y Halder tuvieron que aceptar el Sichelschnitt pero se dedicaron a descafeinarlo y a echarle el freno a los panzer siempre que podían, viendo amenazas enemigas donde no había sino soldados franceses en desbandada. De ser por ellos nuestros tanques se hubiesen detenido en Arrás y aun seguirían allí. Pero Guderian, el jefe de los panzer, no les hizo mucho caso y se lanzó por su cuenta hacia el mar, cercando a medio millón de soldados enemigos en Bélgica. Allí corrió al rescate de nuestros enemigos el inefable Von Brauchitsch, ordenando detenerse a Guderian y dejando escapar a los ingleses de Dunkerque. Con lo que consiguió arrebatarnos la gran victoria que hubiese sido el colofón de la campaña de Francia. Hitler hubiese tenido que echarlo a patadas, pero estaba de buenas y pensó que era mejor mantener a su perrito fiel. Incluso le dio tiempo para ascender al mariscalado al Von en las dos semanas que le quedaban de vida antes que una bomba se lo llevase al infierno. Goering, que tenía bastante vista para elegir a sus colaboradores, sustituyó a Brauschitsch por Beck. Pero ahora a nuestro buen mariscal le iba a tocar la lotería otra vez.

No estuve en la reunión que la terna tuvo con el pomposo mariscal, pero tuvo que ser de lo más divertido. Von Manstein me ha contado que Brauchitsch se hinchó como un pavo real, pensando que ser canciller era lo mínimo que se merecía. Incluso propuso retomar el título de Führer. El general Schellenberg tuvo que bajarle los humos. Le enseñó el dossier que tenía contra él, que incluía de todo: líos de faldas, desfalcos… Le dijo que su papel iba a ser ceremonial y que su único trabajo iba a ser el de posar ante las cámaras, que eso se le daba muy bien, y como mucho leería algún discurso que le darían ya escrito. Si se atenía a su papel sus apuros económicos se acabarían y además pasaría a la historia como un respetado jefe de estado. Pero si se salía un centímetro del camino marcado saldrían a la luz todos los trapos sucios y lo mejor que podría pasarle es que pudriera en la cárcel. Von Manstein me ha contado que Von Brauchitsch primero se puso colorado como un tomate, luego blanco como el papel, y tuvo una angina de pecho que casi se lo lleva al otro barrio. Tuvieron que aliviarle, pero sin dejar de recordarle que la jefatura de Alemania era un puesto muy peligroso, y lo que tenía que hacer para tener una vida larga y feliz.

Ya tenemos canciller.