Publicado: Sab Oct 11, 2014 11:59 pm
por Domper
Pesquisas

Media tarde

El comisario Dietrich estaba volviendo a la ciudad. La reunión con el Statthalter había salido bastante mejor de lo que esperaba, y había conseguido ocultar que sospechaba del Muftí bastante antes que estallase su bomba. Afortunadamente la carretera de Jerusalén no entraba dentro de sus responsabilidades, por lo que no había sido reprendido por el atentado. Sin embargo sabía que Goering iba a tenerlo bajo sospecha, y más le valía mostrarse diligente.

Tenía un primer encargo del Statthalter: detener a todos aquellos que pudieran tener la más mínima relación con las bombas de Jerusalén. En parte sería un placer, pues le había prometido al Muftí que no solo le mataría sino que destruiría a su clan, y a Dietrich le gustaba cumplir sus promesas. Sin embargo le preocupaba la venganza contra los judíos. Temía lo que ocurriese en Palestina cuando la Luftwaffe destruyese Tel Aviv. Los judíos se sublevarían y un mar de sangre cubriría Oriente Medio. No es que los judíos le resultasen simpáticos, pero tras haber tenido que integrar a algunos de ellos en su equipo como traductores había llegado a respetarles, mientras que cada día le repugnaba más la doblez de los “efendis” árabes. Alemania se equivocaría si elegía a los árabes.

Pero sus preocupaciones inmediatas eran otras. Había descabezado dos complots contra Goering, pero ¿no habría más asesinos esperando en la sombra? El clan Husseini o el grupo Stern ya no suponían ninguna amenaza, y la orden del Statthalter del perseguirlos le iba a impedir concentrarse en su misión principal: garantizar la seguridad de la conferencia y, especialmente, la de Goering. Finalmente decidió encomendar a sus subordinados la persecución de los Husseini y el interrogatorio de los judíos. Sepp Dietrich seguiría dedicando su cuerpo y su alma a la protección el líder de Alemania.

El coche se detuvo ante el cafetín de Katamon. El comisario se había aficionado al espeso café turco, y tomar una taza le ayudaría a sobrellevar la fatiga. Cuando iba a entrar reconoció las facciones de un árabe que sentado junto a la puerta fumaba de una pipa de agua. Dietrich le saludó y pasó al reservado. Poco después entraba el árabe.

—Señor Rabin, no esperaba verle tan pronto.

—Comisario Dietrich, para mí tampoco es ningún placer. Pero después de que usted matase ayer al muftí se ha hecho acreedor del agradecimiento de la Haganá.

—Señor Rabin, Amin el-Husseini murió en el tiroteo…

—La gente se muere cuando un comisario le pone una pistola en la sien y dispara. Me gusta lo que la justicia alemana ha hecho con ese asesino, y yo a cambio le haré un favor.

Dietrich pensó cual sería el favor que Rabin le haría si supiese lo que se preparaba contra Tel Aviv. Sin embargo no era cuestión de rechazar la ayuda de nadie— ¿Tiene algo para mí, señor Rabin? —preguntó.

—No sé si será importante, pero me llamó la atención. El otro día una patrulla alemana incautó en la Universidad Hebrea gran cantidad de productos químicos. Ácidos fuertes, material para manipularlos, etcétera.

—Tendrán órdenes de registrarlo todo.

—Supongo —dijo Rabin—. Pero le interesará saber que un profesor de Química me ha dicho que esos productos químicos resultan ideales para fabricar explosivos ¿Es que su ejército no tiene explosivos? ¿Para qué querrá esos ácidos su ejército? —Rabin se levantó y salió.

Poco después salió Dietrich y subió a su coche, mientras pensaba en el soplo de Rabin. Por eso no vio como alguien lo espiaba tras de una celosía.