Publicado: Vie Oct 03, 2014 5:29 pm
por Domper
El demonio en la botella

Medianoche

Walter Schellenberg. “Diario de Guerra”. Data Becker GMBH. Berlín, 1957.

“Por la tarde empezaron a llegar noticias confusas desde Palestina.

Poco después del mediodía una gran bomba causó daños en nuestras instalaciones en Jerusalén. Fue obra de la facción árabe que preside el Muftí de Jerusalén, una especie de obispo musulmán resentido contra nosotros. Es probable que el objetivo de los terroristas fuese nuestra comandancia militar o incluso el Statthalter, pero las estrictas medidas de seguridad que Dietrich ha impuesto en Jerusalén les han impedido alcanzar su objetivo, y acabaron detonando su máquina infernal en un control. Dietrich ha intentado detener al clérigo terrorista, pero el muftí se ha resistido a la policía y ha fallecido. Dietrich está aprisionando a los miembros más prominentes de esa facción árabe. La justicia alemana no será clemente con esos asesinos.

Pero lo de la bomba de Jerusalén pasó casi desapercibido porque a media tarde llegó a Berlín una noticia increíble: el Statthalter había sufrido un atentado. Según los primeros informes, cuando su comitiva viajaba hacia Jerusalén había caído en una emboscada y no había supervivientes.

La noticia me golpeó como si me hubiese caído un muro ¿Qué haría Alemania sin su líder? Sin embargo, antes de ordenar el plan de contingencia preferí asegurarme. Conseguí ponerme en contacto con la base aérea de Lidda, donde había descansado el Statthalter la noche anterior, y tuve la increíble alegría de escuchar su voz. Según me dijo en la comitiva viajaban el ministro Seyss-Inquart y Muller, el jefe de la Gestapo, que se adelantaron a Jerusalén para preparar la llegada de nuestro guía. Los bandidos terroristas los confundieron con el Statthalter y los atacaron; su coche se incendió y los cadáveres quedaron irreconocibles. La patrulla alemana que llegó poco después al ver los distintivos oficiales creyó que era el coche de nuestro líder y difundió la espantosa pero afortunadamente falsa noticia.

Mientras hablaba con el Statthalter se me ocurrió una idea: la falsa noticia de su muerte podría representar una inmejorable ocasión para conseguir que las alimañas que buscan la perdición del pueblo alemán asomasen sus repugnantes cabezas. Sugerí al Statthalter que mantuviese en secreto su supervivencia durante unas horas. Yo informaría reservadamente a algunos personajes claves, esperando que las serpientes saliesen de sus agujeros.

No imaginaba que hubiese tantas serpientes. Alguna la esperaba. Dietrich acababa de detectar un comando inglés en Palestina, y Londres se apresuró a confirmar que el atentado contra el Statthalter había sido obra suya. Simultáneamente su ejército de Irak inició una ofensiva, mostrando que se trataba de un plan cuidadosamente planeado. Alemania sabrá retribuir adecuadamente la perfidia inglesa.

En Palestina se han producido manifestaciones de alborozo, pero no solo en los barrios judíos, que era lo lógico, sino sobre todo en los árabes. El ejército ha tenido que disparar contra los manifestantes. Lo realmente interesante ha sido descubrir una víbora agazapada: el reyezuelo de Transjordania ha vuelto a cambiar de chaqueta: se ha declarado Emir de los creyentes y ha ordenado detener a nuestra misión en su país. Su defección no pone al ejército de Rommel en situación tan apurada como pudiera parecer, ya que su aprovisionamiento depende ahora de los ferrocarriles sirios, y nuestros destacamentos en la Siria francesa impedirán cualquier veleidad de nuestros renuentes aliados. Poco durará su emirato.

Esperaba alguna reacción francesa ante la falsa noticia pero no se ha producido. No sé si será por prudencia o porque realmente Laval es nuestro amigo, pero en cualquier caso Alemania estará agradecida. Los italianos tampoco han reaccionado. Deben estar todos en sus hoteles de El Cairo limpiándose el polvo tras lo que ha parecido la cabalgata de un circo y no un desfile triunfal. Se les está bien merecido.

Aquí en Berlín también había serpientes esperando su momento. A una de ellas ya la había identificado: mi cordial enemigo Kaltenbrunner que, al creer que nuestro amado líder había fallecido, ha intentado controlar Berlín. Se dirigió a la Reichssicherheitshauptamt donde le esperaban varios policías que también habían pertenecido a las funestas SS, y se hizo con el control de la Oficina de Seguridad del Reich. Su primera medida ha sido enviar a la policía para detenerme, pero me he adelantado y cuando la patrulla ha llegado yo ya estaba en el cuartel general en Bendlerblock. Poco a poco se unieron a Kaltenbrunner otras personalidades: prácticamente toda la antigua cúpula del Partido: Fink, Ley, Streitcher, que odiaba al Statthalter cuando este lo apartó por su corrupción. No podía faltar el inefable Alfred Rosenberg. Reunidos en la RHSA no se dieron cuenta que se habían metido en una ratonera y empezaron a enviar patrullas de la policía a los ministerios y a los cuarteles generales, siguiendo el plan de contingencia preparado para oponerse a un posible golpe de estado militar. Esos inútiles no recordaron que yo era el autor del plan, y me ha resultado muy sencillo frustrarlo.

En primer lugar me puse en contacto con el jefe de la Luftwaffe. Von Greim es un ferviente admirador del Statthalter que puso inmediatamente a mi disposición las formaciones de la Luftwaffe cercanas a la capital. El almirante Marschall también puso a mi disposición el batallón de guardia que la marina tiene en Berlín.

También avisé al mariscal Von Manstein para que se uniese conmigo en el cuartel general del ejército. Si no llamé al Mariscal Beck, fue porque creí que el prestigio logrado en Palestina por Von Manstein le daba una ascendencia que Beck no tenía. Esa fue una decisión providencial, porque mientras estaba reunido con Von Manstein llegó a Bendlerblock el mariscal Beck, acompañado del almirante Canaris y del mariscal Von Blomberg. La presencia de Beck tenía justificación, pero no la de Canaris ni la de Blomberg, por lo que cuando supe de su llegada me adelanté a preguntarle lo que ocurría. Al verme Beck dijo que Goering había muerto, que él era el nuevo líder de Alemania, y que ordenaba mi detención.

Esa tarde era la de las sorpresas, y sorprendido quedó Beck y su grupo cuando fueron detenidos por la guardia, a la que Von Manstein había informado que Goering estaba vivo y que tenían que estar atentos a intentonas golpistas. Fue una pena no haber tenido una cámara para inmortalizar la expresión de Beck cuando le dije que el atentado contra el Statthalter había fracasado y que el detenido era él.

Someter la intentona de Kaltenbrunner no resultó difícil: no solo conocía sus planes, sino que tenía también otros planes contra intentonas golpistas de la facciones del Partido. Las patrullas de la policía encontraron sus objetivos protegidos por los paracaidistas y marinos. Cuando los policías supieron que nuestro guía Goering seguía vivo se unieron a nuestros hombres y marcharon hacia el RHSA, donde capturaron a Kaltenbrunner y sus compinches sin tener que disparar ni un tiro. He tenido el placer de encerrarlos en el mismo calabozo que a Beck. Tendrán mucho que contarse.”


Tras releer el texto Schellenberg pensó que había introducido las suficientes alabanzas como para conseguir el beneplácito del gordo. Dejó el cuaderno dentro de su armario y lo cerró con llave, a sabiendas que a la mañana siguiente sería fotografiado.

El general se asombraba pensando en su suerte. No sólo los ingleses habían acabado con los malditos Seyss-Inquart y Muller, sino que el atentado le había servido para organizar la trampa en la que sus rivales habían caído como tontos. Se respiraría mucho mejor en Berlín sin Kaltenbrunner, Rosenberg y otros de su calaña. Lamentaba lo ocurrido con Beck y Canaris, pero iban a tener que pagar el precio de su ambición.

Ahora tenía que atender a otra cuestión. Un informante acababa de avisar que se estaban enviando a Palestina parte de las reservas de bombas químicas de la Luftwaffe. Alemania, como todos los contendientes, tenía un importante arsenal de armas químicas preparado para ser utilizado si el enemigo se adelantaba. Pero Schellenberg odiaba la simple idea de usarlas: los bombarderos ingleses seguían atacando durante las largas noches las ciudades del Reich, e imaginaba el terrible efecto que tendría sobre los ciudadanos alemanes si cambiaban su ineficaz carga de bombas por gases venenosos.

Por eso le preocupaba el traslado de munición química en avión a Palestina. La urgencia solo podía ser debida a dos causas: Podía ser que los ingleses hubiesen usado su propio arsenal químico, cosa que dudaba, pues no tenía noticias de ello y las ciudades inglesas estaban tan expuestas como las alemanas. Pero podía ser que alguna autoridad alemana, que en Palestina solo podía ser Goering, quisiese utilizarlas. Schellenberg temía cual iba a ser el objetivo.