Publicado: Vie Oct 03, 2014 5:28 pm
por Domper
Alarma

Sobremesa

—Capitán Von Schulenburg ¿Dónde se había metido? Llevo buscándolo media hora.

—Perdone, mi coronel. Estaba con el teniente Von Oppen. Ayer encontramos en la Universidad productos químicos muy peligrosos y los hemos trasladado aquí, para que estén seguros.

—Bien hecho, capitán. He recibido un aviso de la división. Parece que un grupo de árabes ha pintado algunos camiones para que se parezcan a los nuestros. No sé qué intenciones tendrán, pero supongo que querrán hacer atacar a algún barrio judío para que parezca que hemos sido nosotros.

—¿Debo alertar a sus hombres? —preguntó el capitán.

—Desde luego. Pero necesito que forme una patrulla. La policía va a detener al árabe que ha organizado todo esto pero temen que se resista. Bastará con una sección de infantería, pero llévese algunos semiorugas y un cañón, que impone mucho.

—Como ordene ¿A quién debo presentarme?

—Al comisario Dietrich, que les espera en el Rey David.

El teniente reunió la sección y partió hacia el hotel. Cruzó la ciudad nueva y llegó a uno de los controles del “Fuerte Kesselring”, donde la policía militar comprobó sus identidades, la orden que les permitía el acceso al recinto, e incluso revisó los vehículos: la seguridad se había incrementado ante la próxima visita del dictador. La columna siguió hasta el hotel, donde los esperaba Dietrich con un grupo de policías. El comisario distribuyó a los policías entre los semiorugas y montó en el del capitán. Cuando iban a salir vio un camión detenido en el control de acceso del otro lado del recinto

—¿Capitán?

—Capitán Von Schulenburg a sus órdenes.

—Gracias, capitán ¿sabe de qué tipo es ese camión?

—Desde tan lejos no es fácil. Espere un momento —el capitán tomó sus prismáticos y miró—. Me parece que es de los que hemos capturado a los ingleses.

Dietrich se alarmó—: ¿Un camión inglés? ¡Capitán, alerte al control!

En el control un feldgendarme revisaba la documentación del conductor.

—Cabo, tendrá que esperar un momento —el salvoconducto era correcto pero faltaba la orden que permitiese el acceso.

—Esperaré.

Al gendarme le extrañó el acento del acento del conductor, que no supo reconocer. Volvió a mirarlo y le pareció que había algo raro: aunque los dos hombres de la cabina parecían germánicos, sus uniformes les caían demasiado bien, como si estuviesen cortados a medida, estaban limpios, y además las insignias no eran del todo correctas ¿De dónde habrían sacado esos uniformes nuevos? Además el conductor estaba muy nervioso y su ayudante escondía las manos.

—Desciendan del camión —ordenó al conductor y el ayudante.

El conductor no bajó, mientras el gendarme se impacientaba. El ayudante bajó del camión y se dirigió hacia la parte de atrás. Cuando el conductor se vio libre del ayudante saltó del camión, gritando— ¡Policía, hay una bomba en el camión!

Fawzi el-Kutub acababa de activar el temporizador cuando oyó gritar a Meister, y vio unos soldados que se acercaban corriendo hacia el control. El terrorista sacó su pistola y disparó al gendarme y a Meister. Luego se echó a correr, pero no llegó lejos: otro policía del puesto de guardia ametralló con su subfusil a el-Kutub, que cayó al suelo. El policía se acercó y apartó la pistola de un puntapié.

—¿Qué hay en el camión? —preguntó al herido.

El Kutub miró al policía y dijo—. ¡Mi pasaporte al paraíso, perro infiel!

El árabe movió la mano hacia su abdomen, pero el policía pensó que estaba buscando una granada y lo remató de una ráfaga. Luego se dirigió a inspeccionar el camión, pero la carga estaba cubierta por una lona. Subió a la caja y apartó la lona, viendo que el camión llevaba una especie de bidones con unos tubos que entraban en ellos. El policía intentó levantar la tapa de uno de esos bidones, pero le fue imposible.

Otros soldados se arremolinaban alrededor del puesto de control cuando el policía comprendió cual era la carga del camión— ¡Apártense, hay una bomba a punto de estallar!

Los soldados aun corrían cuando las dos manecillas del cronómetro contactaron. Una corriente eléctrica llegó al detonador eléctrico, que a su vez inició la mecha rápida. Diez segundos la llama llegó al detonador del primer bidón, que estalló, y la explosión se comunicó por los tubos a los restantes bidones. Los detonadores también estallaron, produciendo una onda de presión que hizo que el inestable ácido pícrico se descompusiese. Eso generó un volumen enorme de gas a presión elevadísima. La onda de presión alcanzó a la mezcla de combustible y fertilizante, que estalló a su vez, aumentando todavía más la potencia de la explosión. Finalmente tres toneladas de explosivos se descompusieron en gases con terrible violencia.

Desde el semioruga el comisario y el capitán Von Schulenburg habían visto el alboroto en el control, y cuando vieron que todos salían corriendo, ordenaron a los soldados y policías que se refugiasen. Acababan de situarse tras el semioruga cuando vieron un relámpago blanco y como estallaban todas las ventanas del hotel. El semioruga se estremeció y segundos después empezaron a caer los escombros.

Cuando el capitán juzgó que ya no había riesgo miró hacia el control y vio un panorama de desolación. Del camión y de la caseta del puesto de guardia no quedaba nada, y gran parte de las alambradas habían desaparecido. Dietrich se levantó también y pudo ver como del StuG-III situado junto al puesto de guardia salía una llamarada. El lateral del semioruga expuesto a la explosión estaba quemado y abollado.

—Capitán, reúna a sus hombres. Vamos a ajustar cuentas —dijo el comisario.

La columna salió del recinto y se dirigió hacia la ciudad vieja, bordeando sus murallas. Al llegar a la Puerta de Damasco giraron hacia el Norte y pronto llegaron frente a la “Casa de Oriente", residencia del clan Husseini. El edificio era un bonito palacete de dos plantas, con una puerta flanqueada por dos escaleras que daban acceso a la planta superior.

El comisario y el capitán se dirigieron hacia la verja de entrada, pero un sirviente les negó el acceso.

—Comisario, el guardia dice que el Muftí está meditando y que no se puede pasar —dijo el traductor.

Dietrich desenfundó su pistola y apuntó a la cabeza del árabe, que seguía sin abrir la puerta. Amartilló el arma y entonces el árabe empezó a suplicar.

—Dice que le disculpe, pero que son órdenes del Muftí y no puede desobedecerlas.

—Dígale que voy a contar hasta tres. Si no abre tiraremos abajo la puerta. Uno —el árabe siguió protestando—, dos, tres —se oyó un disparo y un policía cayó al suelo.

Dietrich disparó contra el guardián y corrió a refugiarse. Desde las ventanas de la casa varios tiradores disparaban contra los policías, y dos más cayeron antes de poder esconderse.

—Comisario, déjeme hacer —dijo Von Schulenburg— ¡Pónganse a cubierto y emplacen el cañón! ¡Sargento, que su ametralladora suprima esos fusiles!

La ametralladora de uno de los semiorugas empezó a barrer las ventanas de la casa, uniéndose luego al fuego otra ametralladora y los fusiles de los soldados. El fuego desde la casa se hizo esporádico, pero cuando un soldado se acercó a la puerta un disparo de fusil lo hizo caer.

—Sargento, no exponga a sus hombres. Usaremos el cañón.

Segundos después el cañón de infantería disparó contra la casa. El proyectil reventó contra el grueso muro, sin causar daños. Un segundo proyectil entró por la ventana y estalló en el interior, reventando los pocos cristales que quedaban. Por las ventanas empezó a salir humo. El cañón siguió disparando y metiendo sus proyectiles dentro del edificio. Dos árabes intentaron salir pero fueron segados por la ametralladora.

—Tiren abajo la puerta —ordenó el capitán.

El cañón disparó contra la puerta principal, mientras uno de los semiorugas aplastaba la verja de entrada. Los tiradores seguían disparando contra las ventanas. Cubiertos por el fuego de sus compañeros dos soldados subieron por las escaleras y lanzaron bombas de mano al interior. Tras la explosión saltaron por las ventanas, siendo seguidos por otros soldados. El capitán y el comisario corrieron tras ellos.

El interior de la casa estaba devastado. Las explosiones habían reducido a astillas los ricos muebles que habían adornado el edificio, y una cortina, hecha jirones, empezaba a arder. Los soldados siguieron registrando el interior, lanzando bombas de mano en las habitaciones. Los árabes empezaron a salir con las manos en alto.

—¡Alto el fuego! —ordenó el capitán— ¡Lleven a los prisioneros al exterior!

Los soldados sacaron a los prisioneros a empujones. En el interior se oían disparos aislados cuando los policías ultimaban a los heridos. Dietrich inspeccionó a los prisioneros, y reconoció a uno de ellos, que le sostuvo la mirada con arrogancia.

—Traductor ¿este es el Muftí? —el traductor asintió—. Dígale que le prometí que sería yo quien le matase personalmente —cuando el traductor terminó Dietrich tomó su pistola y disparó tres veces contra el abdomen del clérigo.

—Capitán —dijo Sepp Dietrich—, estos hombres son terroristas y los hemos atrapado con las armas en la mano. Fusílenlos.

Tras alinear a los prisioneros contra el muro, una ametralladora disparó. Detrás de los cuerpos que caían las llamas se adueñaban de la Casa de Oriente.