Publicado: Vie Sep 26, 2014 7:28 pm
por Domper
Confidencias

Sobremesa

Para Rabin había sido una de las decisiones más difíciles de su vida. Denunciar a un judío ante los alemanes le repugnaba, pero si no hacía nada esos locos se las apañarían para destruir a la Yishuv, la comunidad hebrea en Palestina. Rabin había sabido que los terroristas del Irgún y del Stern estaban preparando una operación conjunta para matar a Goering. No es que la vida del dictador le importase mucho: rezaba todas las noches para que una enfermedad, a ser posible muy dolorosa, lo llevase al infierno que merecía. Pero una cosa es que lo hiciese Dios y otra, que lo matasen los judíos. Si eso sucediese Rabin estaba seguro que la venganza alemana acabaría con los tres mil años de historia hebrea en Palestina.

El alemán encargado de la seguridad, ese tal Dietrich, le había dicho como ponerse en contacto con él. Rabin se acercó a una tienda en el barrio armenio y se puso a admirar un precioso Samovar. El dueño se acercó, solícito.

—¿Le gusta? Sería el orgullo de cualquier casa.

—Me gusta el té, pero disfruto más del café.

El tendero miró a su interlocutor y dijo—: Venga conmigo, tengo un servicio de café de alpaca que le maravillará.

El tendero cerró la puerta del establecimiento y condujo a le condujo a la trastienda.

—Dígame, señor Rabin ¿Tiene algo para mi jefe?

—Tengo que hablar con él.

—Mi jefe no quiere que le vean con usted. Tome –dijo entregándole un paquete y un papel—. Salga ahora de la tienda por si alguien le sigue. Luego póngase eso y vaya a esa dirección.

Rabin salió de la tienda mientras el tendero tomaba el teléfono y pedía al operador que le pusiese con un almacén de la parte nueva.

—Por favor, necesito hablar con el señor Meyer. Soy Agatan Vanlian.

—Le oigo —el armenio reconoció la voz de Dietrich.

—Tengo que llevarle un paquete al almacén grande. Esta tarde a las cinco.

—Allí estaré.

Dietrich salió inmediatamente, porque el mensaje significaba que la cita era a las cuatro. Llegó a un cafetín en el barrio árabe de Katamon. No mucho después entró un árabe de aspecto acaudalado al que Dietrich reconoció. Pidió que le acompañasen a una habitación, y dijo sin ceremonias—: Buenas tardes, Rabin ¿qué tiene para mí?

El judío tampoco tenía tiempo que perder—. El grupo Stern está preparando un atentado en Jerusalén.

Dietrich se mostró escéptico: los Stern, los árabes, y todo el mundo.

—Escúcheme, que esto es grave. Los Stern han conseguido meter explosivos en el Hotel Rey David.

—¿Cómo?

—Lo que oye. Hay una bomba preparada para cuando llegue Goering.

—¿Cómo lo ha sabido?

—El encargado de transportar los explosivos me tiene más fidelidad a mí que a sus jefes. Ha estado llevando al hotel cincuenta kilos de explosivos cada día durante una semana.

—¿Cómo ha podido hacerlo?

—Escondidos en sacos de harina —Rabin tampoco quería decir todo lo que sabía.

—Gracias, Rabin. Registraré el hotel de arriba abajo.

—Dietrich, cuando los atrape recuerde que la Yishuv no ha tenido nada que ver con esto.

—Lo recordaré.

Rabin salió del cafetín, mientras Dietrich esperaba a su segunda cita de la tarde. Odiaba tener que esperar tras recibir semejante aviso, pero su agente le había jurado que era algo muy serio. A la media hora entró en el reservado un hombre con ropas árabes pero con rasgos occidentales.

—¿Tiene algo para mí, Meister?

El hombre respondió en perfecto alemán—: Señor, le recuerdo su promesa.

Dietrich respondió un poco fastidiado—. Cuenta primero lo que sabes y ya veremos lo que pasa con tu hermano.

—Señor, Franz es un buen hombre que se dejó seducir por los comunistas. Si sigue en esa cárcel morirá.

—Ya veremos lo que pasa con tu hermano. Primero desembucha.

Meister se decidió a hablar—. Señor, usted me pidió que vigilase a los templarios, pero no fue necesario: fue el doctor Wagner quien me buscó y me dijo que un árabe me necesitaba para un trabajo.

—¿Wagner? Vaya con el doctor ¿Quién era ese árabe y qué trabajo le ofreció?

—No conocía al árabe, pero todo el mundo en Jerusalén conoce la vivienda de los Husseini, que es donde Wagner.

—¿Y el trabajo?

—No me lo dijeron, señor —respondió Meister—. Pero me enseñaron un camión inglés y me preguntaron si sabía conducirlo.

—¿Reconoció el camión?

—Era un Bedford como los que tienen los ingleses en su ejército. Ahora los usan ustedes.

—¿Y qué más le dijeron?

—Un sastre me tomó medidas y luego me hicieron fotos —respondió Meister.

—¿Medidas?

—Sí, como si fuesen a hacerme un traje.

—Meister, no me vengas con cuentos raros —dijo Dietrich.

—Señor, espere. No sé para qué me tomaban medidas, pero estuvieron parloteando entre ellos. Pensaban que no les entendía ¡Yo, que me he criado en Jerusalén! El sastre empezó a pedir tela gris verdoso…

Dietrich empezó a prestar atención.

—Gris verdoso como la del uniforme alemán —siguió Meister.

—¿Les oíste algo de los uniformes? —

—No lo sé, tampoco entendí todo, señor —dijo Meister— pero me tomaron medida hasta de la cabeza. Además cuando me enseñaron el camión oí a otro que decía “ese es el infiel tonto que tanto daño va a hacer a su gente”.

Dietrich pensó un poco y dijo—: Quiero saber qué se traen esos tipos entre manos. Cuando sepas más me lo dices, y es posible que consigas al libertad de tu hermano.

Meister salió. Al poco salió Dietrich por detrás y se apresuró hacia la comisaría de policía donde había establecido su puesto de mando. Mientras caminaba pensaba para qué querrían los árabes a un templario alemán. Cuando estaba a punto de llegar a la comisaría, se detuvo para dejar pasar a un convoy de camiones que venían desde la parte norte. Entonces lo entendió. Corrió a su despacho y ordenó que le pusiesen con Von Wiktorin.

—¡General, está a punto de pasar algo muy grave!

—Serénese.

—No, mi general, no me voy a serenar. El Muftí está reclutando alemanes que sepan conducir camiones y los está disfrazando de soldados.

—¿Qué quiere decir?

—Que ese árabe quiere colar camiones delante de nuestras narices, no creo que para nada bueno.