Publicado: Vie Sep 26, 2014 7:26 pm
por Domper
Recuerdos

Media mañana

El Oberst Adolf Raegener había reunido a sus oficiales en el antiguo comedor de oficiales de los cuarteles Allenby, donde estaba alojado el regimiento. Los oficiales presentes formaban lo más granado de la aristocracia prusiana y de su tradición de servicio a la patria. Por ello al coronel le extrañaba que su regimiento, una unidad selecta, hubiese sido enviado a realizar tareas de ocupación. Raegener había oído que había sido el propio VonManstein el que había pedido que se enviase a la 23ª División a Jerusalén. Tal vez contase con ella para una futura ofensiva hacia la India. Al menos el regimiento iba a poder lucirse formando la guardia de honor del Statthalter. Pero el mensaje de la mañana había trastocado todos los planes.

—Caballeros, he recibido un aviso urgente del cuartel general. Nuestro calendario ha sido modificado. El Statthalter va a adelantar su visita y se espera que esta noche llegue a Jerusalén.

El mayor Von Boehmer dijo—. Coronel, esperábamos tener tres días para prepararnos.

—Sé que esto supone un gran trastorno, pero nuestro deber es estar preparado para todo. He recibido instrucciones desde la división. Algunas no les gustarán, pero órdenes son órdenes.

Los presentes prestaron atención al coronel mientras este seguía.

—En primer lugar, tenemos que hacer esta mañana las inspecciones que teníamos previsto hacer en dos días. No va a haber tiempo que perder, por eso cuando acaben la reunión el capitán von dem Bussche-Streithorst les entregará una lista con los objetivos que tienen que revisar esta mañana. Dividan sus tropas si es necesario, aunque sea por escuadras, pero a las 14:00 tienen que haberlo hecho. En segundo lugar, ustedes tendrán que revisar los sectores que ayer les asigné para la vigilancia. Vayan a mediodía. Luego pasarán revista a sus tropas. Tienen que aprovechar para quitar el cerrojo de las armas de la tropa que vaya a formar la guardia de honor. Los oficiales también tendremos que entregar el percutor de nuestras pistolas.

—¿Cómo? —dijo Von Boehmer—. Disculpe mi interrupción, coronel, pero esto es inusitado.

—Lo sé, Hasso, pero esa es la orden que he recibido. En Berlín recelan de nuestros hombres tanto o más que del enemigo, y no quieren que se repita lo de París. No quieren que a nadie se le ocurra alguna idea rara.

—Puedo responder por mis hombres —dijo Von Boehmer.

—No esperaba que dijese otra cosa pero ¿tanto los conoce?

—Pero si no están armados ¿De qué servirá su presencia?

—La gente no sabrá que sus armas están desmontadas. Además tampoco tendrán las municiones lejos. Cada compañía designará a un teniente que custodiará la munición y los percutores, para suministrarlos si hay problemas.

—Pero…

—Mayor, ya le dije que no le gustaría, pero es una orden ¿Alguna pregunta más? Caballeros, el teniente Von den Bussche les entregará sus objetivos.

Los oficiales fueron recibiendo una hoja. Cuando el teniente se encontró con el capitán Von del Schulenburg le sonrió y le dijo —Fritz, como te gusta tanto el saber te he reservado la inspección de la Universidad.

El capitán Fritz-Dietlof von der Schulenburg recibió la nota que le entregaba el teniente. Tenía que revisar el laboratorio de la Universidad Hebrea para confiscar todo lo que sirviese para fabricar explosivos. El capitán salía cuando Von den Bussche le dijo—: Fritz, sé que eres de letras, por eso te han asignado al subteniente Von Oppen. Es estudiante de química y sabrá diferenciar entre explosivos y gaseosa —y le guiñó el ojo.

El capitán asintió y se dirigió a su compañía, pensando en las extrañas vueltas que daba la vida. Tras los sucesos de París su regimiento había sido trasladado a Berlín, donde la vida transcurría plácidamente. La guerra apenas se notaba, y el ambiente era menos opresivo. Una tarde se encontró con su antiguo médico, un judío al que le habían obligado a abandonar la profesión, y le había dicho que había vuelto a abrir la consulta y que estaría encantado en tenerle como cliente.

Pero algo se había torcido en las últimas semanas. Un día acudió a la consulta y se la encontró cerrada. Los vecinos solo le dijeron que había venido una patrulla por la noche y se lo había llevado. El capitán intentó usar su carné del partido para conseguir liberar al médico, pero entonces recibió esa extraña visita.

No pudo identificar al desconocido que había llamado a su puerta esa tarde, pero sus ademanes le mostraron que era un hombre de mundo. Exigió que le dejase pasar mostrando una chapa de policía, y revisó el apartamento para comprobar que no hubiese nadie más. El desconocido se aposentó en un sillón, tomó un cigarrillo, y empezó a hablar con el capitán como si lo conociese de toda la vida:

—Buenas tardes, Fritz ¿o prefieres otro nombre? ¿el conde rojo? ¿te gusta más el color pardo? —el capitán entendió que el policía estaba haciendo referencia a su pasado: había pasado del partido socialista al nazi, aunque estaba pensando en abandonarlo.

—Si tanto me conoce, ya sabrá que aunque me dejase engañar por los nazis no tengo nada en común con ellos.

—Claro que sí. Aunque no nos conociésemos tenemos un amigo en común que me habló de ti. Ahora está en Jerusalén.

—¿Qué quiere usted?

—¿Qué quiero? Mucho más de lo que puedas pensar. Pero por ahora me contentaré con darte esto —le entregó un grueso sobre.

El capitán lo abrió y lo ojeó. Había un documento y un fajo de fotos. Las sacó y se horrorizó —¿Qué es esto? ¿Un montaje?

—Es repugnante pero no es ningún montaje. Esa foto —una playa llena de cadáveres hinchados— es de Jaffa ¿No sabes lo que pasó en Jaffa? No es del dominio público pero si preguntas un poco lo sabrás. Esas otras son foto de Aqaba. Esa otra —mostraba a un hombre con un uniforme de rayas colgando de una horca— se hizo más cerca. Está tomada en Dachau, cerca de Munich ¿tampoco conoces ese lugar? Podrías preguntar un poco pero, pensándolo bien, no sería muy bueno para tu salud. Revisa la foto y verás.

El capitán la inspeccionó: el ahorcado era su médico—¡Dios mío!

—Dios no tiene nada que ver con esto. Es cosa de los hombres. De hombres malos. Capitán, te dejo, pero preferiría que no sigas preguntando. Lee lo que te he traído, medita sobre eso, y prepárate para el viaje.

—¿Qué viaje?

—¿Tampoco lo sabes? Supongo que mañana te lo dirán. Ve haciendo tus maletas, que te vas para Jerusalén.

Al día siguiente recibió un aviso urgente: el regimiento iba a ser trasladado a la Ciudad Santa. Fue el comienzo de una semana de locos: hubo que empaquetar todo el equipo pesado, que fue cargado en trenes con destino a Grecia y, una vez allí, embarcado en un carguero italiano. Las tropas fueron trasladadas en ferrocarril, pero en lugar de dirigirse al Sur los convoyes recorrieron la famosa ruta del ferrocarril de Bagdad. Al llegar a Turquía un inspector comprobó que los “turistas” no estuviesen armados, y el tren siguió hasta Estambul. Tras cruzar el Bósforo los trenes siguieron hasta Aleppo, en la Siria francesa, y luego tomaron el ramal que los llevó hasta Damasco. Durante el viaje tuvo tiempo para pensar en lo que había visto y había leído.

Una vez en Damasco subieron a camiones que tras unas horas de viaje les dejaron en Palestina. Al capitán, acostumbrado a las largas marchas a pie que había tenido que hacer en Polonia y en Francia, le sorprendió que el ejército alemán estuviese gastando tal cantidad de su preciada gasolina, pero al llegar a Haifa pudo ver la refinería trabajando a máximo rendimiento, refinando el crudo que por fin llegaba desde Mosul. Por fin se acababan las penurias, pensó. Pero ¿era eso bueno, o haría que el Mal se extendiese por el mundo?

Al llegar a Jerusalén quiso visitar la ciudad, pero se encontró un viejo amigo que le pidió que le acompañase. Salieron hacia el sur, hasta llegar a las ruinas de un villorrio llamado Ramat Rachel. Si necesitaba la confirmación de que aun quedaba maldad en el mundo, las ruinas ennegrecidas se la dieron.

Un carraspeo hizo volver al capitán Von der Schulenburg a la realidad.

—Capitán, se presenta el teniente Von Oppen. A sus órdenes —dijo un joven oficial a la vez que se cuadraba.

—Sígame, teniente.

Los dos oficiales llegaron al patio, donde los esperaba una columna de camiones, cada uno de ellos con un pelotón de soldados. El capitán fue asignando los diferentes objetivos, pero de repente el teniente le interrumpió —Capitán, el teniente Von den Bussche me ha pedido que le diga que sería conveniente que seamos nosotros quienes revisemos el laboratorio.

La columna salió del cuartel. Circuló por la parte nueva de Jerusalén y atravesó el barrio árabe de Sheikh Jarrah, mientras ascendían al Monte Scopus, donde se situaba la Universidad Hebrea de Jerusalén. Una vez allí el capitán impartió las últimas instrucciones a sus hombres.

—Revisadlo todo pero con cuidado. Si encontráis armas las confiscáis, pero no rompáis nada ni le toquéis ni un pelo a nadie.

Von der Schulenburg y Von Oppen se dirigieron hacia los laboratorios. Pronto encontraron su objetivo: varios recipientes de productos químicos puros, varios de ellos marcados con carteles que indicaban “Danger” o “Poison”. Von Oppen dijo—: Capitán, tenga cuidado, que estos productos son muy peligrosos.

—Nos los llevaremos. Usted deberá indicarme como transportarlos y almacenarlos.