Publicado: Vie May 16, 2014 3:38 pm
por Domper
Capítulo 20. Segundo día

Periplo nocturno


18 de Mayo de 1941, Dora + 1

Durante la noche el batallón paracaidista de Bräuer no luchó para cumplir su misión sino para sobrevivir.

Tras el fracasado intento de la mañana el batallón había sufrido ataques intermitentes efectuados por pequeños grupos de neozelandeses, que fueron rechazados sin dificultad, pero que impidieron a los paracaidistas expandir su perímetro. La pérdida de los equipos de radio impedía a los paracaidistas pedir apoyo a los aviones alemanes que sobrevolaban el paso, y estos, sin poder distinguir las posiciones alemanas de las enemigas, no podían lanzar sus explosivos

Al atardecer se hizo un nuevo intento de enviar refuerzos con treinta Junkers 52 y veinte He 111 remolcando planeadores. Tras un nuevo bombardeo aéreo los aviones se acercaron a los asediados paracaidistas, que intentaron llamar su atención mediante bengalas. Pero los neozelandeses, al observar la maniobra, lanzaron bengalas a su vez., y cuando los Junkers se acercaron empezaron a disparar. Los sólidos trimotores sufrieron pocas pérdidas, pero al intentar esquivar el fuego antiaéreo y sin disponer de referencias precisas los paracaidistas se dispersaron a lo largo de los cerros donde fueron víctimas fáciles de sus enemigos. A lo largo de la noche varios paracaidistas consiguieron enlazar con los soldados de Bräuer, y otros crearon pequeños núcleos de resistencia, pero más de la mitad de los soldados fueron baja.

Los planeadores que levaban el equipo pesado lo tuvieron aun más difícil. Varios fueron derribados por los cañones Bofors y Oerlikon neozelandeses, y el resto también se dispersó. Finalmente solo seis tomaron tierra en terreno controlado por los alemanes. Uno llevaba municiones, otro un cañón sin retroceso con munición, tres alimentos y agua, pero ninguno de los que llevaban radios alcanzaron las filas alemanas.

Desde la cabeza de puente al sur de de los lagos se observaba el humo de las explosiones en las colinas sobre el paso de Mitla, por lo que suponían que la resistencia proseguía, pero resultaba imposible contactar. Rommel estaba cada vez más preocupado: la operación no se iba a decidir por unos pocos paracaidistas, pero sabía que la destrucción de un batallón de la Luftwaffe causaría pésima impresión en Berlín. El paso estaba dentro del alcance de la artillería pesada alemana, pero solo si se conseguía contactar con ellos. Por ello decidió tomar una medida desesperada.

El teniente Barkmann dormía un necesario sueño cuando sintió que le sacudían—. Despierte, teniente, el coronel quiere hablar con usted. —Barkmann entreabrió los ojos y vio que el Oberst Cramer de pie junto a él. Saltó como un resorte y se cuadró ante él.

—Descanse, teniente. Lamento tener que interrumpir su descanso pero tengo una misión muy urgente pero muy arriesgada. Nuestros paracaidistas están atrapados en las colinas de ahí enfrente, y serán machacados si no les ayudamos. He decidido organizar un grupo de socorro para llegar hasta ellos esta misma noche y había pensado en usted para que lo mandase.

Brakmann pensó que iba a pasar en pocas horas de sargento chusquero a dirigir un grupo mixto en una operación clave—. Lo que usted ordene, mi coronel.

—Gracias, teniente. El grupo estará compuesto por su sección de tanques medios, otra sección de tanques ligeros y una compañía montada en semiorugas al mando del teniente Dreher. Le asignaré también al subteniente Ackerman con una unidad de dirección de artillería y de comunicaciones. Puedo proporcionarle también unos cuantos vehículos ingleses capturados. Su misión será infiltrarse entre las líneas británicas y llegar como sea hasta los paracaidistas que resisten en lo alto del paso de Mitla.

—A sus órdenes. Me reuniré con mis hombres para estudiar la operación —respondió Barkmann.

—No se entretenga, teniente. Desde el perímetro informan que los británicos aun no han consolidado sus líneas tras la paliza que usted les dio ayer, pero están recibiendo refuerzos a toda prisa. Si sale ahora mismo podrá aprovechar la oscuridad y la desorganización.

—Partiré inmediatamente. Mi coronel ¿Tras contactar con los paracaidistas, qué debo hacer?

—Se pondrá a las órdenes del oficial del mayor rango y, si no lo encuentra, lo asumirá usted, y resistirá hasta que nosotros lleguemos —respondió el coronel.

—Mi coronel ¿Cuánto tiempo cree que tendremos que resistir?

—El general von Prittwitz me ha indicado que a mediodía atacará a los ingleses, pero que antes le será imposible. Si todo va bien nos volveremos a ver en veinticuatro horas. Pero será mejor que se prepare para resistir más tiempo. No se entretenga, Barkmann, y reúna a sus hombres. Tienen que salir antes de una hora. Buena suerte.

El teniente se dirigió hacia sus Panzer. El 131 estaba siendo reparado, pero la autoridad del coronel le permitió cambiarlo por el de otra sección. Vio como llegaban un par de autoametralladoras Marmon y tres camiones Bedford capturados a los ingleses. Previendo un asedio prolongado, ordenó cargarlos con municiones, latas de gasolina y bidones de agua.

Aunque la retaguardia inglesa estuviese desorganizada, Barkmann pensaba que no sería fácil que su columna pasase desapercibida. En el mapa vio que el paso de Mitla era realmente un wadi (un barranco seco) poco marcado, por el que ascendía a la meseta del Sinaí la carretera que iba desde Suez a Aqaba. Según la Luftwaffe, solo la entrada del paso estaba defendida por los británicos, y los paracaidistas resistían en unas colinas peladas al sur de la entrada del paso, desde las que dominaban las posiciones británicas. Por lo que pudo apreciar, el paso era bastante amplio, lo que le permitiría sortear las obstrucciones, y varios barrancos permitían el acceso a las posiciones alemanas. Lo malo es que para llegar hasta lso paracaidistas tendría que atravesar las posiciones inglesas. Más al Este el wadi tenía varios meandros por los que discurría la carretera y que facilitaban la defensa. Barkmann comprendió al ver las fotos aéreas lo difícil que sería superar la zona más estrecha si se permitía que los ingleses se fortificasen allí.

Al teniente no le agradaba seguir la carretera, porque estaba seguro que tendría tráfico intenso y no podría evitar encontrarse con ingleses. Podría flanquearla, y por lo que veía el terreno se lo permitiría, pero eso implicaría perder un tiempo del que no disponía. Por fin decidió que su única opción era intentar pasar desapercibido, y para eso el pésimo estado de las carreteras egipcias le ayudaría.

Barkmann se reunió con sus hombres y organizó la columna, con los vehículos ingleses capturados delante, luego su sección de tanques medios, seguidos por los semiorugas y con los tanques ligeros cerrando la comitiva. Ordenó que sus hombres construyesen con alambres y lonas unos armadijos que los camiones ingleses tenían que arrastrar, para levantar el mayor polvo posible. Dentro de la nube de polvo los vehículos se mantendrían en contacto con linternas rojas, y usarían señales con linternas blancas para transmitir las órdenes. Barkmann ordenó a sus hombres que no disparasen ni para responder al fuego enemigo. Solo podrían hacerlo después que disparase el tanque de mando.

A la 1:50 del nuevo día la columna salió. Se dirigió hacia el Este y luego hacia el Sur para rodear el campo de batalla de la tarde anterior, en el que los fuegos que aun ardían en varios tanques podrían delatarles. El terreno llano permitía el avance, y la débil luna menguante proporcionaba suficiente iluminación. Treinta minutos después la columna llegó a una pista arenosa que siguió: era la carretera entre Suez y Aqaba, en realidad poco más que una ruta para camellos. Los vehículos saltaban en los baches que no podían ver.

Llevaban unos minutos en la carretera cuando en el vehículo de cabeza parpadeó una linterna: señalaba que habían visto vehículos ingleses. La columna salió de la ruta y se detuvo, mientras se cruzaba con una larga fila de camiones. Los soldados alemanes, que se habían quitado los gorros y cascos para ser menos conspicuos, saludaron alegremente a los ingleses.

El teniente esperó unos minutos para reiniciar la marcha pero, cuando iba a dar la orden, una linterna parpadeó en la cola: más camiones ingleses, esta vez en su dirección. Los alemanes vieron que eran camiones pesados que transportaban tanques ligeros, probablemente carros averiados el día anterior y que eran llevados hacia talleres de la retaguardia. Barkmann pensó que esa era su oportunidad y ordenó reemprender la marcha. Inadvertidamente la columna inglesa se encontró con unos invitados no deseados que la seguían.

Dos veces más se cruzaron con camiones enemigos, pero sus conductores debían estar demasiado cansados como para ver nada entre la polvareda. Tras unos kilómetros la pista comenzó a subir: habían llegado a la entrada del Paso, y por allí debían estar los neozelandeses. Más adelante se veían de vez en cuando explosiones o se lanzaba alguna bengala, mostrando que los paracaidistas aun seguían defendiéndose. Luego la luna se ocultó y en el desierto se hizo la oscuridad casi total. La autoametralladora de cabeza perdió el contacto con los ingleses y se salió de la pista, cayendo en un socavón. La columna se detuvo bruscamente.

Un coche ligero bajó por la carretera y casi se choca de frente con la otra autoametralladora. Un personaje larguirucho descendió de él y empezó a despotricar y a ladrar órdenes a los alemanes, que se hicieron los tontos. Fue entonces cuando en el sudoeste la artillería empezó a disparar, intentando apoyar a los alemanes que seguían agazapados en la orilla tras el cruce fracasado de la mañana. Los fogonazos iluminaron fugazmente la escena, y permitieron que el general británico descubriese que los tripulantes de la autoametralladora llevaban los uniformes negros de los tanquistas alemanes. Valientemente sacó su revolver y empezó a disparar.

Barkmann pensó que ya no había tiempo para esperas. Ordenó a su conductor que arrancase y se metió en el camino., aplastando al coche inglés y siguiendo hacia arriba a la máxima velocidad. El resto de la columna siguió, atropellando al general y dejando atrás la accidentada autoametralladora. Algo más adelante había un puesto de control, pero el teniente pensó que no era momento para sutilezas y arremetió con su tanque contra él. Los ingleses escaparon mientras la columna seguía en silencio.

Por fin un centinela lanzó una bomba de mano contra su tanque que rebotó. Otros soldados empezaron a disparar. Barkmann ordenó a su tanque que devolviese el fuego, y de repente toda la columna alemana empezó a escupir fuego. Los tanques, seguidos de los semiorugas y los camiones, dejaron la pista y ascendieron por la ladera de la derecha, disparando como locos. Habían ascendido unos cientos de metros cuando dos figuras de uniforme gris salieron agitando las manos.

Minutos después el teniente Barkmann se reunía con el coronel Bräuer, mientras veía como los paracaidistas supervivientes se lanzaban sobre el agua. Ese fue el momento escogido por los sudafricanos para empezar a disparar con los morteros. Al oír el ruido sordo de los disparos los veteranos paracaidistas se agazaparon mientras la metralla silbaba sobre sus cabezas.

—Llevamos aguantando a esos dichosos morteros todo el día —dijo el coronel.

—Mi coronel, si me lo permite podría intentar algo ¿Por dónde están?

—Por ahí —Bräuer señaló hacia abajo y a la izquierda. He tenido a un par de tiradores disparándoles todo el día, pero están lejos, a unos mil doscientos metros.

—Voy a darles un susto. —Barkmann corrió hacia su tanque y se introdujo por una escotilla aprovechando el intervalo entre las explosiones—. Chicos, sé que estáis cansados pero aun tenemos trabajo. Si esos morteros les aciertan a los camiones nos quedaremos sin suministros. Holtzmann ——le dijo al radiooperador—. Llama al subteniente Ackerman para que pida una preparación de cinco minutos a 400 metros al Oeste de nuestra posición, retrocediendo hasta 1.500 metros. Avisa a los demás tanques. Formación lineal, los Panzer III al frente y los Panzer II a los flancos. Saldremos en cuanto empiecen a caer los proyectiles ¡Dickel! —ordenó a su conductor— llévame hasta el semioruga del teniente Dreher. —Barkmann ordenó a Dreher que destacase una sección para apoyarle, y se reunió con los demás tanques.

La posición de los paracaidistas estaba alejada de la cabeza de puente y fuera del alcance de la artillería media, pero no de la pesada. Al poco los proyectiles pesados empezaron a llegar, atronando como trenes de carga, y estallaron sobre las posiciones neozelandesas. Los soldados de Drehel avanzaron hasta encontrar las posiciones enemigas, y entonces lanzaron botes de humo.

Los soldados de la compañía Wellington del 19º Batallón neozelandés llevaban todo el día presionando a los alemanes. El salto de los paracaidistas les había tomado por sorpresa, y los germanos habían podido ocupar antes las posiciones elevadas, pero se habían apostado en las laderas. Estaban preparándose para lanzar al amanecer un ataque que barriese a los alemanes, cuando la artillería alemana empezó a disparar sobre ellos. Ya habían sufrido bombardeos durante el día anterior, tanto artilleros como aéreos, pero muy desviados y no habían causado bajas. Pero esta vez los proyectiles cayeron con gran precisión. Seguramente era la preparación de un contraataque. Los británicos se apostaron y cuando vieron movimiento ante ellos, lanzaron bengalas para iluminar el terreno y empezaron a disparar con fusiles y ametralladoras. Los alemanes se cubrieron y lanzaron botes de humo: parecía que el ataque había sido rechazado con facilidad. Pero entonces surgieron del humo media docena de tanques. Sorprendidos, los neozelandeses se echaron a correr cuesta abajo mientras los carros de combate les perseguían.

Los tanques de Barkmann recorrieron la posición enemiga disparando y aplastando todo lo que veían. Un camión inglés se incendió, iluminando la escena, y permitiendo descubrir el emplazamiento de los morteros, ya abandonados por sus dotaciones. Los tanques los destruyeron antes de volver cuesta arriba hacia su punto de partida.