Publicado: Mié May 07, 2014 3:27 pm
por Domper
Tanques

Dora, Hans más trece

El soldado Freech volvió a cargar su cañón. En los primeros momentos su cañón sFH 18 de 150 mm había disparado hasta cuatro veces por minuto, pero la fatiga había reducido el ritmo a un disparo por minuto. Tras dos horas de fuego continuo la dotación estaba agotada y ensordecida, pero entonces el cañón empezó a disparar solo contra blancos seleccionados de forma intermitente.

Pero ahora se había recibido una demanda urgente. La cabeza de puente conseguida por el 53 Regimiento estaba bajo ataque. Lo malo era que sus feldgrau habían avanzado más profundamente y estaban fuera del alcance de los cañones medios, por lo que tenían que ser las baterías pesadas las que proporcionasen apoyo. Los trasbordadores habían llevado algunos cañones de 105 mm, pero disponían de poca munición, por lo que tenían que ser cañones como el de Freech el que ayudase a los soldados a resistir.

A nueve kilómetros de allí el 53 Infanterie-Regiment estaba sufriendo un decidido ataque efectuado por una brigada sudafricanana apoyada por tanques. Los sudafricanos habían conseguido descargar por fin parte de su equipo, y la 2ª Brigada se dirigía hacia Suez cuando se produjo el ataque alemán. Pudo descender el paso de Mitla y dirigirse hacia el Este, protegida de la observación aérea por las nubes de polvo y por el humo levantado por los bombardeos. Tras descender a la llanura se había dirigido hacia el norte, atacando frontalmente la posición alemana.

Los soldados alemanes aun no habían conseguido cavar una posición continua cuando la artillería inglesa que había escapado a los bombardeos de la mañana comenzó a disparar, creando el caos en el cruce del Canal. Los sudafricanos habían atacado seguidamente. Por suerte eran tropas novatas que no sabían usar el terreno como cobertura, y que en lugar de intentar flanquear los puntos fuertes alemanes los asaltaban, sufriendo importantes pérdidas. Aun así la 3ª Compañía fue casi destruida, y por la brecha abierta los tanques sudafricanos se lanzaron. Los soldados alemanes apenas disponían de sus armas individuales y de algunos cañones de apoyo de 75 mm, inadecuados para su uso como antitanques. Los cañones contracarro habían sido emplazados en los flancos, por donde un comandante alemán hubiese atacado. El ataque sudafricano, lanzado contra las defensas más fuertes, había sido una sorpresa.

El sargento Barkmann recibió órdenes urgentes: sus cuatro Panzer III eran todo lo que los alemanes disponían para detener a los sudafricanos. Los tanques enemigos se habían introducido en las líneas alemanas, por lo que la artillería o la aviación no podían disparar contra ellos. Barkmann ordenó al conductor que pusiese el motor en marcha, y dispuso a sus otros tres tanques en formación lineal, con cincuenta metros de separación entre ellos. Una formación lineal daba más potencia de fuego, epro estaba más expuesta a sorpresas. Pero Barkmann pensó que no estaba la ocasión para finuras.

Los tanques avanzaron lentamente. Barkmann miró por la escotilla abierta. Al exponerse así se jugaba la vida, pero veía mucho más que por los estrechos periscopios. Entre el polvo vio tres siluetas. Ordenó al conductor detenerse para apuntar.

El tanque de crucero sudafricano disparó primero, pero sin detenerse, por lo que el proyectil salió desviado. El apuntador del Pz III se tomó su tiempo, y disparó.

—¡Corto, maldita sea! ¡Cien metros más! —exclamó Barmann, mientras se refugiaba en la torre de su tanque.

Esta vez el tanque enemigo y el panzer dispararon a la vez. El panzer vibró como una campana tras un martillazo, pero Barkmann no apreció daños: el proyectil de dos libras enemigo había sido detenido por el escudo reforzado de la torre. Por la mirilla vio que el tanque enemigo se incendiaba mientras su dotación saltaba por las escotillas. Un segundo tanque sudafricano se incendió cuando el panzer de la derecha disparó también.

Barkmannhabía ordenado al conductor que se retirase 100 metros cuando un nuevo aldabonazo indicó que otro proyectil enemigo los había alcanzado. —¡Dickel! ¡Mueve el trasto, por tus muertos, o nos freirán! —gritó el sargento.

El Panzer empezó a moverse marcha atrás. Barkmann vio otro tanque salir del polvo—. ¡Para, Dickel! ¡Blanco tanque a la una! ¡Carga perforante! ¡Fuego!

El delgado blindaje del tanque de crucero no pudo detener el proyectil alemán, que estalló en el interior. De nuevo Barkmann vio a la dotación enemiga escapar del tanque, arrastrando a dos heridos, instantes antes que una gran llamarada saliese por la escotilla. El sargento comprendió que los proyectiles explosivos de los tanques alemanes eran mucho más efectivos que los macizos y con metal de escasa calidad ingleses. —Chicos, esos tipos solo disparan perdigones ¡Dickel, sigue retrocediendo! ¡Para! Blanco tanque a las dos, perforante, fuego. —Otro tanque fue destruido.

Los otros tanques siguieron disparando contra los carros de combate enemigos, y pronto descubrieron que su delgado blindaje era incapaz de resistir los proyectiles alemanes. A pesar de ello los sudafricanos seguían atacando frontalmente.

Barkmann volvió a retroceder poco a poco. Desde el trasbordados llegaron tres tanques ligeros Pz-II. El sargento les ordenó que rodeasen la posición por la derecha y atacasen por el flanco. Los Pz-II desaparecieron entre el polvo en una misión desesperada, porque no tenían el blindaje que había salvado hasta ahora a los Pz-III, pero Barkmann esperaba que su sacrificio le permitiese ganar algo de tiempo. Pero entonces vio que los sudafricanos empezaban a retroceder: el ligerísimo blindaje lateral de los tanques crucero ingleses no podía resistir ni a los cañones automáticos de 20 mm, y los Pz-II los usaron como ametralladoras, diezmando a los atacantes.

—A todos los tanques, atacad, repito, atacad. Nos los vamos a comer.

Los tanques alemanes pasaron al ataque, esquivando los tanques enemigos de los que sus dotaciones escapaban. Al salir del polvo cayeron sobre la infantería sudafricana.

—¡A por ellos! —ordenó.
Los sudafricanos, sorprendidos al ver los tanques alemanes saliendo del polvo, se desbandaron mientras los Panzer disparaban sus ametralladoras. Al ver que no podían escapar soltaron sus armas y levantaron los brazos. Barkmann siguió adelante, encontrando los camiones que habían llevado a los sudafricanos, y los ametralló. Finalmente, no queriendo alejarse demasiado, volvió conduciendo un rebaño de prisioneros.

Al desmontar del tanque se encontró con el general Fürst, que lo felicitó—. Acaba de salvar el día para Alemania, teniente.

Barkmann le corrigió—. Solo sargento, mi general.

—No discuta conmigo, teniente.

Al mismo tiempo los ingenieros consiguieron acabar el primer puente. Durante la noche los camiones empezaron a llegar a la cabeza de puente.