Publicado: Mié May 07, 2014 3:23 pm
por Domper
Primer día

23186C


17 de Mayo de 1941. Dora, Hans

Me llamo 4.5 INZ HOW MK II TROTYL 23186C, pero los amigos me conocen por 23186C, y soy un proyectil.

Algunos dicen que las obras del hombre son objetos inanimados, que solo se diferencian de las rocas o de la arena por su complejidad. Pero personas mejor informadas saben que creaciones del hombre son proyecciones del espíritu humano, que llevan consigo un trocito del alma de los seres que les dieron forma.

No sé si tengo alma o si mis recuerdos no son míos sino que están en la mente de los hombres que crearon y me trataron. Pero real o figurado recuerdo cada momento de mi larga vida.

Mis ancestros se remontan a miles de millones de años en el pasado, en el fondo de un enorme mar. Las agitaciones terrestres los expusieron a la corrosiva atmósfera en la que se oxidaron adquiriendo un llamativo color rojizo. Luego los materiales arrastrados por violentos torrentes los cubrieron, en un sueño de eones

Mi comadrón fue un curtido minero, que arrancó las rocas que formarían mi ser y las cargó en una carretilla. Al salir al aire libre pude ver las colinas de mi Cleveland natal en los breves instantes que le costó a la cinta transportadora lanzarme a un vagón de tren, en el que me llevaron a un enorme complejo industrial cerca de Manchester. Entré allí como grava rojiza, pero el calor de toneladas de carbón me hizo expulsar las impurezas para transformarme en un sólido lingote de metal grisáceo. Un nuevo viaje en tren me llevó a la factoría en Leeds donde fui fundido, calentado y enfriado para endurecerme. Luego una fresadora torneó mi cavidad con lo que conseguí mi forma definitiva. Fue entonces cuando percibí la actividad febril que había en la factoría, en la que los operarios murmuraban extrañas palabras como Flandes o Amiens.

Un día, cuando me cargaban junto con cientos de hermanos en un tren, los trabajadores empezaron a gritar y a abrazarse. Ya no decían Arras sino Paz, Vctoria o Volverán a casa. En vez de subirme al tren me llevaron a un almacén donde esperé largos años.
V
eintiún años pasaron hasta que unos obreros me sacaron del almacén. Un nuevo viaje en tren me llevó hasta la capital. Llegué a un complejo mezcla de edificios victorianos y almacenes modernos en el que me limpiaron, me pintaron, me llenaron de Trotyl —tal vez a ustedes les resulte más familiar Trinitolueno, que es como dicen en el Continente— y me unieron a un cartucho metálico lleno también de explosivo. Un operario me bautizó, pintando con pistola las siglas 4.5 INZ HOW MK II TROTYL 23186C.

Raro me pareció, pero mis hermanos me dijeron que solo 23186C era mi nombre, y que las otras siglas mostraban mi relleno y el cañón para el que había sido destinado, el potente obús de 114 mm de la artillería imperial durante la Primera Guerra Mundial. Me sorprendió que tras tantos años se siguiese usando ese vetusto obús, pero un primo de 6 pulgadas me explicó que tras la guerra habían sobrado miles de esos cañones, y que una crisis en Checoslovaquia había obligado a volver al servicio a los viejos veteranos. Un vistazo me permitió ver una hilera de obuses de 114 mm modernizados, que recién pintados y con sus ruedas con neumáticos tenían un aspecto excelente.

Otro viaje en tren ¿cuántos van? me llevó a unos atestados muelles, donde unas grúas recogieron la caja en la que estábamos mis hermanos y yo, y la depositaron en la bodega de un gran barco. Apenas se había hecho a la mar cuando me alegré al oír a dos marineros decir la palabra Guerra. Entiéndanme, no es que me guste la guerra, pero para mi la paz son años aburridos en algún arsenal. Aunque los marinos estaban preocupados hablando de Submarinos y de Torpedos, el viaje fue plácido, primero hacia el Sur, luego al Este y nuevamente al Norte. Tras muchas semanas una grúa me sacó de la bodega y me depositó en un muelle tostado por el sol. Las extrañas vestimentas de la gente y la llamada del muecín me mostró que estaba muy lejos de casa.

Un nuevo viaje en tren me permitió disfrutar del espectacular Nilo, y luego del desierto del Norte de África… para ser de nuevo encerrado en un almacén.

Meses pasaron hasta que unos preocupados soldados vestidos de caqui me cargaron en un camión y me depositaron junto a una batería de obuses. Alguien me roscó la espoleta, y entendí que había llegado mi hora. Pero antes de realizar mi sueño los soldados que me llevaban me dejaron caer al suelo, se alejaron de los cañones y se sentaron, esperando a otros soldados que hablaban una lengua desconocida.

Pensaba que era mi fin, sabiendo que el destino de la munición capturada era ser desmantelada y fundida o, más ignominiosamente, usada para construir trampas explosivas a la espera de la pisada de algún niño. Por eso me sorprendió que me cargasen de nuevo. Volví a cruzar el Nilo y fui depositado en una gran pila. Los alemanes —porque así se llamaban mis nuevos dueños— habían decidido usarme para su ofensiva de Suez.

Esta vez la espera no fue demasiado larga. Una madrugada un artillero me tomó en brazos y me introdujo en la recámara de un obús: iba a ser el primero de mis hermanos en ser disparado. Segundos después otro soldado tiró del tirafrictor. Ni un instante pasó cuando el percutor golpeó una pequeña cápsula de fulminante. El golpe descompuso la inestable mezcla, que ardió inflamando a su vez un cartucho de pólvora negra, que a su vez incendió la cordita del cartucho al que estaba unido.

Noté el brutal empuje de los gases a presión producidos al arder la cordita. Mi banda de forzamiento tomó las estrías del tubo, y empecé a girar a gran velocidad, como una peonza enloquecida. En un suspiro salí disparado del tubo y noté el chasquido que produjeron los seguros de la espoleta al armarse.

Mientras ascendía en la noche descubrí con satisfacción que mi artillero se había adelantado, y que era el primer proyectil de los miles que empezaron a cruzar el cielo. Pero el corto tubo del obús me daba corto alcance, por lo que muy pronto apunté hacia tierra, hacia una trinchera rodeada de alambres de espino, entre los que me enterré. En los milisegundos que le costó activarse a la espoleta intenté enviar mi historia hacia las almas que se escondían en mis cercanías.

23186C no era sino el primero de los miles de proyectiles que empezaron a caer sobre las líneas británicas del Canal de Suez. El Panzergruppe Afrika y el 10 Ejército italiano habían destinado casi toda su artillería para la operación, dejando sol en el Alto Nilo los cañones justos para sostener el frente. Asimismo se habían emplazado cuatro grupos de artillería de campaña alemanes y uno italiano, llegados en las últimas semanas, y se había emplazado también el gran número de cañones capturados a los ingleses en Mersa Matruh, que artilleros italianos enviados apresuradamente servían. En total setecientos cañones de todos los calibres dispararon a la vez contra las líneas inglesas al sur de los Lagos Amargos, en un diluvio de fuego superior aun al que había aplastado Gibraltar.

En un primer momento un diluvio de proyectiles cayó sobre las posiciones inglesas detectadas junto a la orilla. Luego los cañones de mayor calibre cambiaron de objetivo. Los cañones alemanes de 170 y 150 mm dispararon sobre las posiciones conocidas de la artillería inglesa y sobre los puestos de mando, mientras que los cañones italianos de 149 mm, menos precisos, hicieron fuego de interdicción sobre las vías de comunicación y sobre el Norte el Canal para dificultar los movimientos británicos. Mientras los cañones de menor calibre italianos mantuvieron su fuego sobre las posiciones inglesas, especialmente sobre las fortificaciones que dominaban los puntos de cruce elegidos, que habían recibido los nombres de “El Reducto”, “El Fuerte”, “El Castillo” y “El Bastión”. Mientras los cañones alemanes comenzaban un fuego de barrera destinado a destruir los campos de minas, a romper las alambradas y a cubrir a los grupos de zapadores que empezaban a cruzar en Canal.