Publicado: Sab Abr 19, 2014 1:02 am
por Domper
Listos…

Caimanes


7 de Mayo de 1941

El tenente Adelfo Romani se sentía muy lejos de su Lombardía natal. El terreno llano y pantanoso le podría recordar a los canales que recorrían los campos de cultivo de Capergagnica, el pueblecito cercano a Milán donde había vivido su infancia. Pero el ocre del terreno o la silueta de las escasas palmeras anulaban cualquier ilusión que pudiese tener.

Aunque un canal es un canal, y las aguas de Suez no era tan frías como las de los ríos lombardos. El teniente se arrastró por el suelo arenoso, aprovechando las sombras que la luna proyectaba en el terreno: en las cercanías del Canal era mejor pasar desapercibido, porque el movimiento atraía la artillería. Como para confirmarlo, vio unos fogonazos hacia el Norte ¿serían esta vez cañones italianos, alemanes o ingleses los que intentaban atrapar a algún pobre desgraciado?

Era mejor no distraerse. Romani siguió arrastrándose hasta llegar al talud de la orilla Oeste del Canal. Ahí extremó las precauciones, sabiendo que unos ojos podían estar observándolo desde el otro lado. Siguió la ruta marcada con pequeñas tiras de papel que evitaba las minas que defendían la orilla, y se introdujo en las cálidas y saladas aguas del Canal. Cuando llegó a una profundidad en la que se podía mantener cómodamente de pie asomando apenas la nariz y los ojos, esperó al resto de los hombres de su pelotón, que fueron llegando uno a uno, arrastrándose por las huellas que había dejado el teniente. En los Caimanes de Suez los oficiales no iban detrás, sino que eran los que daban el ejemplo. Los Caimanes de Suez querían heredar el glorioso nombre que sus padres se habían ganado en el Piave, aunque para ello tuviese que sacrificarse algún joven teniente.

Una vez todos en el agua, los once hombres hincharon dos pequeños flotadores en los que colocaron su equipo, envuelto en telas impermeables, y empezaron a nadar hacia el otro lado. En ese punto tenía casi 300 m de anchura, y el descenso de la marea en el cercano Mar Rojo causaba una corriente suave pero perceptible y que aumentaba aun más el recorrido. Además tenían que nadar sigilosamente, por lo que les llevó casi treinta minutos cruzarlo. Una vez cerca de la orilla, los soldados se desplegaron y se acercaron tomando máximas precauciones. Al llegar a tierra empezaron a explorar el terreno con largas varillas intentando encontrar minas. Si encontraban alguna la marcaban con una cintilla de tela de color oscuro y seguían: su misión solo era explorar.

El cabo Monaldo se acercó al teniente y señaló hacia su derecha. Romani ordenó con un gesto a sus hombres que permaneciesen a cubierto, y se deslizó hacia donde Monaldo señalaba. Romani superó con gran precaución el talud e intentó ver lo que había alertado a Monaldo, pero la tenue luz de la luna no revelaba nada. El teniente se arrastró poco a poco, y notó que la tierra estaba removida. Imaginándose lo peor, miró con cuidado a su alrededor, hasta descubrir el brillo de un cable disparador a unos palmos de donde estaba. Romani avanzó aun más lentamente, explorando el terreno con su varilla. Encontró dos minas que tuvo que rodear, hasta encontrar un paso. Siguió por él, pero estuvo a punto de caer en un foso antitanque que los ingleses habían cavado y cubierto de lonas para ocultarlo. Una tos un poco a su izquierda le permitió descubrir la posición inglesa. Sacó sus prismáticos, y logró distinguir un blocao, con troneras por las que asomaba la boca de un cañón antitanque. Seguro que también había ametralladoras.

Romani volvió poco a poco por donde había venido hasta reunirse de nuevo con sus hombres. El sargento Fanucci señaló hacia el Sur, donde había encontrado otro puesto enemigo. Romani marcó en su mapa la situación de los dos fortines británicos, y dio órdenes a sus soldados de retirarse, limpiando todos los rastros.