Publicado: Mar Abr 08, 2014 12:24 am
por Domper
Una cena informal

Unas horas después

El Mariscal von Manstein y su esposa descienden del lujoso mercedes y entran en Karinhall, el pabellón de caza del Statthalter Goering cercana a Berlín. Al llegar von Manstein a su habitación en el Hotel Adlon se había encontrado con una invitación para una cena privada esa misma noche. El Mariscal no dudó ni por un momento en aceptarla, sabiendo el gran honor que suponía. La protección de Goering era el espaldarazo que von Manstein necesitaba para alcanzar la cumbre de su profesión.

A media tarde unos sirvientes se hicieron cargo del equipaje del matrimonio, señalando que el Statthalter se sentiría muy honrado alojándolos aquella noche. Montaron en el enorme vehículo que los condujo hacia el Norte de Berlín. Tras una hora de viaje entre bosques y lagos e, coche entró en los terrenos de la mansión.

Nada más detenerse se encontraron con el Statthalter, que les saludó efusivamente y les invitó a un paseo por la mansión. Tras recorrer el jardín, flanqueado por monolitos e piedra, y detenerse un momento junto a la tumba de Karin Goering, la anterior esposa del Statthalter, entraron en el edificio. Lo que primeramente había sido un pabellón de caza era ahora un palacio repleto de obras de arte que Goering mostró a la pareja. Von Manstein se creía en un sueño, el hombre más poderoso de Europa tenía la deferencia de guiarles por su mansión. Hasta admiraron el mueble medallero con las condecoraciones del Statthalter, entre las que destacaba la “Pour le mérite”, la máxima condecoración del antiguo Imperio Alemán. También les mostró su colección de trenes eléctricos, en un enorme salón repleto de vías. Después pasaron a un salón donde se sirvió una cena sencilla pero exquisitamente condimentada, bañada por los mejores vinos de la más famosa bodega de Europa.

Tras la cena Goering invitó a von Manstein a pasar a un saloncito. Tras ofrecerle cigarros habanos y un excelente coñac, el Statthalter se dirigió a su invitado.

— Bien, Erich, me alegro de tenerte aquí. Apenas un año ha pasado desde que nos conocimos en la Cancillería, y como ha cambiado el mundo. Desde el primer momento reconocí su genio, tan mal aprovechado en Francia, pero que nos ha proporcionado la gran victoria de Egipto.

Von Manstein se excusa — Gracias, Statthalter, pero el mérito no es mío sino de mis hombres.

— Hermann, por favor. Te ruego que me apees del tratamiento. Ya tengo demasiados aduladores rondándome y estoy un poco cansado de ceremonias. Te agradecería que me tuteases. Bien, Erich, desde luego que el ejército alemán ha sido el protagonista de las victorias, pero sin tu hábil conducción no sé si las hubiese conseguido. He apreciado especialmente como has sabido cambiar de idea cuando los hechos se imponían — von Manstein recordó que había sido un firme partidario de la invasión de Inglaterra —. Pero ahora me propones una operación terriblemente arriesgada. Me pides que apruebe una ofensiva lanzada con medios insuficientes y dejando a tu espalda a medio ejército inglés.

— Statthalter, ahora es el momento. Si damos un respiro a los ingleses estos se consolidarán en Suez. No dudo en que romperemos sus defensas, pero en ese tiempo podrán solucionar sus problemas en Irak e incluso invadir Siria. Cuando lo hagan, porque no tengo dudas de que están preparando la operación, no solo despejarán un frente sino que tendrán una comunicación franca con la India, que es u bastión en el Oriente. Eso nos condenaría o a permanecer a la defensiva en Suez, o a librar una dura y prolongada campaña en Oriente Medio. En ese tiempo podrán retirar sus fuerzas de Creta e incluso de Chipre. Pero ahora apenas tienen fuerzas móviles en la región, sus tropas están desmoralizadas y desorganizadas, y además no tienen a donde escapar. Podemos conseguir una victoria que dejará pequeña la de Egipto.

— ¿No exageras un poco?

— No, Statt… digo Hermann. No solo por la repercusión internacional que puede tener una victoria en Tierra Santa, sino porque en el Mediterráneo los ingleses tienen un cuarto de millón de soldados que podemos atrapar. Si los ingleses pierden Aqaba solo les queda una larguísima carretera que además lleva a Irak, que seguramente declarará la guerra a los ingleses en poco tiempo. No podrán escapar, pero solo si actuamos ahora.

— El ejército de Irak no aguantará ni dos semanas a los ingleses.

— No creo, aunque podríamos intentar ayudarles a través de Siria. Ese Laval tendrá que hacer algo por la victoria ¿no? pero no recomendaría enviar tropas de tierra, que podrían verse atrapadas. Solo material y aviones. Sería interesante desplegar un grupo aéreo en Siria que dificultase los movimientos ingleses por la carretera entre Bagdad y Amman. También resultaría muy útil desplegar aviones en el Norte de Irak, donde no van a tener problemas con el combustible, y abastecerlso desde Siria. Desde luego serái ideal si Turquía colaborase con nosotros. Pero Statt…

— Hermann — interrumpe Goering.

— Hermann — sigue von Manstein —, no pretendo sugerirte como debe ser nuestra política exterior, solo señalo lo que nos conviene desde el punto de vista militar.

— Gracias, Erich, pero los turcos se están cerrando en banda, dicen que su país depende de las importaciones por el Mediterráneo y que mientras no lo despejemos de ingleses, no pueden hacer nada. Por eso te quería preguntar: antes de lo de Palestina ¿no sería mejor limpiar el Mediterráneo de ingleses? Siguen en Malta y Creta, y dese esas islas siguen creando problemas con sus dichosos aviones torpederos y sus submarinos.

— Statt… Hermann, te recomiendo que por ahora evitemos Malta y Creta. Ahora que hemos llegado a Egipto su valor militar es limitado. Sobre todo, esas islas dependen por completo de los suministros que puedan llegar desde Haifa en submarinos. Si encerramos a los ingleses en Palestina los ingleses en las islas se quedarán aislados no creo que ni siquiera tengan suficientes alimentos. Al contrario, ahora tomar Creta o Malta no sería difícil, peor consumiríamos nuestro recurso más precioso: el tiempo.

— Tiempo nos sobra — responde Goering.

— Hermann, sabes que no es así. Churchill sigue haciéndoles carantoñas a los americanos y a este paso conseguirá que entren en guerra.

— Los amis no saben pelear.

— Perdona que te contradiga, pero eso es propaganda. En la anterior guerra lucharon muy bien. Además la industria norteamericana es como cuatro veces la alemana. Ahora solo fabrican maquinillas de afeitar y lavadoras. Peor podrían fabricar tanques y aviones y entregárselos a sus primos. Además ¿te fías de Stalin? Beck me ha entregado la evaluación del ejército que tiene al otro lado de la frontera y, francamente, da miedo. Yo no me atrevería a quitar ni un soldado de ahí. Hermann, nos urge la victoria. Creo que si no la hemos conseguido antes de un año nos veremos embarcados en una guerra que puede ser demasiado grande hasta para nosotros. Tenemos que conseguir otra gran victoria, y tras Francia, Egipto y Grecia, Palestina es el lugar ideal.

— La estrategia de ese tal Rommel ¿no es muy arriesgada?

— Claro que lo es. Más aun, te garantizo que si la usamos, sufriremos algún revés y alguno de esos Kampfgruppen será destruido. Pero en realidad ¿qué arriesgamos? A lo sumo, una o dos divisiones, y además tenemos una base segura en Egipto a la que retirarnos. Beck me ha prometido enviar refuerzos desde Grecia. Pero si vencemos, tendremos toda Asia en nuestra mano. Por de pronto, dispondremos del petróleo de Mosul, sin tener que depender de Stalin y dándonos tiempo hasta que los yacimientos libios puedan ser explotados. Tendremos acceso a Irán, cuyo monarca también nos es favorable. Podremos aliviar el cerco que sufren los italianos en Etiopía. Incluso nos favorecerá en el Atlántico, porque los ingleses tendrán que llevar parte de su flota al Índico.

— Me has convencido aunque sigo creyendo que la operación es arriesgada. Pero como dicen, quien no se arriesga no pasa la mar. Erich, mañana mismo llama a Rommel y dale vía libre. Pero desearía que tu esposa y tú fueseis mis huéspedes un par de días. A partir del jueves vas a descansar muy poco.