Publicado: Lun Mar 24, 2014 3:00 pm
por Domper
Caliente

11 de Marzo de 1941

El capitán Julio Salvador miraba con cariño los desgarbados cazas Morane MS.406 que se alineaban en el aeródromo de Jerez. La marina había sido alertada de la posible llegada a la base naval de Cádiz de buques pesados alemanes e italianos para efectuar operaciones en el Atlántico. Pero el ataque a Tarento había mostrado la importancia de una defensa adecuada contra los aviones enemigos. La Fuerza Aérea Española disponía de muchos aviones, pero eran excedentes de la guerra civil, anticuados y con muchas horas de vuelo. Aunque los ágiles cazas Fiat CR-32 Chirri fuesen muy apreciados por sus pilotos, el general Vigón, Ministro del Aire, no se hacía ilusiones sorbe su eficacia, y solicitó a Berlín que se cediesen urgentemente cazas modernos. Pero en lugar de los Bf-109 “Emil” o “Fiedrich” que equipaban a la Luftwaffe se recibió un lote de cazas Morane MS-406 capturados a los franceses.

Los cazas Morane eran, probablemente, de los peores cazas que había en el arsenal del Pacto de Aquisgrán. Eran incluso más lentos que los Hurricane, tenían poca autonomía, y sus prestaciones empeoraban rápidamente con la altura. Pero los antiguos pilotos de los Chirri pronto empezaron a apreciar al caza francés. Sí, era muy lento, pero también resultaba agilísimo y, al mismo tiempo, noble. Además el cañón de 20 mm le daba una pegada que los pilotos españoles, veteranos de la guerra civil, supieron apreciar.

Pronto sabrían que tal resultado daban en combate. Porque la base de Cádiz más bien antes que después tendría que ser atacada por la Royal Navy. Cádiz era la base ideal: con una rada en la que cabían todas las flotas europeas juntas, protegida de los vientos y de las corrientes, bien comunicada por ferrocarril o por mar, y con factorías militares que podían reparar cualquier barco de guerra. Además Cádiz estaba suficientemente alejada de Inglaterra como para estar más allá del alcance de la RAF.

La Royal Navy lo sabía y llevaba atacando Cádiz periódicamente dese el siglo XVI, aunque saliendo trasquilada por lo general. Hasta ahora los ingleses solo habían enviado submarinos a la zona, y probablemente uno de ellos había sido la causa de la desaparición del cañonero Eolo unos días antes. Pero eso no duraría.

— Capitán, un aviso urgente. Un bou de vigilancia ha visto aviones desconocidos dirigiéndose hacia Cádiz.

Salvador corrió a su avión y se subió a la cabina, mientras la dotación de tierra acercaba el arrancador. Tras poner el motor en marcha el avión de Salvador empezó a carretear y se dirigió hacia la pista, seguido por otros siete Morane. Sin detenerse aceleró, despegó y comenzó a tomar altura. Sobrevoló el Puerto de Santa María y empezó a buscar. Pronto los vio: un grupo de biplanos volando muy bajo. Salvador miró alrededor pero no vio cazas de escolta. Mejor.

En el combate siguiente el MS-406 demostró sus cualidades. A alta cota sería un caza mediocre, pero a nivel del mar era casi tan ágil como un biplano, y su potente armamento bastaba para echar al mar a un torpedero Swordfish de una ráfaga. Los torpederos británicos siguieron en dirección Nordeste y luego Este, intentando tomar posición para atacar el dique, pero fueron cayendo uno a uno.

Julio Salvador estaba viendo caer su tercer Swordfish cuando recibió un aviso por radio de su punto, el teniente Sánchez-Tabernero — ¡Inglés a las siete, rompe a la izquierda!

Los reflejos conseguidos en tres años de guerra hicieron que la reacción del capitán fuese instantánea, esquivando un torrente de balas lanzado por un caza Fairey Fulmar. Siguiendo tácticas ensayadas mil veces Sánchez-Tabernero ametralló al caza inglés con una larga ráfaga que lo lanzo contra el mar, mientras Salvador se situaba a su cola y por arriba para protegerlo. Otro Fulmar se lanzó contra Sánchez-Tabernero, pero no vio a Salvador que se situó a sus seis y lo derribó.

Salvador miró a su alrededor y no vio más cazas ingleses. Tan solo, un Swordfish que trataba de escapar echando humo — ¡Ese es mío! — minutos después el biplano hacía un aterrizaje forzoso en una playa.

No es tan malo el Morane, pensó Salvador. Su récord en una misión estaba en tres Kaiuskas y un Mosca durante la Guerra Civil, pero ahora lo había superado. Julio Salvador y Díaz Benjumea tenía ahora 31 victorias en combate aéreo, y si la guerra seguía pronto alcanzaría al llorado García Morato.