Publicado: Lun Mar 24, 2014 2:59 pm
por Domper
Capítulo 12. Interludio marítimo.

Frío, frío


7 de Marzo de 1941

En el Atlántico Norte el crucero ligero HMS Naiad se enfrentaba a olas de seis metros de altura, que al romper contra la proa cubrían de espuma el puente.

El Naiad era uno de los cruceros británicos más modernos, pero también uno de los más pequeños. En el periodo de entreguerras las marinas habían construido cruceros grandes y poderosamente armados, pero que eran tan caros como los cruceros de batalla de la Gran Guerra. Sin embargo la Royal Navy tenía que sustituir un buen número de cruceros construidos durante la Primera Guerra Mundial, barcos anticuados cuyas máquinas no daban más de sí. Por otra parte el progreso de la aviación amenazaba el dominio de os mares. Por ello se decidió construir cruceros pequeño, que se pudiesen construir en gran número, armados con cañones antiaéreos. Eran buques cuyo papel era la escolta de acorazados y portaaviones en las aguas confinadas cercanas a las bases británicas.

Pero la necesidad de cruceros modernos había destinado al Naiad a un papel que le venía grande: la vigilancia del Atlántico Norte. En ese escenario su armamento antiaéreo resultaba casi inútil, pues era improbable encontrarse con otra cosa que no fuesen aviones de reconocimiento que procuraban mantenerse alejados. Pero los cañones bivalentes de 133 mm que montaba el Naiad eran muy inferiores a los de 152 y 203 mm de los cruceros alemanes. Lo único que podía salvar al Naiad era su radar, el más moderno de la flota, y su velocidad. Lo malo era que la velocidad máxima del Naiad, unos modestos 32 nudos, solo se alcanzaba con el mar en calma, y no con las monstruosas olas del Atlántico Norte invernal.

Desde su entrada en servicio el crucero se había aburrido escoltando convoyes procedentes de Halifax. Pero un mes antes se había recibido un mensaje procedente de la embajada británica en Estocolmo, casi el único lugar de Europa continental en la que Inglaterra seguía teniendo amigos. Un guardacostas sueco había avistado una potente formación alemana en el Skagerrak. La Home Fleet había partido a toda prisa para vigilar el espacio entre Islandia y las islas Feroe. Pero la formación alemana parecía haberse desvanecido, hasta que un avión de reconocimiento avistó tres grandes buques en el fiordo de Trondheim: los barcos alemanes simplemente habían cambiado de base, mientras la Home Fleet gastaba su valioso combustible persiguiendo fantasmas. Al final los acorazados ingleses tuvieron que retirarse a Scapa Flow para repostar, pero era preciso mantener la vigilancia. El Naiad tuvo que abandonar el convoy que escoltaba para ello. Ya llevaba dos semanas recorriendo el espacio entre Islandia y las Feroe, lo que casi había vaciado los depósitos de combustible.

El Capitán Marcel Harcourt Attwood Kelsey intentaba ver algo a través de los cristales pero resultaba imposible. Los vigías tenían que estar pasándolo aun peor. Solo podía confiar en que el radar detectase a cualquier intruso desde lejos. Pero el crucero, con los depósitos a apenas un tercio de su capacidad, daba bandazos de casi 30° que hacían la exploración por radar casi imposible.

— ¡Capitán, un contacto de radar. Distancia, 15.000 m, Dirección, 30°N. Parece dirigirse lentamente hacia nosotros.

El capitán miró hacia el Norte Noroeste, pero no vio nada más allá de la espuma y los chubascos de nieve. Probablemente el contacto tampoco pudiese ver al Naiad. Si el intruso era un acorazado de bolsillo alemán el crucero inglés aun podía escapar cambiando el rumbo. Pero el intruso podía ser un forzador del bloqueo o, peor aun, un corsario camuflado. Los corsarios estaban indefensos ante un crucero pero, si se les dejaba escapar podían causar una carnicería con los mercantes ingleses. El Naiad tendría que arriesgarse y echar un vistazo.

— Rumbo Norte a 20 nudos — Attwood Kelsey tampoco quería darse de frente con lo que fuese que se acercaba desde el Norte. El crucero cambió de rumbo y aumentó poco a poco la velocidad

Doce millas al Norte los acorazados Gneisenau y Scharnhorst, seguidos por el crucero pesado Admiral Hipper, también padecían el temporal. Aunque eran barcos mucho mayores que el Naiad tenían proa y bordas muy bajas, más apropiadas para las plácidas aguas del Báltico que para el tempestuoso Atlántico. Las olas que rompían contra la proa del Gneisenau cubrían la cubierta y saltaban por encima de la torre Antón. Pero las treinta mil toneladas del Scharnhorst lo hacían más estable, y la altura de sus superestructuras le permitía detectar y seguir a los barcos enemigos.

Tres días antes el Almirante Lutjens se había hecho a la mar con los acorazados Scharnhorst y Gneisenau y el crucero Admiral Hipper en su tercer intento de salir al Atlántico. El primero, a finales de Diciembre, había acabado al sufrir el Gneisenau daños en su proa durante una gran tormenta. Un segundo intento había sido abortado al ser detectados por un crucero sueco. Finalmente, aprovechando un temporal, el escuadrón alemán había salido Throndheim sin ser avistado. Primero se había dirigido hacia la isla de Jan Mayen, para eludir las patrullas británicas, y luego hacia el Sur, para cruzar por el hueco de doscientas millas que quedaba entre las Feroe e Islandia.

El Kapitan zur See Otto Fein había sido alertado del acercamiento de un buque que, por el tamaño del contacto podía ser un destructor grande o un crucero ligero. El contacto había cambiado de rumbo y había acelerado, probablemente había detectado al barco alemán. Tras informar al Almirante Lutjens este decidió que no podría eludir el combate. Sin embargo no abrió fuego: aunque el contacto estaba al alcance de los cañones, y el radiotelémetro alemán le permitía disparar sin visibilidad, el almirante había recibido dos órdenes tajantes: debía evitar enfrentarse a fuerzas iguales o superiores y, sobre todo, tenía que evitar a toda costa disparar contra barcos norteamericanos. Aunque fuese improbable, podía tratarse de un crucero estadounidense, por lo que Lutjens dejó acercarse al intruso antes de disparar.

Cuando la distancia cayó a 7.000 m el Gneisenau cayó al Oeste para cruzarse en el rumbo del contacto, y apuntó todas sus piezas sobre él.

— Capitán, enemigo a la vista. Un crucero inglés moderno, clase Newcastle o similar, rumbo Norte. Distancia 5.200 m.

— ¿Está seguro de la identificación? Confirme que no se trata de un barco norteamericano.

Mientras desde el otro buque parecían haber avistado al Gneisenau, porque el barco empezó a virar al Este y, casi inmediatamente, disparó con sus piezas proeles.

— Abran fuego en cuanto sea posible — ordenó Fein, sin esperar el permiso de Lutjens.

La primera salva inglesa cayó corta, pero la segunda centró al acorazado alemán, y aun cayó una tercera salva antes que disparasen los seis cañones de 280 mm de las torres Berta y César: la mala mar impidió disparar a la torre Antón. Esa distancia para un cañón pesado era como disparar a bocajarro, y se podía apuntar como con un fusil. El Gneisenau alcanzó al crucero inglés con la segunda andanada antes que este se metiese en un chubasco y desapareciese de la vista.

Desde el puente del Naiad el capitán Attwood Kelsey veía la torre ‘B’ abierta como una lata de sardinas, humeando como si fuese una chimenea, y las torres ‘A’ y ‘C’ tenían los cañones abajo y no disparaban —. ¡A toda máquina, rumbo 150°! — intentaría mostrarle la popa al acorazado alemán para desaparecer en el temporal. Sin embargo, mientras viraba una nueva salva rodeó al crucero inglés.

— Esos condenados deben tener un radar como el nuestro — dijo el capitán — mantengan el fuego y lánceles torpedos en cuanto tenga una solución de tiro — ordenó a su segundo.

Mientras nuevos piques se levantaron en torno al Naiad: el acorazado alemán le estaba disparando también con los cañones secundarios de 150 mm y con los antiaéreos de 105 mm. Attwood Kelsey ordenó caer a 180° para evadir el tiro, pero a esa distancia los proyectiles seguían trayectorias casi rasantes y pequeños cambios de rumbo no permitía evadirlos.

El Gneisenau viró al sudoeste para mantener las distancias con el crucero inglés cuando los serviolas divisaron las estelas de dos torpedos. El Gneisenau dejó de disparar mientras efectuó un giro de emergencia hacia el Noroeste. Desde el puente de mando Lutjens y Fein vieron como los torpedos pasaban a ambas bandas del acorazado. Rodeado por los torpedos enemigos el Gneisenau tuvo que mantener el rumbo NO durante diez minutos, lo que lo alejó de la acción.

A bordo del Naiad empezaban a respirar. El acorazado alemán había causado daños muy graves al crucero: habían sido destruidas las tres torres artilleras proeles, el cuarto de la radio, y del combés se elevaba una gran humareda. Pero la propulsión y el timón estaban intactos y, si no recibía más daños, el crucero podría escapar. Pero entonces fue el turno del Scharnhorst: cuando el Gneisenau tuvo que virar bruscamente el Scharnhorst lo hizo a su vez hacia el Sur para evitar la colisión con su gemelo. Su radiotelémetro siguió al crucero inglés, que intentaba escaparse a 25 nudos. Vana esperanza, porque el Scharnhorst podía alcanzar los treinta incluso con ese temporal.

Diez minutos después el Naiad era avistado de nuevo desde el Scharnhorst. Tras caer a estribor rompió el fuego con la batería principal y la secundaria. Los vigías apreciaron múltiples impactos en el crucero inglés, que pronto empezó a recorrer círculos. Finalmente los incendios se extendieron por todo el barco y su dotación comenzó a abandonarlo. El capitán Kurt Hoffman, al mando del Scharnhorst, solicitó al crucero Admiral Hipper que se acercase para recoger a los supervivientes.