Publicado: Mié Mar 12, 2014 3:49 pm
por Domper
Tierra de faraones

17 de Febrero de 1941

— Capitán von Koenen, ahí lo tiene: el esa línea oscura es el Nilo.

— Gracias, teniente Almásy. Sin su ayuda no hubiésemos podido llegar.

El teniente von Koenen estaba al mando de la compañía Afrika del regimiento de Brandenburgers, el equivalente alemán a los comandos. Su compañía tendría el honor de ser la primera unidad alemana que llegase al Nilo.

Von Manstein había concebido la operación Morgenstern como una batalla decisiva en la que la superior fuerza acorazada alemana arrasaría las defensas inglesas hasta llegar al Nilo y luego a Suez. Pero la geografía favorecía a los ingleses, y a pocos kilómetros al Oeste de Alejandría la depresión de Qattara se acercaba al mar. El fondo de la depresión era un pantano arenoso y salino, en el que los tanques no podían operar. Eso hacía que la única ruta de acceso hacia el Delta del Nilo fuese la estrecha franja costera. Si los ingleses se fortificaban ahí iba a ser muy difícil expulsarles de sus posiciones.

Por ello von Manstein había pensado en crear una distracción. Un contingente alemán reducido, formado por unos pocos batallones motorizados, avanzaría por la cadena de oasis que hay en el interior de Egipto para acercarse a El Cairo desde el Sur. Pero esa columna era tan reducida, y operaría tan lejos sus bases, que si los ingleses contraatacaban tendría que elegir entre retirarse al desierto y morir de sed, o ser destruida. Solo la movilidad y la confusión podrían evitar que las tropas inglesas presentes en el valle del Nilo derrotasen a la ligera columna. La movilidad tendría que ser cosa de la columna. La confusión la pondrían los Brandenburgers.

Von Koenen ordenó a sus vehículos detenerse y ponerse a cubierto. No quería que el polvo delatase su aproximación. Mientras esperaban a la noche ordenó a sus soldados ponerse uniformes ingleses y retirar de los coches los paneles con las insignias alemanas. Si todo iba bien los comandos volverían a lucir sus insignias y sus uniformes durante el combate. Mientras sus hombres se preparaban el teniente pidió a Almásy y al teniente Kleinman que le siguiesen. Se acercó a un risco y empezó a inspeccionar el valle, mientras estudiaba el mapa.

— Eso que se ve ahí delante debe ser Abu Qurgas ¿No le parece, teniente Almásy? — este asintió —. Un poco al norte está Menia, donde se encuentra nuestro objetivo. Para llegar allí tendremos que cruzar un par de canales. Esperemos que sus puentes no estén vigilados, o solo lo sean por la policía egipcia. Cuando lleguemos a Menia nos encontraremos con un guía local que nos conducirá por las calles hasta que lleguemos al puente.

— Perdone, capitán — interrumpió Almásy —. Pero en ningún momento me he creído esa parte de la operación. Tal vez lleguemos a Menia, porque la policía egipcia es una panda de corruptos incompetentes. Pero el puente de Menia seguro que está vigilado por un destacamento inglés, que no se dejará engañar. Además, aunque consigamos sorprenderles y tomar el puente, no podremos conservarlo cuando nos contraataquen. Eso, si no nos vuelan el puente en las narices.

A von Koenen nunca le había gustado mucho el húngaro, pero su experiencia en exploraciones del desierto de Egipto había facilitado la infiltración de su unidad. Además von Koenen le debía a Almásy sus galones, pues el mayor von Hippel, para evitar conflictos en el mando, ascendió al teniente de Brandenburgers.

— Teniente Almásy, aunque mis Brandenburgers sean los mejores soldados del mundo no son superhéroes de tira cómica yanqui. Sé que no será fácil tomar el puente y mucho menos conservarlo. Tampoco es nuestra intención. Cuando lleguemos al puente, si podemos, lo tomaremos, que para eso tenemos nuestro Mamut. En cuanto lleguen refuerzos enemigos lo volaremos y nos daremos el piro. Si alguien da la alerta armaremos un jaleo de mil demonios, como si la mitad del Heer estuviese atacando, a ver si los mismos Tommies nos hacen el favor de volar el puente. Este puente está demasiado al sur como para que Rommel pueda usarlo. Lo que queremos es atraer las reservas enemigas. Sargento Kleinman.

— A sus órdenes. — El sargento era un veterano de Polonia y de Holanda en el que se podía confiar.

— Sargento, usted adelántese con cuatro coches. Ponga en cabeza los dos coches ingleses. Cuando llegue a los canales, atraviéselos a toda velocidad. Si hay alguna barrera, ordene que la retiren. Dudo que esos policías sepan distinguir entre un inglés y un alemán. Deje un coche en cada puente y luego pasaré yo con los camiones. Corte todos los cables de teléfono o telégrafo que encuentre. Cuando llegue al ferrocarril, envíe dos coches hacia el sur, tienen que ir poniendo bombas bajo las vías cada 300 o 400 metros. Recuerde que tienen que estar bien ocultas, y el temporizador debe ser de 12 horas por lo menos. Cuando gasten sus bombas deben volver hacia el lugar donde nos encontramos ahora, que será el punto de encuentro para los que se dispersen. Esperarán 24 horas y, si no llega nadie, se volverán hacia Libia por su cuenta, o se entregarán, según aprecien la situación.

—Capitán. — Almásy volvió a interrumpir —. Los daños que puedan hacer esas bombas se podrán reparar en pocas horas.
Al capitán le estaba cargando el húngaro —. Teniente, le pido que no discuta mis órdenes. Claro que esas bombas no producirán sino una corta interrupción. Pero ya le he explicado que nuestra misión no es cortar el Nilo, sino armar follón. Cada soldado que lancen los ingleses contra nosotros será un soldado menos en el norte.

— Será una misión desesperada.

El sargento Kleiman decidió intervenir, porque no quería que su capitán se enfrentase a ese tenientucho húngaro. Empezó a reírse y dijo — Teniente, estamos en guerra ¿Qué esperaba, unas vacaciones? Vamos a disfrutar del momento.

Cuatro horas después los hombres de von Koenen se reunieron en las cercanías del puente. La operación estaba resultando muchísimo más sencilla de lo esperado. Solo en el puente sobre el canal Ibrehimiya había un destacamento del ejército egipcio, pero el oficial al mando no distinguía entre un Kubelwagen y una lavadora, y cuando empezó a sospechar sus hombres ya estaban desarmados. Más sencillo aun había sido el cruce del canal Bahr Yousef. En el puente había un puesto de policía, pero los guardias estaban durmiendo en la choza. Finalmente se habían metido en el dédalo de callejuelas de Menia, y tomaron posiciones en casas junto al puente.

— Cabo Reber, instale la ametralladora en esa ventana e impida que nadie cruce el puente. Cabo Aigner ¿Sería posible subir el LG 40 hasta esa azotea? — el cañón sin retroceso LG 40 era una innovación que iba a hacer sus primeros disparos. Concebido para sustituir a los cañones de infantería en las unidades paracaidistas, pesaba “solo” 150 kg, y podía ser movido a brazo con un poco de buena voluntad y un mucho de sudor —. Avísenme cuando estén preparados. Procuren no hacer mucho ruido, usen mantas, alfombras o lo que sea que pueda haber en esas casas para amortiguarlos.

Subir el cañón costó veinte minutos de esfuerzos y de maldiciones, pero al fin estuvo en posición y apuntó hacia la otra orilla del río. Entonces el capitán ordenó avanzar al Mamut: una autoametralladora Marmon-Herrington capturada a una patrulla inglesa en los combates de Enero. El vehículo avanzaba por la calzada que se dirigía al puente cuando salió un centinela con una linterna y un revolver. — Halt, who goes there? — gritó. Del blindado descendió un soldado que se puso a discutir con el centinela inglés. Pero este parecía dudar y, finalmente gritó — Hands up! — El alemán intentó replicar, pero entonces el centinela vació su revolver en el brandenburger.

— ¡Fuego! — ordenó el teniente. Una ráfaga de subfusil abatió al centinela que intentaba escapar. La autoametralladora cruzar el puente, pero cuando llegó al extremo una Vickers empezó a disparar desde la otra orilla. La Marmon se desvió, chocó contra el pretil y empezó a arder. Von Koeman vio a los tripulantes que intentaban escapar ser abatidos por la ametralladora inglesa.

— ¡Aigner, acabe con esa maldita ametralladora! — El cañón sin retroceso empezó a disparar contra la orilla contraria. Sus monumentales fogonazos iluminaron el puente y descubrieron a otros dos ingleses que seguían disparando con fusiles contra la autoametralladora. La ametralladora de Reber los barrió, y luego empezó a disparar contra la otra orilla. Un grupo de Brandenburgers intentó avanzar por el puente, pero las llamas de la Marmon los delataban. Tras caer otros dos hombres, tuvieron que ponerse a cubierto.

— ¡Lancen humo para cubrir a esos hombres y sigan disparando! — Un soldado consiguió lanzar dos bombas de humo antes de caer. Esfuerzo inútil, porque desde la otra orilla la ametralladora ingles, que ocupaba una caseta al otro lado del puente, seguían disparando contra el humo, y las balas, antes o después, mordían carne — ¡Aiger, todo depende de su cañón!

El cañón siguió disparando pero sus proyectiles de 75 mm carecían de potencia. Un segundo intento de cruzar el puente se saldó con otras tres bajas. Von Koeman decidió que iba a ser imposible tomar el puente.

— Sargento Kleinman ¿Cree que el puente está minado?

— Seguro, señor, desde aquí veo un paquete colgando que solo puede ser una carga. Pero parece que los explosivos los controlan desde el otro lado — Justo entonces un proyectil entró por una ventana y acalló la ametralladora, pero era ya tarde, los fusileros británicos disparaban desde todas partes.

— Sargento, poco nos queda que hacer. Dispare como un endemoniado pero no exponga a sus hombres. Que Aiger gaste toda su munición lo más deprisa que pueda. Si no ve más ingleses, que dispare contra las barcazas del río o contra lo que sea. Que parezca que están aquí todos los cañones del Heer. En cuanto acabe la munición, que vuele el cañón y nos retiraremos.

El cabo Aiger siguió disparando como un loco, pero el LG 40 no estaba siendo demasiado efectivo. Los proyectiles de 75 mm que destapaba eran muy ligeros como para causar daños importantes, y tampoco tenían suficiente energía como para penetrar las paredes de las casas en las que se apostaban los ingleses. Pero consiguió un éxito inesperado: el retroceso del cañón se compensaba se compensaba con el gran chorro de gas que se emitía por la tobera trasera. Este chorro producía una gran llamarada y un tremendo estampido. Las calles de la ciudad multiplicaron los ecos del cañón causando un tremendo estruendo, que hizo creer al comandante inglés que una batería de artillería estaba disparando contra el puente. Una batería solo podía acompañar a un batallón, y la sección inglesa que vigilaba el puente no podría resistirlo. Finalmente se decidió a volarlo.

Von Koeman estaba a punto de dar la orden de retirarse cuando vio como el puente parecía elevarse sobre sus pilastras, cayendo luego al cauce. — Sargento Kleinman, lo hemos conseguido. Ordene a Aiger volar su cañón en cuanto gaste sus últimos disparos. Mire si alguno de esos hombres caídos sigue vivo. Y en cinco minutos, nos vamos.