Publicado: Mar Mar 11, 2014 3:52 pm
por Domper
Muerte

3 de Febrero de 1941

— Premier, le ruego que reconsidere su decisión. Necesitamos esas divisiones en Egipto.

El Jefe del Estado Mayor Imperial, el general Dill, intentaba disuadir a Churchill, aunque tenía pocas esperanzas de conseguirlo. Pero es que la decisión del Primer Ministro era un error estratégico monumental. Grecia era una ratonera donde no había posibilidades de conseguir nada.

Al parecer el injustificado ataque italiano a Grecia había sido una iniciativa personal de Mussolini, que quería imitar las glorias alemanas. Pero había lanzado la ofensiva en pleno invierno, con pocos soldados pésimamente equipados. Por los informes que había leído Dill, los soldados italianos ni siquiera llevaban uniformes de invierno. Como resultado los italianos habían sufrido otra derrota estrepitosa cuando los griegos contraatacaron.

El dictador griego, Ioannis Metaxas, había intentado conseguir apoyo inglés para una gran ofensiva que limpiase de italianos los Balcanes. Pero había pedido nada menos que nueve divisiones, cuando Inglaterra ni había podido reequipar a los soldados escapados de Dunkerque. Dill propuso enviar un contingente más reducido, pero Metaxas se negó. Solo aceptó la llegada de aviones de caza que detuviesen a los bombarderos italianos, y que se reforzasen las guarniciones de Creta y Lemnos. Metaxas pensaba que la presencia de unos pocos soldados ingleses no permitiría lanzar la soñada ofensiva, y solo serviría para atraer las iras alemanas.

A pesar de las precauciones del dictador griego la inteligencia inglesa detectó movimientos alemanes en los Balcanes. Unidades alemanas se estaban desplegando en Bulgaria, y militares yugoslavos habían informado al agregado militar inglés que los alemanes habían exigido acceso a la frontera griega a través de Macedonia. Pero Metaxas prefirió seguir la táctica del avestruz y cerrar los ojos al peligro. Ni un tanque, ni un cañón, ni un soldado, pudieron desembarcar en Grecia continental.

La situación había cambiado con la muerte repentina de Metaxas la semana anterior. Su sucesor Koryzis estaba asustado por los preparativos italoalemanes, y cuando el embajador inglés le informó confidencialmente de un inminente golpe de estado antialemán en Yugoslavia, se decidió. El gobierno griego había solicitado formalmente la asistencia inglesa. Yugoslavos, griegos e ingleses podrían expulsar a los italianos de Albania.

Dill sabía que apoyar a Grecia iba a ser una empresa muy arriesgada, pero Churchill vio ahí su oportunidad. El Primer Ministro seguía soñando con las guerras napoleónicas, cuando Inglaterra se quedó sola ante el ogro corso, y pudo librar una guerra de desgaste en España. Churchill creía que Grecia iba a ser su Peninsular War, y que las montañas griegas podrían ser la base segura desde la que atacar lo que él llamaba “el vientre blando e Europa”, los Balcanes.

Si solo fuesen sueños… pero Churchill pensaba enviar a Grecia las divisiones recién formadas en los Dominios, y había ordenado enviar a Grecia a las 6ª y 9ª divisiones australianas y a la división neozerlandesa.

— No podemos abandonar a los griegos a su suerte — dijo Churchill —. Tiene que enviar esas divisiones a Grecia.

— Le ruego que disculpe mi insistencia, Primer Ministro, pero si mandamos a los australianos y a los neozelandeses ahí nuestra ofensiva en Egipto tendrá que ser aplazada.

Dill intentó tentar a Churchill con la esperanza de una nueva victoria. El contraataque inglés en Egipto había conseguido un éxito asombroso al destruir gran parte de las fuerzas italianas atacantes y obligar al resto a retirarse hasta Bardia. Dill no era partidario de un nuevo ataque en Libia, pero prefería luchar en África, con la pantalla de la Royal Navy, que en Grecia.

— General Dill, Wawell ya tiene suficiente con los tanques que le enviamos. No entiendo por qué retrasa su ofensiva. Cuando los espaguetis vean nuestros tanques se desharán como azucarillos.

— Premier, los italianos no están solos en Libia. Los alemanes están enviando grandes contingentes. Casi se podría cruzar el Mediterráneo saltando de convoy en convoy.

— Por eso es el momento de atacar. No debemos dejarles consolidarse.

— Primer Ministro, pide un imposible. He tenido enviar la 4ª División India a Somalia, y ahora quiere enviar tres a Grecia. Recuerde que Wawell no solo tiene a los italoalemanes enfrente sino a los franceses en su retaguardia. Sin esas tres divisiones la situación en Egipto peligra.

— General Dill, no le estoy pidiendo su opinión sino que ordeno que envíe esas tropas a Grecia. Es mi última palabra.

Dill estaba harto de lidiar con esa mula terca que tenían por Primer Ministro. Perder Grecia sería malo, pero ser derrotados en Egipto sería una catástrofe y Dill no deseaba unir su nombre a una derrota. Tal vez tenía razón Halifax cuando propuso negociar con los alemanes.

— Primer Ministro, usted no es militar y no voy a aceptar esa orden.

— Como desee. Espero tener su dimisión en mi mesa mañana a primera hora.