Publicado: Mié Mar 05, 2014 2:09 pm
por Domper
La corona

Inmediatamente después

Goering pidió dos coñacs, y ordenó retirarse al asistente.

— Delicioso. Valía la pena invadir Francia aunque solo fuese por esto. — Goering era un famoso sibarita —. Walter, el superalmirante ha hecho exactamente lo que pensabas. Si se hubiese aferrado al cargo le hubiese podido cesar, pero no era buen momento, ahora que nuestros submarinos están hundiendo a media marina inglesa en el Atlántico.

— Excelencia, mis informes dicen…

— Apéame del tratamiento, por favor. — En esos meses Goering había descubierto que Schellenberg no solo era un oficial muy capaz, sino que era muy fácil trabajar con él. Se estaba convirtiendo casi en un amigo.

— Como desee.

— Walter, menos formalidades.
— Como quieras. Como decía, he estado hablando con un amigo del Ministerio de Economía. Me ha dicho que a los ingleses les quedaría cuerda para rato aunque nuestros submarinos hundiesen el triple de barcos cada mes. No se van a rendir por hambre. Al menos, no por ahora.

— No es eso lo que dicen los informes de Doenitz. Marschall me había dicho lo mismo, pero pensaba que eran celos profesionales. Bueno, Walter, que te parece ¿debo seguir la sugerencia del Grossadmiral? ¿Escojo a Rolf Carls como sustituto de Raeder?

— Si quieres tener otro Grossadmiralote, sí. Otro amigo que tengo en Kiel…

— Tienes muchas amistades.

— Siempre es bueno hacer amigos. — dice Schellenberg —. Ese amigo me ha dicho que Carls piensa exactamente igual que Raeder.

— Pues Carls tendrá que esperar. No quiero tener otro marino engolado que piense que está en la flota del Kaiser. Quiero tener una marina tan valiente y fanática como mi Luftwaffe. Estaba pensando en buscar a alguien del partido…

— No sé si sería buena idea. Gran parte de los oficiales navales son técnicos apolíticos tal como Raeder quiso, y si se les subordina a un oficial político no sé como actuarán. No digo que vayan a rebelarse, sino que su rendimiento no será bueno. Yo recomendaría a algún almirante distinguido.

— ¿Cómo Doenitz? ¿O prefieres a Marschall?

— Cualquiera de los dos. Yo recomendaría a Doenitz si pensamos en una guerra larga, que solo podremos librar con submarinos. Pero mis amigos me dicen que Doenitz está exclusivamente centrado en los sumergibles, y que es muy dado a puentear a sus superiores y buscar apoyo por su cuenta. Marschall me parece mejor candidato si pensamos en una marina equilibrada y potente.

— ¿Asciendo a uno y retiro al otro?

— No, yo te aconsejaría dejar a Doenitz donde está y poner a Marschall en el puesto de Raeder, pero provisionalmente. Y según como evolucione la guerra, confirmarle en el cargo, o “ascenderle” a algún puesto secundario, como jefe de movilización o de lo que sea.

No era mala idea, pensó Goering. Marschall había conseguido gran prestigio durante las operaciones en Noruega, pero no tanto como para ignorar las “sugerencias” de instancias superiores. Se le podría presionar para convertir la marina técnica de Raeder en un arma política como la Luftwaffe. Pero ahora se estaba planteando otra cuestión. Goering se daba cuenta del papel cada vez más importante que estaba tomando Schellenberg. Su combinación de capacidad y encanto personal le convertían en una persona muy peligrosa ¿Le haría lo mismo que le hizo a Himmler? Goering no sabía si el aviso que le salvó la vida había sido una maniobra política de Schellenberg, o si realmente creía en el régimen y se negó a secundar un golpe de estado. Bueno, había una forma de asegurar su lealtad.

— Walter, ya que hablamos de ascensos ¿Qué es lo que ambicionas? Sé sincero.

Las alarmas sonaron en el cerebro de Schellenberg. Había visto a Goering ordenar la ejecución de Himmler sin levantar el tono de voz. Si mostraba mucha ambición, el canciller lo podría ver como un rival y acabaría con su carrera o incluso con su vida. Si era demasiado discreto, quedaría como un mentiroso. Intentaría un término medio.

— Statthalter, creo que podría servir mejor a Alemania dirigiendo sus servicios de inteligencia.

Goering rió — Tampoco te gusta Canaris ¿Tienes algo contra los almirantes?

— No se trata de eso, sino de evitar al descoordinación entre los diferentes servicios, que…

— Todo eso está muy bien — interrumpe Goering — pero yo te preguntaba por tus ambiciones personales.

— Soy general a los treinta años ¿Qué más puedo esperar?

A Goering le divertían las precauciones del oficial. — No pienses que me engañas, sé que la ambición te corroe. Pero no digas nada, soy yo el que voy a hacerte una propuesta. Había pensado en ascenderte a general de división y encomendarte la dirección de un servicio de inteligencia unificado, que reúna los del Ejército, la Policía y la Abwher. Pero solo sería un primer paso.

— ¿Un primer paso?

— Sí, un primer paso. Tú tienes solo treinta años, pero yo me acerco a los cincuenta. Me gusta demasiado la vida como para malgastarla en un despacho. Había pensado en seguir en el puesto como máximo diez años más, y luego retirarme ¿Te gustaría ser mi sucesor?

Schellenberg se atragantó con el coñac.

— Tranquilo, respira. Sí, si me retiro necesitaré un sucesor. Alguien con conocimiento del Estado pero que me deba a mí el puesto y que me garantice un retiro lujoso. No creo que puedas conseguir por tu cuenta más de lo que yo te ofrezco. Solo te pido un poco de paciencia, piensa que de todas formas ahora no podrías acceder al poder. Mientras tanto iré delegando más responsabilidades en ti, pero de forma extraoficiosa. Tal vez en unos años pueda nombrarte jefe de gabinete o algo así, pero por ahora tendrás que conformarte con la inteligencia. Desde luego, no quiero que se sepa nada de esto.

— ¿También me encomendarías Interior?

— No, eso no. No es que no me fíe, es que un ascenso tan meteórico no sería bien visto.

— Gracias, Statthalter…

— Hermann. En lo sucesivo, si no hay nadie presente, Hermann.

— Gracias, Hermann, me siento muy honrado.

Goering pensó que había sido una buena jugada. Schellenberg sería ahora el más interesado en mantenerle en el poder. No podría tener guardián más celoso.

— Hermann, hay un asunto que me preocupa — dijo Schellenberg.

— Adelante.

— Es una cuestión grave que podría molestarte.

— Suéltalo ya.

Schellenberg tragó saliva. No se había atrevido hasta ahora a plantearle a Goering el problema. Pero si quería llegar a ser Canciller, primero habría que ganar la guerra. Y para ganarla era preciso resolver la cuestión del mando.

— Hermann, por favor, deja que me explique antes de interrumpirme. Te quería plantear una cuestión sobre la Luftwaffe ¿No sería mejor nombrar a alguien para controlarla? La cancillería es un trabajo a tiempo completo, y me parece que está impidiendo que prestes la atención debida a la aviación. Cada uno de tus subordinados está actuando por su cuenta. Tú sabes tan bien como yo que la Luftwaffe fracasó en descubrir al portaaviones inglés cuando atacó Tarento, también sabes que la campaña de bombardeos nocturnos sobre Londres está siendo un fracaso costoso. No te pido que dejes la dirección de la Luftwaffe, sino que delegues el control de las operaciones diarias en un subordinado, alguien que pueda tratar con la marina y con el ejército sin importunarte.

Ahora fue Goering el que casi se atraganta. Ceder su querida Luftwaffe… pero Schellenberg tenía razón, no podía estar en todo. La idea de no nombrar sucesor sino solo un subordinado no era mala. Así seguiría teniendo control directo sobre una rama de las fuerzas armadas sin detenerse en minucias sobre que escuadrilla desplegar aquí o allá.

—La primera propuesta que me haces es bastante amarga — contestó Goering alarmando a Schellenberg —. Pero algo que yo mismo ya me lo estaba planteando. Te agradezco tu sinceridad, aduladores ya hay demasiados por ahí. Pero seré yo quien designe a mi sucesor ¿Qué te parece Greim?