Publicado: Lun Mar 03, 2014 12:31 pm
por Domper
Venganza

13 de Septiembre de 1940

Las noticias de la matanza de la Línea de la Concepción enfurecieron a los españoles aun más que la invasión de Canarias.

Gibraltar siempre había sido una espina en el costado de España, cuyos sucesivos gobiernos seguían exigiendo al gobierno del Reino Unido la descolonización de la plaza. Pero esas demandas eran solo declaraciones dirigidas al público: desde que los soldados de Soult se retiraron en 1812, el Peñón había vivido en paz.

Pero la situación había sufrido un vuelco. El general Franco había derrotado al gobierno legítimo con ayuda alemana, y había instaurado un régimen de corte nacionalista y fascista que reclamaba la devolución del Peñón. Además la inesperada derrota de Francia y las veleidades progermanas de Franco había hecho que Gibraltar quedase en primera línea. Por ello se había evacuado a la población civil al Marruecos francés, y la guarnición había sido reforzada con dos batallones de infantería y un batallón antiaéreo, que se sumaban a los dos batallones de infantería y al regimiento de artillería pesada ya presentes.

Pero eso no había resuelto el problema de Gibraltar. Las fortificaciones que tan bien habían resistido los asedios en la época de la pólvora negra se habían quedado pequeñas y ya no podían proteger la base naval de la artillería enemiga. Y sin base naval, Gibraltar no era nada. Previendo esa situación el gobierno inglés había ocupado la zona neutral durante el siglo XIX, y en el siglo XX se había construido en ella una base aérea, que se estaba ampliando a toda prisa. Pero incluso así la frontera quedaba demasiado cerca, y los españoles podían alcanzar la base naval hasta con morteros de infantería.

Un gobierno inglés cada vez más desesperado había puesto en marcha la operación Monkey: el avance rápido de las fuerzas inglesas para destruir las instalaciones españolas y para ocupar un glacis que diese seguridad a la base. Según los planes el día 7 de Septiembre se infiltrarían grupos de soldados ingleses, que el día 10, coincidiendo con la ocupación de Canarias, debían destruir las baterías costeras españolas de Algeciras y los puentes ferroviarios con el Guadalquivir. Simultáneamente dos batallones ingleses avanzarían por el Istmo ocupando la ciudad española de La Línea de la Concepción.

La operación comenzó con desigual fortuna. Uno de los grupos infiltrados fue sorprendido por policías españoles, que alertaron a sus autoridades. Aun así un polvorín español en Algeciras fue destruido. Al amanecer del día 10 dos batallones del 4º de Devonshire y del 4º Black Watch avanzaron hacia La Línea.

A las seis de la mañana sonaron los silbatos y la infantería inglesa avanzó y cruzó la frontera española. Todos temían las primeras descargas, pero las posiciones españolas estaban vacías. Tan solo dos guardias civiles dieron el alto a los invasores. Una pareja contra un batallón. Los ingleses recorrieron las calles mientras algunos españoles les miraban con gesto hosco, pero otros les aplaudían y les vitoreaban. La policía fascista se refugió en sus cuarteles siendo cercada por patrullas inglesas.

Las órdenes eran tajantes: no había que entretenerse en la ciudad, sino cruzarla lo más rápidamente posible para tomar las baterías de Punta Mala y La Atunara, cuyos cañones apuntaban hacia la Roca. Apenas treinta minutos tras iniciarse el ataque las primeras patrullas inglesas empezaron a ascender las laderas del cerro de La Atunara. Tras una corta escaramuza con los reclutas españoles que manejaban los cañones, estos huyeron, ocupando los ingleses la batería. La sorpresa fue que la artillería pesada que se esperaba encontrar eran viejos cañones del sistema Ordóñez fabricados a finales del siglo XIX. Aun con todo, la Sierra Carbonera era una excelente posición defensiva que dominaba el Campo de Gibraltar.

En La Línea la guardia civil y algunos policías se retiraron a la casa cuartel, donde intentaron defenderse, pero se rindieron cuando un cañón de seis pulgadas de la batería Princess Caroline comenzó a disparar contra el grupo de edificios. Y entonces comenzó el horror.

La Línea de la Concepción era una ciudad cuya población era de tendencia izquierdista, y había sido duramente reprimida durante la guerra. En el Penal del Puerto de Santa María de Cádiz cientos de lienenses esperaban ser juzgados. Tras rendirse la policía franquista los oficiales ingleses, urgidos por sus comandantes a tomar posiciones más allá de la ciudad, encomendaron la vigilancia a grupos de españoles que se presentaron voluntarios. Y en cuanto estos recibieron las armas buscaron venganza. En lugar de custodiar a los rendidos, los llevaron al patio y los fusilaron. Y luego salieron a buscar a sus enemigos: autoridades franquistas, derechistas, dueños de talleres y negocios. Entraban en sus hogares y los saqueaban, matando a los que se resistía, y llevando a los detenidos al recién cuartel, y tras un juicio sumario por un tribunal popular recién constituido se les llevaba a la playa y se les fusilaba. A media tarde la arena estaba roja. Siguiendo una vieja tradición, también se asesinó a sacerdotes, religiosos y personas pertenecientes a asociaciones religiosas.

Los ingleses se mantenían al margen. El grueso de la infantería se estaba fortificando al norte de la ciudad, y el resto permanecía en el Peñón. Los pocos policías militares quedaron en La Línea se alejaron de la playa. Hubo casos en los que detuvieron a españoles que huían y los entregaron a sus perseguidores.

El Gobernador General de Gibraltar, Sir Clive Gerard Liddell, no supo de las matanzas hasta que a la mañana siguiente le solicitaron que enviase grupos de enterradores. Ya para entonces comprendía el problema en que se había metido: La Línea tenía casi cuarenta mil habitantes, y si tenía que alimentarlos, las reservas de alimentos y agua durarían unas pocas semanas.

Por ello decidió echar a los civiles españoles. Solo se autorizó a quedarse a unos pocos centenares, los más significados. Los demás fueron expulsados y tuvieron que irse con lo puesto, en una larga comitiva que a pie se dirigió hacia San Roque. Los enfermos y los ancianos fueron llevados en carretillas y varios fallecieron durante el traslado. Entre los refugiados había un fotógrafo que había estado fotografiando la playa desde su casa. Al día siguiente sus fotos eran noticia de primera plana en los periódicos de medio mundo.