Publicado: Mar Feb 25, 2014 4:44 pm
por Domper
Una conversación franca

Berlín, 27 de Junio de 1940. 17:50

El Coronel General Ludwig Beck y el Mariscal Hermann Goering esperan noticias. El Mariscal, aunque cansado, muestra una sonrisa de satisfacción. El gesto del general es adusto. Al fondo un mayor de las SS también sonríe.

— Reichsmarshall, me alegra informarle que los rebeldes en el Ministerio del Interior se han rendido, una camioneta trae hacia aquí a los cabecillas.


— Mi querido general, el Estado nunca podrá agradecerle la ayuda que le ha prestado.

— Aun retirado, mi deber está con Alemania...

— General, ha demostrado saber actuar ante las emergencias, sin su actuación movilizando las unidades de reserva y de instrucción los conspiradores hubiesen podido conseguir sus objetivos. Porque mis paracaidistas no hubiesen bastado para controlar la situación. Dígame, general ¿cómo pudo llegar a su puesto tan pronto?

— Mariscal, recibí una llamada del aquí presente Mayor Schellenberg —el general Beck mira hacia el oficial de las SS— informándome del asesinato del Führer y del intento de golpe de estado de Himmler, y rogándome que liderase a la guarnición.

— El mayor Schellenberg ha demostrado unas aptitudes y una lealtad que merecerán ser recompensados en el futuro. — Goering inclina la cabeza hacia el mayor —. Por eso le he pedido que nos acompañe.

— Excelencia — dice el general — creo que ya no me necesitará más. Si me disculpa, dejaré el mando a las autoridades regulares y me retiraré a mi domicilio –Beck estaba todavía resentido por las intrigas del partido nazi que le habían forzado a dimitir dos años antes.

— Mi querido general, Alemania necesita sus servicios. Considérese reincorporado al servicio desde este mismo momento. Necesitaré su ayuda y la del Ejército para limpiar Berlín de alimañas. Además, pronto adornará su cuello la Cruz de Caballero.

Llaman a la puerta. Un capitán paracaidista se presenta ante Goering.

— Reichsmarshall, siguiendo sus órdenes hemos traído al Reichsführer Himmler y al Reichssicherheitshauptamt Heydrich. Esperan custodiados en otra habitación. Les hemos registrado.

— Gracias, capitán ¿fue dura la lucha?

— No, Mariscal. Esos cobardes asesinos saben conspirar pero no combatir. Cuando mi compañía se presentó ante el Ministerio del Interior intentaron atraernos a su causa, pero cuando les di la orden de rendirse, empezaron a dispararnos.

— ¿Hubo muchas bajas?

— Pocas. Esos tipos disparaban como si la munición la regalasen, pero no le darían ni a un elefante a dos pasos. Pero eran demasiados para mi compañía, pero eso solicité un ataque aéreo.

— Mis órdenes eran evitar las destrucciones.

— Reichsmarshall, los Stuka solo llevaban bombas de prácticas. Bastaron unas pocas en el tejado para que empezase a arder. El edificio se llenó de humo, y los traidores se rindieron. Los bomberos ya están controlando las pocas llamas.

— Gracias, capitán. No hagamos esperar al Reichsführer.
Una patrulla de paracaidistas empuja a Heydrich y Himmler. Están tiznados por el humo y sus uniformes, desgarrados. Magulladuras y laceraciones mostraban que los paracaidistas no habían sido muy amables. Goering les saluda:

— Heini, mi buen amigo. Me alegro que hayas venido a verme tan pronto en un día tan triste. Y también me alegra que Reindhard te haya acompañado. He oído decir que tiene un archivo que podría sernos de gran ayuda. — Los dos prisioneros callan. Goering sigue hablando.

— Heini, como te decía este es un día muy triste. Esta mañana he sabido que nuestro amado Führer ha sido asesinado en París, y que una banda de asesinos estaba intentando destruir a la Gran Alemania. Afortunadamente el mayor Schellenberg siguió tus órdenes, y pude esquivar a los conspiradores que venían a matarme.
Heydrich descubre que Schellenberg está al fondo — ¡Sucio traidor, todavía no he acabado contigo! — se dirige ahora a Goering — Reichsmarshall, tengo informes que serán de su interés.

Goering sonríe — Sí, el mayor Schellenberg me ha hablado de ese archivo tan interesante que esconde en su domicilio. Se ha ocupado de enviar una patrulla para protegerlo ¿quiere que le traigan alguna cosa de su casa? — Heydrich mira con furia a Schellenberg mientras Goering sigue hablando — Heini, tengo malas noticias.

— Hermann, no sé que está pasando — llora Himmler —. Heydrich me avisó del asesinato del Führer y he enviado tropas para proteger los ministerios. Entonces el ejército ha empezado a disparar contra nosotros.

— Eso te iba a explicar — responde Goering. — Como te decía, esta mañana el mayor Schellenberg, siguiendo tus órdenes, me ha avisado del intento de golpe de estado. He tenido suerte y he conseguido eludir a los asesinos; el Doctor Goebbels y Bormann no han tenido tanta suerte. Por desgracia, he sabido que acogías a una víbora. Resulta que Heydrich es el que ha orquestado el asesinato de Hitler, y que en sus planes estaba ser su sucesor. Para ello precisaba controlar la Gestapo, por lo que ha tenido que asesinarte.

Himmler palidece. Heydrich grita — ¡Goering, acaba con esta farsa!.

— Espere, Reinhard, que todavía no he acabado. Como decía, esa ambición te está perdiendo. Has tenido que asesinar al pobre Heini — Himmler se derrumba — lo malo es que no estabas solo, estamos deshaciendo la madeja y cada vez se descubren más serpientes.

Heydrich, desafiante — Hablaré ante el juez. No podrás mantener esa historia.

— Que más quisiera que poderte juzgar. Un juicio y una ejecución pública es lo que merecería el asesino de nuestro amado líder. Por desgracia, te has suicidado antes de ser capturado. De un disparo en la cabeza. Lo mismo que le has hecho a mi amigo Heini. — Se dirige al oficial paracaidista — Capitán, lleve a estas dos sabandijas al sótano y resuelva este enojoso asunto.

Heydrich intenta escapar, pero un culatazo en los riñones le derriba. Himmler se arrodilla llorando, pero lo sacan de la habitación a patadas.

— Reichsmarshall ¿Usted cree que esos dos han matado a Hitler? — Pregunta Beck.

— Claro que no. Para ellos hubiese sido más fácil hacerlo en Berlín que en París. Pero en cuanto han sabido del atentado han intentado tomar el poder. Bueno, esta va a ser la ocasión para limpiar el Partido de las alimañas que estaban proliferando. La muerte de Goebbels es una desgracia, pero no voy a lamentar la de Bormann — se oyen disparos apagados.

— Sus muertes ¿Han sido como estas últimas?

— Mayor Schellenberg, informe al general Beck de lo que sabe.

— Coronel General, cuando nuestras tropas intentaron rescatarles los encontraron muertos. Goebbels al parecer se ha suicidado al saber de la muerte de Hitler. El cadáver de Bormann lo hemos encontrado en la sede de la Gestapo, creo que intentó unirse a Himmler pero discutieron.

— Mayor — pregunta el general Beck — ¿Qué se sabe de la muerte de Hitler?

— Todavía no disponemos de demasiada información. Las SS en París se han vuelto locas y están registrando toda la ciudad, y eso no ayuda a la investigación. Al parecer una bomba estalló en La Ópera cuando Hitler visitaba el edificio — mira a Goering, que asiente —. Aun no sabemos nada sobre la autoría del atentado.

— Mayor, tengo una misión para usted — dice Goering — Debe esclarecer lo ocurrido en París, encontrar a los culpables y castigarlos. Realizará esa investigación personalmente, y responderá exclusivamente ante mí. No debe tomarse la justicia por su mano, sino que deberá informarme de lo que descubra. Podrá disponer de todos los medios que pueda necesitar, le entregaré un documento que le autorizará. Pero mayor, es imprescindible que la investigación se lleve con máxima discreción. Una vez capture a los autores decidiremos que hacer con ellos. Puede retirarse. — Sale Schellenberg.

— Reichsmarshall, perdone mi intromisión, pero debe tener cuidado con Schellenberg — dice Beck.

— Lo sé, ha demostrado ser un jugador de cartas muy hábil. Todavía no sé por qué decidió traicionar a sus jefes y advertirme. Quiero creer que tiene alguna lealtad a Alemania, aunque también puede ser que vea más posibilidades de progreso conmigo que con Himmler. En cualquier caso, es demasiado joven y poco conocido como para ser una amenaza. Y una persona así puede resultar muy útil.

— Pero vigílelo de cerca.

— Eso haré — sigue Goering. — General, voy a necesitar la ayuda del Ejército y especialmente, la suya. Los sucesos de hoy han demostrado que las milicias de partido son una amenaza para el Estado, y que cualquier intrigante puede utilizarlas en su provecho y no el de la Patria. Ya hubo que destruir a las SA, ahora las SS han resultado una amenaza todavía peor. Voy a ordenar su disolución y su integración en los cuerpos regulares. El Estado no puede seguir confiando exclusivamente en el Partido, necesitará al Ejército.

Beck está más relajado — Bien, hablaré con algunos conocidos ¿Mantendrá la estructura actual del Ejército?

— Por ahora, sí, pero en el futuro ya veremos.

— ¿Y qué va a hacer con las Waffen SS? Son varias divisiones con experiencia de combate — pregunta Beck —. Y por lo que nos ha dicho Schellenberg, en Francia están enloqueciendo.

— Por eso necesito su ayuda personal. Voy a mantener en secreto el intento de Himmler temporalmente. Mientras tanto las unidades de las Waffen SS deberán ser desarmadas y desmovilizadas. Sus miembros se incorporarán al ejército regular, y a sus oficiales se les ofrecerá lo mismo tras ser depurados. Entenderá la importancia de la discreción para evitar una guerra civil que solo beneficiaría a los enemigos de la Patria. Coronel General, si cumple esta tarea adecuadamente el bastón de Mariscal será suyo.