Publicado: Mié Oct 12, 2011 8:16 pm
por Capitan Miller
Todavía esperan. En muelles de Brooklyn, Portsmouth, Sidney o Wellington, en estaciones de Hamburgo, París, Kiev o Roma. En innumerables lugares aún esperan. Siempre están allí, buscando una sombra en el tórrido verano o al tibio sol del invierno, mientras la mirada, cada vez más cansada, se mantiene en un punto indefinido del horizonte, esperando. Mes tras mes, año tras año.

De cuando en cuando sus ojos se vuelven hacia una fotografía ajada que sostienen entre las manos temblorosas, y en ella les devuelve la mirada un rostro sonriente y orgulloso, seguro en la inmortalidad e ignorante del futuro; los recurrentes y envidiables frutos de la juventud. Y ese rostro les lleva a un momento en el pasado del que recuerdan un abrazo, un beso y una frase: “Espérame, volveré”. Y ellas, fieles, esperan.

En compañía del atardecer regresan a sus casas, iguales a ellas, vacías y a la vez llenas de recuerdos en cada uno de los rincones. Una vez allí repiten el mismo ritual. Por enésima vez ordenan la misma habitación, cepillan el mismo traje, revisan el orden de los mismos libros en la misma estantería y preparan una misma cena para dos a la que sólo asiste un comensal. Serían nuevas Penélopes, tejiendo y destejiendo cada día el tapiz de sus sueños incumplidos, pero a diferencia de aquella, ellas no tienen un patio lleno de pretendientes. Hace mucho que se lo negaron, seguras del regreso de su Ulises. “Volverá”, piensan en la soledad de su isla, rodeada por la ausencia y azotada por el viento del recuerdo.

Sólo el sueño les vence y les da el descanso y la ilusión de verse de nuevo en la estación, o en el muelle, y de reconocer entre una multitud uniformada al rostro de aquella fotografía que, como cada noche, besaron antes de dormir. Y aún en sueños lloran al sentir el anhelado abrazo y el beso que durante años han esperado, y al escuchar lo que les ha sido negado en todo este tiempo: “He vuelto”.

El amanecer les ve enjugándose las lágrimas, sentadas ante un espejo que se empeña en demostrarles, pertinaz e inmisericorde, que el tiempo pasa y nunca es un aliado. Y piensan que serían felices si no hubieran vuelto de ese momento soñado, si la muerte les hubiera visitado durante la noche, dejándoles para siempre en aquel instante onírico que les hizo felices y devolvió la paz a sus arrasados corazones. Pero no, nunca es así.

Recorren el camino una y otra vez, con infinita y dolorosa perseverancia, creyendo que este sí será el día, regresando al mismo lugar al que fueron por primera vez décadas atrás. Pero cada vez son menos. La mayoría ya se habrá reencontrado, eso quiero creer, con sus maridos, con sus hijos, con sus hermanos, en una estación o un muelle fuera del tiempo. El resto sigue esperando. No lo dudéis, todavía esperan.

Saludos.