Publicado: Vie Jul 11, 2008 12:03 pm
por Bitxo
Por si os sirve, voy a copiaros unos textos del libro de Catherine Merridale La guerra de los ivanes, sobre el tema del tratamiento del estres del combate en la URSS:

(...)La actitud médica frente a las tribulaciones de la mente era parecidamente enérgica. El simple estrés, por no hablar de diagnósticos más complicados como el transtorno por estrés postraumático, era algo que resultaba tan ajeno al personal médico del Ejército Rojo como las indisposiciones histéricas de la burguesía. Una generación antes, Rusia había sido el país con mayores conocimientos sobre el estrés del combate y había sacado diversas conclusiones basadas en los conflictos de los Balcanes y Extremo Oriente; pero el trauma personal, como el deseo personal, era un concepto ajeno al estalinismo. Los soldados formaban parte de un colectivo; mantener la moral alta era su deber, no su derecho. Lo más probable era que los que se quejaban, se fingían enfermos o mostraban signos de cobardía hubieran de enfrentarse a un castigo, ya fuera una bala o el batallón de shtraf.

El rechazo por parte del Ejército Rojo de la psiquiatría en esta guerra -o mejor dicho, su olvido de ella en el frente- se ha traducido en el hecho de que hayan llegado hasta nosotros pocos informes sobre este aspecto de la moral. Si ellos, resulta fácil olvidar que aquellos soldados fueron presa de las mismas emociones que sus aliados. Fue la actitud de los hombres con respecto a esos sentimientos, no la propia respuesta humana al estrés, la que varió de unos ejércitos a otros. (...) A diferencia de sus colegas británicos y estadounidenses, la única clase de transtorno mental que las autoridades de la Unión Soviética reconocían durante el período bélico era aquel que tuviera una causa orgánica clara. El resto eran debilidades, fracasos personales, algo que tapar con vergüenza. Muchos miles de soldados, debilitados por el agotamiento y la constante tensión, fueron ejecutados por desertar en el campo de batalla. Otras víctimas mentales desaparecieron de los registros cuando resultaron muertas, quizás demasiado cansadas o confundidas para sobrevivir a otra ronda más de bombardeos. Las heridas psiquiátricas eran reales, pero solo se reconocieron los casos extremos, como aquellos en los que los hombres manifestaron esquizofrenia tras ser reclutados. Las estimaciones varían, pero parece probable que solo 100.000 de los 20 millones de soldados del Ejército Rojo en servicio activo se contabilizaran a la larga como víctimas permamentes de transtornos mentales.

(...)La ignorancia del personal sanitario de campaña, la mayoría de cuyos integrantes se formaron en la década de 1930, o incluso, de manera algo apresurada, durante la propia guerra, reflejaba una opción política deliberada. Tras las líneas seguía habiendo especialistas con todos los conocimientos necesarios, tan bien informados como cualesquiera de sus colegas de Estados Unidos o Gran Bretaña. Algunos de los de mayor edad habían dirigido el debate europeo sobre el estrés durante la Primera Guerra Mundial. Todavía en 1942 se habían producido algunas discusiones entre especialistas sobre experiencias traumáticas, una conferencia o dos; pero aquellas ideas jamás llegaron a los equipos médicos del frente. De hecho, no había personal psiquiátrico por debajo de los estadios correspondientes a los frentes y ejércitos enteros. Los recursos eran un problema; otro era que la psicología militar, cuando no el tratamiento generalizado de los enfermos, había adoptado un rumbo distinto desde la llegada de Stalin al poder. Buena parte de la experimentación se dedicaba a una especie de taylorismo, a la preparación mental de cada soldado para adaptarse a la máquina o al arma que iba a tener que usar, ya que se consideraba que se podían aplicar a la guerra las mismas reglas que a la producción masiva. Hombres y máquinas tenían que trabajar en armonía, y no había lugar para la histeria.

Había síntomas, no obstante, que no podían ignorarse. Los hombres que sufrían mutismos, convulsiones y estados de fuga no podían permanecer en primera línea, y menos aún limpiar y manejar armas de fuego o manejar equipamiento delicado. En general se les trataba en las inmediaciones del frente, más que nada porque los hospitales más grandes estaban abarrotados de heridos y moribundos. El tratamiento era de carácter muy básico. Las inyecciones siempre parecían ayudar algo: ejercían una suerte de influencia mística en los campesinos que no tenían ni idea de medicina. Luego déjese dormir a los hombres -proseguía el razonamiento- y pronto se recuperarán, o al menos volverán a encontrarse lo bastante bien como para luchar. En muchos casos eso era cierto. También resultaba beneficiosa una atención rápida al problema, lo cual solo era posible en primera línea.

Algunos pacientes no mejoraban. A los que necesitaban largos períodos de reposo se les podían asignar diversas tareas en la maraña de campamentos y depósitos de transporte que había justo tras las líneas. Trabajaban como mozos de almacén, camilleros, personal de limpieza o cocineros; pero muy pocos de ellos llegarían a ver jamás un pabellón psiquiátrico. Para llegar allí, sus síntomas tenían que persisitir tras varias semanas de pruebas y "tratamientos", incluida la administración de electrochoques (supuestamente para estimular los nervios) o el uso de ropas empapadas y máscaras de goma para inducir la sensación de ahogo (con el fin de comprobar si sus síntomas se controlaban o no voluntariamente). La brutalidad de esas primeras medidas presagiaba el sombrío mundo de los pabellones psiquiátricos. A quienes veían confirmado el diagnóstico les esperaba una vida miserable: pasando hambre, sin afecto alguno y atiborrados de medicamentos.

En el frente ruso, un problema que no lo fuera en términos oficiales pronto parecía desvanecerse. En ese sentido puede decirse que el enfoque soviético de la experiencia traumática resultó eficaz. En esta guerra, por ejemplo, entre los soldados estadounidenses, cuyos síntomas se tomaban más en serio, la proporción de bajas del servicio activo era entre cuatro y seis veces superior a la del Ejército Rojo. Los soldados de Stalin aprendieron que mencionar el estrés del combate no constituía precisamente el mejor modo de quejarse de agotamiento, de pánico o de insomnio. Las lesiones físicas, que pronto seguían a las mentales, representaban una forma más efectiva de conseguir un billete a casa o, cuando menos, a un hospital de campaña y una cama.(...)


Perdón por el copy&paste, pero últimamente no tengo tiempo para nada más. Por otro lado tampoco es un tema que tenga estudiado. Esta tarde o mañana, os copiaré lo que dice sobre este tema tras la guerra.