Publicado: Mié Jun 04, 2008 1:58 am
por Bitxo
Hola Irena. Quisiera, en primer lugar, felicitarte por tu texto, el cual demuestra un alto nivel tanto de conocimiento como de expresión del mismo. Como que me ha encantado, me he animado a participar, de manera un tanto apresurada -ciertos temas prefiero prepararlos en lugar de improvisar- por problemas de tiempo y de andar metido en otras lides, esperando ser capaz de aportar algo más de luz al tema.

Resulta inevitable tomar como modelo el fascismo italiano, dada su primogenitura y evidente exportación como modelo a seguir por otros fascismos europeos. En esta línea, el fascismo no surge sólo como una mera expresión de descontento hacia el liberalismo, o, menos aún, como una reaccion al marxismo, si no como una percepción residual del uso de bandas armadas contratadas por los propietarios interesados en controlar a la comunidad local durante la Gran Guerra. Digo esto porque la única y verdadera novedad del fascismo en su orígen fue el uso de la milicia, de la escuadra, de la organización armada que se percibe a sí misma como el espíritu de la nación y, por ello, reivindica su derecho no ya a incorporarse al Estado, si no a serlo, siendo necesaria para ello la represión del resto de movimientos políticos considerados antinacionales o enemigos de ese Estado. Ello explica, desde la base, la característica heterogeneidad de las visiones y personajes procedentes tanto de sectores conservadores como de revolucionarios, los cuales se aúnan de manera sorprendente en torno a una figura principal, asentando el principo del caudillaje y encaminando necesariamente al movimiento hacia el totalitarismo (véase Gentile, La vía italiana al totalitarismo). De hecho, el fascismo italiano surge antes del auge de la industria en ese país, por lo que no es aplicable, en su inicio, el conflicto social derivado de las cadenas fabriles o el intento de convertir al proletario en un complemento de dichas cadenas (véase E. H. Sandoica, Los fascismos europeos), a diferencia de la plena industrialización de la sociedad alemana donde nace el nacionalsocialismo, precisamente de la mano de un cerrajero del sector ferroviario.

Si bien la amalgama aparentemente inconexa que compone, en sus albores, tanto al fascismo italiano como al nacionalsocialismo alemán, conllevará en ambos no pocos problemas tras la toma del poder, existe una diferencia de grado entre uno y otro. El escaso tiempo entre la fundación del PNF y su marcha sobre Roma impide en el caso italiano una necesaria etapa de identificación entre movimiento y partido que obliga a Mussolini a llevar a cabo una política de apaciguamiento entre los diferentes sectores, lo que le proporciona un desgaste de su posición como restaurador de una autoridad que era sentida como necesaria. En cambio, en el caso alemán, no sólo el mayor esfuerzo realizado para alcanzar el poder permite una serie de escisiones, de domesticaciones o de conveniencias una vez visible el caballo ganador, si no que además incluye un poso cultural, un ambiente social, un movimiento propio que hoy pueda ser contemplado como pre-movimiento nazi, el volkisch, el cual es hábilmente utilizado para encauzar la energía propia del miedo a la desintegración, de la desorientación propia de una época más afectada por el cientifismo que por el progreso en sí, de la humillación de una nación poderosa en Versalles, hacia un objetivo no menos difuso, no menos heterogéneo que el propio movimiento, ni menos identificado pese a la aparatosidad de los términos judeobolchevique y criminales de noviembre. Desde el momento en que el fascismo es utilizado en Alemania de manera que la violencia otorga el prestigio a quien la perpreta, cuya acción no sólo queda legitimizada como recurso, si no como derecho y deber proteccionista del sentimiento hacia la nación como contenedora de una cultura, de una raza y de un orgullo de pertenencia a estas, cabe hablar de nacionalsocialismo. Y es el mayor tejido cultural, industrial y político, precisamente, el que lubrica la superficie social por la que se desliza el movimiento en su expansión. El cientifismo usado como explicación, la más dura competencia política, especialmente en el mundo fabril y debido a su mayor implementación, el reducto cultural en una sociedad más culta y por tanto confiada en su capacidad, así como el proceso de definición que atraviesa el NSDAP en su carrera, mucho más larga y sufrida, hacia el poder, aportan los ingredientes que desmarca al nacionalsocialismo del modelo italiano, conformándole como régimen más totalitario en cuanto a tecnocrático, dogmático y agresivo.

En mi opinión estos son los ingredientes y diferencias básicas del y entre el fascismo y el nacionalsocialismo. La Gran Guerra afectó a todas las naciones y movimientos, pero lo que realmente permitió a un movimiento tan confuso dada su juventud, y darle el poder pese a esta, fue, más que la afectación por la guerra, la posibilidad de perpetuarla por medio del uso de la milicia, la escuadra o la liga patriótica. La guerra no era el fin de una época, una visión más cercana al marxismo, si no el medio de corregir la política. El soldado no era la herramienta del mundo capitalista próximo a su fin, era el verdadero político, el que realmente había luchado y sufrido, el que tenía derecho a concebir la política. La siguiente generación, la que no había vivido la trinchera, se embebería y desearía la misma sensación de camaradería que parecía haberse evaporado en la tensión política del momento entre la derecha tradicional y la izquierda revolucionaria, tensión que no sólo no hacía justicia a ese sacrificio de sangre vertida, si no que lo traicionaba dejando al país sumido en un caos doctrinal que, se sentía, precisaba de una corrección.