Publicado: Dom Sep 23, 2007 11:47 pm
por Blue Max
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[ Como si de un milagro se tratase recibimos la noticia de que un JU 52 había aterrizado en el eje Este - Oeste para sacarnos a von Greim y a mí de Berlín. Rudel, que se encontraba en Rechlin también llamó desde la última línea que quedaba disponible para comunicarnos la llegada del avión, pero Greim rechazó salir del búnker.

Era el segundo día de nuestra estancia en el búnker, cuando Hitler nos hizo llamar a su despacho. En aquélla ocasión su aspecto era peor incluso que el que tenía el día que llegamos, más pálido, encorvado y envejecido, habían pasado unas horas pero parecía como si para él hubieran sido años. Me dio dos cápsulas de veneno para que, según sus palabras, tanto Greim como yo, según las circunstancias tuviéramos la más absoluta libertad de obrar y decidir al respecto. Después me dijo que tanto él como Eva Braun habían tomado la decisión de "salir de esta vida libremente", en el caso de desaparecer la última posibilidad de esperanza, el auxilio del General Wenk.

Creo que, aunque su última esperanza se hubiera hecho realidad, y el auxilio de Wenk hubiese llegado a Berlín, las fuerzas de Hitler en aquél momento no eran suficientes como para poder seguir viviendo. De hecho, cualquiera de las posibilidades que se le ofrecían para tratar de salvar su vida, tanto el aterrizaje y puesta a disposición del Ju 52 como de un Arado 96 en el Eje Este/Oeste, las rechazaba como algo indiscutible. Lo único que le mantenía vivo era pensar que su permanencia en Berlín al menos serviría de incentivo a los soldados para mantener la lucha. Entonces llegó la peor de las noticias. Era la noche del 28 al 29 de abril; tras un intensísimo ataque ruso sobre la propia Cancillería, los rumores se confirmaban: el ruso había llegado ya al principio de la WilhelmStr. y alcanzado el Postdamer Platz.



Poco después de la medianoche Hitler entró en la habitación de von Greim a quien yo acompañaba y curaba de sus heridas. La cara del Führer no podía ser más blanca, era la imagen de un cadáver. Llevaba un mensaje radiado en su mano y un mapa. Se dirigió a von Greim: "Ahora también me ha traicionado Himmler. Ustedes dos tienen que salir del búnker lo más rápido posible. He recibido la noticia de que los rusos quieren ocupar la Cancillería durante la mañana". Mientras decía esto desplegaba el mapa, y continuó diciendo: "Si con un bombardeo pudiéramos exterminar las posiciones enemigas en las calles dirección a la Cancillería, podríamos ganar al menos 24 horas y dar así la posibilidad al General Wenk de llegar a tiempo aquí. En Potsdam ya se escucha la artillería alemana". Después nos indicó que un Arado 96 había podido entrar y aterrizar en el Eje y se encontraba aún intacto y a nuestra disposición.

Yo no entendía ni sabía nada de cuestiones de orden militar pero, en aquél momento pensar seriamente en una liberación, tal y como hablaba Hitler, se me antojaba algo imposible. Recordaba las imágenes que habíamos visto durante las últimas semanas por toda Alemania; carreteras y caminos llenos de refugiados huyendo, atascados con el reflujo de las tropas; las noches de bombardeos interminables y por último los continuos ataques sobre la Cancillería desde hacía varios días. De modo que mi opinión era que Wenk en cualquier caso no podría ayudarnos.

Pero incluso en tan dramática situación, el mundo de las ilusiones aún no se había desmoronado por completo. Llorando la Sra. Goebbels me rogó que no dejáramos sin intentar hasta la última posibilidad para lograr la salvación. La responsabilidad moral de Greim como soldado estaba por encima de todo, por lo que nos dispusimos a prepararnos.

Hitler estaba en la sala de mapas. Me despedí de él con un apretón de manos. No encontraba palabras, ¿qué podía decirle en tal situación?, le miraba mientras él con voz apagada, casi inaudible dijo: "que Dios le proteja". La Sra. Goebbels, a quien durante aquéllos días vi como un ejemplo de serenidad en medio de aquél caos, me dio una carta para su hijo, habido de su primer matrimonio. Los niños estaban ya durmiendo, y hubiera querido poder verlos una vez más.


Salimos del búnker. Oberst. von Below nos acompañó a Ritter von Greim, que a duras penas se sostenía sobre dos muletas y a mí. A medida que ascendíamos por las escaleras el olor a humo, quemado y azufre se hacía el aire irrespirable; del mismo modo el polvo y el humo hacía prácticamente imposible ver algo más allá de un metro. Precisamente, en el momento en que salíamos de nuevo a la superficie se produjo un pequeño alto de fuego. Salimos a la VossStrasse, el cielo era un mar de llamas amarillentas y rojizas. En la puerta nos recogió un blindado. Comenzamos a recorrer sobre un mar de ruinas y escombros lo que antes había sido la avenida. El silbido de las granadas y los ruidos de las explosiones llenaban el aire, haciendo temblar el suelo mientras el humo y el fuego subían hacia el cielo.

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