Publicado: Mar Sep 21, 2010 8:11 pm
por Bitxo
Yo discrepo de que la línea entre genocidio y las otras dos categorías de crímenes aquí vistas sea tan fina. Cuando dos naciones entran en guerra -y máxime en guerra total- es lógico el odio nacional hacia la otra parte. Pero ese odio que podría aparentar causa de genocidio no es fruto de una manera de pensar o ideología, sino de una situación dada y, por tanto, limitada en el tiempo. Como ya se ha dicho, el fin de los Aliados no fue el aniquilamiento de los alemanes como tales -de hecho las fuerzas de ocupación no se dedicaron al exterminio y los prisioneros de guerra, durante esta, no fueron tampoco asesinados en los campos de concentración-, sino su derrota.

Por otro lado podría ser que para alguno la interpretación, en este caso que nos ocupa, de crímen de guerra es vista como sólo crímen de guerra. Resultaría otro equívoco. Un crímen de guerra es tan reprobable como su magnitud y la campaña de bombardeo estratégico excede incluso los límites de los más tolerantes, aquellos que la justifican como un medio necesario para evitar un mal mayor -precisamente el genocidio practicado por los nazis- pese, para mayor acaloramiento, de las serias dudas acerca de su efectividad real y pese a que la guerra no se libró por una causa ideológica ni tampoco por aliviar a los grupos afligidos, los cuales ya eran perseguidos con anterioridad. Supongo que esta falsa imagen de lo que es un crímen de guerra se genera por la vastedad del término, donde entran desde aquellos crímenes considerados como inevitables en toda guerra, hasta aquellos que horrorizan a cualquier alma digna de pertenecer a un ser humano.

Sin embargo, es necesaria y justa la distinción. Y lo es porque si ya resulta indignante que el odio pueda ser tal que genere cierto tipo de acciones, lo es más si el odio nace de una sinrazón tan caprichosa como perversa. Hacía falta odiar al enemigo en una guerra total para arrojarles bombas incendiarias sobre sus viviendas. Pero hacía falta odiar a la Humanidad para pretender eliminar sistemáticamente y sin mayor motivo a varias de sus facetas.

Con todo, considero que hay otro motivo para la confusión. Las personas de bien somos más proclives a tasar la bondad que la maldad. Si un ciudadano que tiene 100 barras de pan le da una a un hambriento, le consideramos una buena persona. Pero si quien se la da tiene sólo dos, lo consideramos un santo. En cambio, ante aquello que nos horroriza, tendemos a homogeneizar quizás por un acto reflejo a cuanto nos repele. Ciertamente, la magnitud de algunos crímenes escapa a nuestra comprensión si no se efectúa un exámen profundo y detallado. De ahí la importancia de aquellos juristas que, con sus trabas, como las injerencias políticas o todo aquello que participe en el juego de intereses, han ido definiendo y penando todo tipo de acción desmesurada.