Publicado: Mié May 27, 2009 12:54 am
por grognard
Al respecto de lo ocurrido en Kondomari en particular, y sobre la política de represalias de los alemanes, he encontrado lo siguiente en "Creta, la Batalla y la Resistencia" de Anthony Beevor.

En el breve lapso de silencio que siguió al final de la batalla muchos cretenses se irritaron por la incompetencia británica y por su negativa a entregarles armas. Este estado de ánimo no duró mucho. El odio al invasor y, por lo tanto, la afinidad con los aliados, fue pronto atizado de nuevo por las represalias alemanas.

El resentimiento germano era intenso, especialmente entre los soldados rasos, como tan a menudo ocurre. La Wehrmacht acababa de sufrir sus mayores pérdidas desde el estallido de la guerra. El orgullo dolido fue avivado por la rabia de que tantos de sus mejores soldados hubieran sido asesinados antes incluso de llegar a tocar el suelo. En cierto sentido, pensaban que los británicos los deberían haber dejado aterrizar. Pero eso no fue nada en comparación con su enojo ante la resistencia de los civiles cretenses armados, a los que miraban con desprecio y repugnancia.

Al integrarse en su regimiento, cada paracaidista recibía un ejemplar de los “Diez mandamientos de la división de paracaidistas”, del general Student. El noveno decía lo siguiente:
“Contra el enemigo regular hay que luchar con caballerosidad, pero a las guerrillas no debe dárseles cuartel”. Esta sentencia refleja una actitud muy germánica en relación con las normas de la guerra: solo debe permitirse combatir a los guerreros profesionales. Y, en Creta, los paracaidistas se habían topado con una resistencia popular sin precedentes en la historia de la Wehrmacht.

Las bajas excesivamente elevadas de la división de paracaidistas pronto empezaron a justificarse con historias enloquecidas en las que brujas cretenses con cuchillos de cocina rebanaban el cuello de los paracaidistas atrapados en los árboles, y bandas ambulantes de civiles torturaban a los soldados alemanes heridos que yacían inermes sobre el campo batalla. En cuanto estos relatos llegaron a Berlín, Goering ordenó a Student que abriera de inmediato una encuesta judicial y desencadenara represalias. Siguiendo una tradición típicamente nazi, las represalias se produjeron antes de que los doce jueces militares tuvieran tiempo de comunicar sus conclusiones.

Las primeras declaraciones juradas se tomaron el 26 de mayo y el proceso judicial duró tres meses. El juez Scholz, en un informe preliminar datado el 4 de junio, escribe que:
“Muchos paracaidistas fueron objeto de un trato inhumano o mutilados” y que “Los civiles griegos participaron en la lucha como francotiradores”. Más tarde, después de un análisis más atento, el juez Rüdel sólo pudo dar cuenta de unos veintiséis casos de mutilación en toda la isla, y casi todos ellos se habían producido con absoluta seguridad después de la muerte. Pero el general Student ya había dictado, el 31 de mayo, la orden siguiente:

    Está probado que la población civil, incluidos mujeres y niños, ha participado en la lucha, cometido sabotajes, mutilado y matado a soldados heridos. Por lo tanto, ha llegado el momento de combatir todos estos casos, emprender represalias y expediciones punitivas, que deben realizarse con un terror ejemplarizante.
    Deben tomarse las medidas mas duras. Ordeno lo siguiente: fusilamiento en todos los casos en que haya pruebas de crueldad y deseo que lo lleven a cabo las mismas unidades que padecieron esas atrocidades. Se adoptaran las siguientes represalias:
    - Fusilamiento
    - Multas
    - Destrucción total de las aldeas por el fuego
    - Exterminación de la población masculina del territorio de que se trate.
    Será necesaria mi sanción para ejecutar las medidas 3 y 4. Pero todas las medidas deberán adoptarse con rapidez y haciendo caso omiso de cualquier formalidad. En vista de las circunstancias, las tropas tienen derecho a que así sea y no es necesario que los tribunales militares juzguen a bestias y asesinos.

Cuando se dictó esta orden, varios oficiales protestaron contra la ejecución indiscriminada de civiles. El comandante Conde con Uxküll, jefe del estado mayor de la división de paracaidistas, no tuvo miedo al denunciar este plan y se dice que, cuando se le anunció, salió hecho una furia del salón de conferencias, seguido por otros oficiales (*). El coronel Bruno Bräuer, que más tarde se convertiría en el comandante general de la guarnición de Creta, se reía de las historias de tortura, tachándolas de invenciones.

Como era inevitable, unos pocos oficiales sí estaban dispuestos a dirigir los pelotones de ejecución. En Kondomari, donde se fusiló a unos sesenta civiles, el pelotón fue dirigido por el teniente Horst Trebes, que había participado en la operación de captura de la colina 107, liderada por el doctor Neumann. Trebes, antiguo miembro de las juventudes hitlerianas, estaba sediento de sangre: era el único oficial de su batallón que había sobrevivido ileso. (A Trebes le llegó la muerte tres años después, en Normandía, cuando estaba al mando de un batallón de paracaidistas.) Pero Franz-Peter Weixler, el periodista que había sobrevivido al accidente de su planeador, fue enviado ante un Consejo de guerra y encarcelado por ayudar a un cretense a escapar y por tomar fotografías de las ejecuciones.

Un doctor militar alemán enviado a investigar las acusaciones de mutilación en Kasteli Kisamu, donde el destacamento del teniente Mürbe había sido prácticamente aniquilado, informó de que las tropas alemanas habían ejecutado a doscientos hombres civiles debido a los rumores sobre mutilaciones. (Según el juez Rüdel, en esa aldea se habían producido seis a ocho casos, el número más elevado de toda la isla). Las aldeas de Kakopetro, Floria y Prases también sufrieron represalias. La comandancia alemana posterior, menos severa, dirigida por el general Bräuer, tiene constancia de la ejecución de un total de 698 supuestos francotiradores y ciento ochenta hombres que entraban bajo la rúbrica del general Student “Exterminación de la población masculina del territorio de que se trate».

El 3 de junio, Kándanos pagó el precio de resistir al avance de los destacamentos de infantería motorizada que se dirigían a la costa meridional.
“Este es el emplazamiento de Kándanos —rezaba el cartel plantado en aquel lugar devastado—. Fue destruido como represalia por la muerte de veinticinco soldados alemanes”. Y, el 1 de agosto, una expedición punitiva al sur de Canea —la ”Acción especial n.° 1”— destruyó más aldeas, incluidas Alikianós, Furnes y Skenés. Se fusiló a 145 hombres y dos mujeres más, la mayoría de Furnes. Pero la mayoría de las ejecuciones concluyó antes del 10 de junio, cuando el Departamento de Estado de Washington comunicó a la Embajada británica la intención de Berlín de someter a juicio a los prisioneros británicos y cretenses por las atrocidades cometidas contra los paracaidistas alemanes. El mensaje decía que “parece necesario tomar algunas medidas punitivas, al menos contra los cretenses, en nombre de las tropas paracaidistas”.

Agatángelos Xirujakis, obispo de Kidonía y Apokororonas, trató de persuadir al general Waldemar Andrae, que sustituyó a Student al mando de la isla, de que su política no serviría más que para potenciar el baño de sangre en ambos bandos. Andrae “estaba de acuerdo”, dice el informe elaborado por su sucesor, el general Bräuer, “pero antes quería hacer una demostración de fuerza, para que su gesto no se interpretara como un indicio de debilidad. Esta demostración de fuerza se llamó ‘Iniciativa de la Liga de Naciones’”.

Sin embargo, esta operación de nombre tan poco oportuno, más que una exhibición de poderío, tomó la forma de una nueva expedición punitiva. El 1 de septiembre, “un regimiento reforzado [presumiblemente de unos dos mil hombres] de tropas alemanas rodeó la llanura de Omalos, en las Montañas Blancas, aproximándose por varios frentes simultáneos. Encontraron una resistencia esporádica, pero no una guerrilla verdaderamente organizada. Las bajas que registraron los alemanes se limitaron a un muerto y dos heridos. La población tuvo que plegarse a las pesquisas de los tribunales expedicionarios, que decretaron la culpabilidad de ciento diez hombres, incluidos 39 civiles y seis miembros del personal militar británico; todos se exponían a la pena de ejecución sumaria por conato de resistencia (**). Los mandos alemanes consideraron que la expedición había sido un éxito total, porque había dado a la población la impresión de que, incluso en las zonas más remotas, resultaba imposible escapar a la disciplina de los conquistadores”.

(...) La máquina de propaganda alemana pronto cambió de dirección. La edición inglesa de la revista Signal mostraba fotografías de paracaidistas rodeados de niños cretenses, con comentarios como: “Pese a la dureza de la batalla, no hay resentimiento en Creta”.

Pero para los cretenses, el odio del enemigo era tan intenso que en ocasiones llegó a extremos irracionales. Incluso después de la guerra, los tractores y una apisonadora de vapor utilizados en la llanura de Omalos para construir una aeródromo fueron destruidos por la sencilla razón de que eran alemanes.

* Con todo, no se sabe con certeza si esa reunión llegó a celebrarse. El barón von der Heydte, un amigo de Uxküll, no la recuerda.
** De los 1.135 cretenses ejecutados desde el inicio de la invasión hasta el 9 de septiembre de 1941, sólo 224 habían sido condenados por un tribunal mililtar.


Fuente: Creta, la Batalla y la Resistencia. Anthony Beevor. Editorial Crítica S.L. 2006