Publicado: Mié Feb 25, 2009 5:06 am
por Capitan Miller
Concidiendo con Bitxo, las reglas de la guerra deben existir no sólo para matarnos dentro de un orden sino también para saber diferenciar entre hechos inevitables de la guerra y carnicerías.

Hasta hace cuatro días históricamente hablando, lo más normal cuando una fortaleza o ciudad (con sus civiles y todo) no aceptaba las ofertas de "rendir la plaza", era que el ejercito sitiador, una vez abierta brecha en las defensas enemigas, pudiera darse al saqueo sin mayor preocupación. El término "saqueo" debe aplicarse en este caso no sólo a haciendas, sino también vidas; las masculinas pasadas a cuchillo y las femeninas violadas, y a veces también pasadas a cuchillo, pero después. Una referencia cercana en el tiempo y en nuestras carnes es, por ejemplo, lo sucedido en Badajoz en 1812 cuando fue "liberado" por las tropas del Duque de Wellington. Si saquear una población está muy mal visto, aún es peor cuando los saqueados son al mismo tiempo tus aliados, osea, los que hasta hacía un rato sufrían la opresión del invasor francés y marcaban en el calendario los días que faltaban para que llegaran los ingleses y los portugueses. Ya no se trata sólo de que no valga todo, sino que además hay cosas que van contra los principios más elementales no ya de la humanidad, sino también de la política, como es ese que dice que al aliado hay que darle por saco lo justo para que no se note, y con cariño. Por tanto es necesario, si no humanitario, el establecer unas leyes mínimas de la guerra, aunque sólo sea para hacer amigos, y no enemigos que al cabo de unos años estén locos por darle al gatillo y empezar otra fiesta. Algo, por poco que sea, hemos mejorado en ese sentido. Pero sólo lo justo.

Otro ejemplo claro y más reciente son dos de las tantas muestras de salvajismo que se dieron en la Guerra de los Balcanes, o de la Ex-Yugoeslavia, como más guste llamarla (a mi, personalmente, me gusta llamarla Aquella Degollina de los 90 en Yugoeslavia). Algunos de los que ahora participais en el foro no habiais nacido todavia, otros sí pero ni os acordaréis, y algunos intentábamos no atragantarnos con los telediarios del mediodía o con las portadas de los periódicos. Aquello fue una de las muestras más palpables de que no todo vale, de que si unos hasta ayer vecinos quieren hoy, de repente, tantearse las entrañas a golpe de bayoneta, ciertas cosas sobrepasan hasta los horrores típicos de una guerra. No voy a extenderme, porque tampoco viene al caso forzar la suerte, pero como muestra de asuntos sucedidos en poblaciones civiles puede bastar con dos ejemplos: Srebrenica y el mercado de Sarajevo.

En Srebrenica, desde 1992 y hasta la masacre de Julio de 1995, y en otras poblaciones de Bosnia, sucedieron cosas que no se habían vuelto a ver en Europa desde los años más oscuros de los Einsatzgruppen en Polonia y Rusia, e incluso en algunos aspectos se vieron cosas peores ya que los SS no tenían por costumbre violar a las judías con independencia de su edad o condición física antes de pasar al recurrente tiro en la nuca. Creo que nadie que no esté dispuesto a competir con Hanibal Lecter en grado de ausencia de empatía, o cuyo espíritu pueda ser tan contaminable por el odio como el de aquellos escuadrones de la muerte puede opinar que, bueno, sí, que se le va a hacer, pero son cosas de la guerra. No, no son "cosas de la guerra", no hace falta una guerra para ser un consumado asesino de padre de identificación dudosa salvo prueba de ADN. Una guerra no necesita que se asesine a todos los habitantes masculinos de un pueblo, ni que se viole a las mujeres y niñas para asegurar un futuro racialmente "apto". No creo que ninguna guerra necesite algo así.

En Sarajevo, aquella mañana del 5 de Febrero de 1994, los morterazos serbios comenzaron a caer en el mercado de Markale. Un mercado. No un cuartel, o unas trincheras, o un depósito de municiones, ni siquiera una estación de tren, un aeropuerto, o una central eléctrica. Un mercado. Los humanos tienen la mala costumbre, incluso en guerra, de ser animales de eso, de costumbres, y si algo es un mercado sigue siéndolo, aunque lo que se puedan comprar para comer sean cuatro cosas y deprisa antes de que se acaben. Pues bien, en aquella mañana, en una demostración de que un objetivo civil no solo puede sino que debe ser un objetivo militar, murieron 68 civiles, y más de 200 resultaron heridos. No iban armados, iban a comprar, o cambiar, algo que llevar a sus casas para comer, pero no sabían que aquel día eran objetivos militares. Hay que tener mala suerte, joer, que siempre les toque el peor baile a los mismos. Ni Milosevic, ni Karadzic, ni Tujman ni Izedbegovic estaban en Markale comprando y, lógicamente, no sufrieron la metralla de los proyectiles, igual que tampoco tenían que esconderse de francotiradores ni bajar a un miserable refugio cada vez que la artillería daba las horas en Sarajevo. Hay civiles y civiles, no vayamos a confundirnos.

Ahora, sí queréis, no hay problema en traspasar los sucesos de Sarajevo y Srebrenica a lo sucedido en decenas y decenas de lugares de Europa y Asia durante la SGM. Tan sólo se trata de un salto temporal, ya que el nivel de crimen puede ser igualado e incluso superado sin ningún esfuerzo. Podemos seguir dándole vueltas, si está justificado, si estratégicamente es bueno, malo, o regular, o si es sencillamente algo implícito a nuestra violencia innata de mamíferos superiores. Lo que no creo que se pueda ni se deba discutir, no ya defender, es la tesis de que determinadas decisiones eran las que había que tomar, o que es muy fácil juzgar a toro pasado, o cualquier otra excusa más o menos creible, más o menos disfrazada para justificar la muerte de cientos de miles de civiles desarmados en bombardeos indiscriminados. Me da igual si eran alemanes, belgas, japoneses, yugoeslavos, rusos o samoanos, porque el grado del crimen no depende de quien tira las bombas, o de la causa que defiende.

Tampoco eso llamado obediencia debida justifica nada, si acaso justifica al piloto que se sube al avión y cumple la orden, el último engranaje del mecanismo que se tiene que enfrentar a la alternativa del bombardeo o del consejo de guerra y la probable ejecución. Pero entremedias del general de división o del político que idean el plan y el piloto hay muchos escalafones que pueden tener algo que decir al respecto. Pero claro, es muy fácil no poner ninguna pega al plan del jefe, decir que sí a todo y ver como las posibilidades de promoción crecen como la espuma. Siempre es mejor eso a quejarse y terminar la carrera de coronel en Alaska o de burócrata gris en un ministerio de tercera categoría. Y es que esos, los que ponen en marcha la gloriosa campaña de bombardeo de civiles, o de limpieza étnica, o de la burrada que toque ese día, rara vez son bombardeados o "reasentados", y cuando llega el día de la regularización de saldos siempre suelen tener, salvo excepciones, la ocasión de desaparecer discrétamente de la historia o morir de vejez en su cama.

Así que no, no me digais que la guerra es así, o que a fin de cuentas una muerte o varios miles es sólo cuestión de números. La guerra en si misma no es nada, lo somos nosotros, los humanos que la crean y la hacen quienes podemos llegar a ser todo lo terribles que requiera la guerra e incluso todavía más, y también estar por encima de ella en grado de humanidad como demuestran honradísimas excepciones. Los griegos, listos como ellos solos para casi todo, tenían la costumbre de que la batalla terminaba en cuanto una de las dos formaciones flaqueaba. Bien, sí, desde el inicio hasta el final del combate la cosa se saldaba con el número correspondiente de muertos en función del número de participantes, pero no hacía falta seguir hasta exterminar al último de los combatientes enemigos ni después marchar sobre sus ciudades y arrasarlas. Está claro que desde los griegos hemos perdido mucho, Biblioteca de Alejandría por medio.

Y el número de muertos sí importa, claro que importa. Puede ser la cruel diferencia entre un accidente o una masacre sistematizada con independencia de que tenga su origen en una doctrina política o en una doctrina militar. Para mi, la gran diferencia entre Auschwitz y Dresde o Tokio es que en ninguno de esos bombardeos latía el propósito de exterminar al pueblo alemán o japonés hasta el último de ellos, y es una diferencia importante que no debe ser olvidada. Pero por desgracia los muertos no conocen de diferencias, ni políticas, ni estratégicas, entre el Zyklon B o una bomba revientamanzanas. Eso es lo terrible y es lo que creo que no debemos olvidar para nunca llegar a parecernos a los que en su día justificaron ambas cosas.

Saludos.