Publicado: Lun Oct 27, 2008 4:19 pm
por Bitxo
A mí me parece que no hay que confundir comprender con justificar. Comprender sirve para evitar que vuelva a suceder. Justificar lo contrario.

De todos los crímenes que perpretara el RKKA, este de las violaciones es el que más vergüenza provoca en los frontoviki: el cómo lograron reconvertir a un Ejército glorioso en una horda salvaje capaz de empañar el mérito de la victoria. Ningún veterano soviético que participara, siquiera como espectador, te hablará de ello. Es un tema tabú. Es una vergüenza. Pero de igual manera que tratamos de entender los mecanismos que permitieron unos crímenes, no veo por qué debamos ser menos juiciosos con otros. Existieron varios problemas de fondo y varios catalizadores y sería una pena que no los recordásemos, entre otras cosas porque este tipo de crímenes han vuelto a suceder y, me temo, volverán a suceder.

El odio hacia el invasor alemán es un tópico a la hora de tratar el tema. Sin embargo el odio se puede expresar de muchas maneras y no necesariamente contra las mujeres. El odio es, pues, un catalizador y no un problema de fondo. Podríamos decir que el odio resulta más fácil desahogarlo contra los sectores más débiles de la sociedad, pero por ejemplo los niños solían ser apreciados hasta el punto que las madres con niños podían salvarse de la violación. Por otro lado, fueron muchas las mujeres soviéticas que sufrieron la misma suerte, y no ya prisioneras supuestamente "contaminadas" o "traidoras", sino mujeres soldado del propio RKKA.

El alcohol es otro tópico contemplado, pero un borracho puede dedicarse a otras muchas cosas que a violar. El alcohol también es un catalizador y no un problema de fondo. Es, si acaso, el máximo exponente del problema de fondo: la ruína moral.

La URSS combatió hasta la extenuación y lo hizo tras extenuarse con una revolución, una guerra civil y una carrera hacia adelante que suponía la aceptación de un régimen que anteponía el valor de la sociedad all valor del individuo. La incautación de grano y el hambre consecuente, o el fin de unas tradiciones que, mejores o peores, eran el sustrato social de una economía agraria reconvertida a marchas forzadas en otra industrial y proletaria, son tan sólo el primer capítulo de la agonía que sufriría el soviético hasta convertirlo en un ser embrutecido.

La guerra no sólo conllevó a la destrucción de las familias a causa de su inaprensible mortandad provocada por, otra vez, el hambre o las muertes en combate; sino que destruyó de otro modo a aquellas familias que aún podían contar con un padre y una madre. La esposa que había quedado tras las líneas enemigas se había visto obligada a cooperar de cualquier manera con el invasor. La que había quedado en retaguardia se había visto obligada a esclavizarse en el campo o en la fábrica y a perder su femeninidad, de igual manera que el marido regresaba con, al menos, taras mentales, sino lisiado e inútil para las durísimas condiciones de vida. La destrucción en la familia soviética por estas causas no resulta menos devastadora que la provocada por el enviudamiento.

La sociedad soviética pretende cambiar demasiado rápido, dada la revolución doctrinal, y promete unas igualdades imposibles en cuanto se contempla la falta de sustrato donde deben asentarse sin darse tiempo siquiera a preparar una base para ello. Las costumbres o los modos no han podido variar y, en cambio, se han visto azuzadas por la revolución, la tiranía y la guerra. El soldado está demasiado tiempo en el frente y cuando regresa se pregunta si su mujer aún lo amará. ¿Habrá podido resistir la tentación de venderse a los alemanes, tal y como ha visto conforme recuperaba el terreno perdido? ¿Habrá sabido esperarle sin buscar el consuelo de otro hombre mientras él arriesgaba su vida en el frente por aquello llamado Patria y Victoria? ¿Será capaz de amarle cuando está lisiado, embrutecido y alcoholizado por la guerra? Este tipo de preguntas y las respuestas encontradas no harían más que alimentar la misoginia ya bien asentada en el hombre soviético: la mujer se ha visto igualmente atrapada en la vorágine de la guerra, pero la mujer no ha sufrido la guerra como el soldado que ha arriesgado su vida. La decepción ante todo aquello que deben prometer los conceptos Patria y Victoria es un problema de fondo. La revolución acelerada en una sociedad rural y mayormente analfabeta es otro problema de fondo. La guerra, el odio derivado, el acoholismo derivado..., son catalizadores para que el frontoviki azuzado por la propaganda desahogue su ira contra las mujeres que encuentra a su paso.

Para Stalin es todo un regalo. Él teme al ivan victorioso. La propaganda no puede disimular que la victoria no ha sido un producto de los graves errores del régimen. Todos saben que el régimen, pese a su tiranía y sus errores, ha sobrevivido gracias al sacrificio del pueblo. Sacrificios que no pueden ser premiados no ya por la destrucción material y moral provocada por la guerra, sino porque el dictador lo último que desea es una relajación del régimen. El soldado soviético, sumido en una agonía moral que no puede resarcir porque su sustrato ha sido destruído, imposibilitado para legitimizar una mejora de sus condiciones de vida, caerá en la tentación de legitimizar el crímen con el que busca el desahogo. Y luego callará porque ya no es un soldado victorioso, sino un paria repudiado en su casa, si es que aún la tiene, porque su mujer ha salido adelante sola, porque una mujer se ha casado con él porque cobra una paga por lisiado de guerra, o porque ambos han sufrido demasiado como para recuperar la confianza necesaria.
Sus violaciones se reiterarán para mayor gloria de Stalin, el gran vencedor. Sus agresiones sexuales no buscan un placer inmediato, pues son perpretadas incluso en ancianas. Son la expresión de la carencia absoluta de la victoria para el soldado. Todo ha sido por la Patria y por Stalin. Al soldado no le queda más que la miseria como recompensa por perderlo todo. De semejante ruína moral no puede esperarse nada bueno.