Publicado: Lun Oct 27, 2008 3:52 am
por grognard
En el libro de Beevor se dan datos escalofriantes acerca de la política de violación sistematizada de la mujer alemana por parte de los soldados del Ejército Rojo. No es el tema principal del libro, ya que éste trata sobre todo el proceso que lleva a la conquista de Berlín, pero sí señala, sin pelos en la lengua, que aproximadamente 1 millón de mujeres alemanas (y también eslavas, prisioneras o trabajadoras en Alemania) fueron víctimas de estos crímenes. Lo curioso del caso (no recuerdo si leído en Beevor, aunque sí me consta que en este Foro, en otro hilo) es que no eran las tropas de primera línea, los combatientes "directos" quienes se ensañaban con las mujeres, sino los de segunda línea y las unidades auxiliares.

Independientemente de ese detalle, no es de extrañar el comportamiento de las tropas rusas, sometidas a la presión externa (los restos del ejército alemán) e interna (el trato que les daban sus propios mandos y sobre todo los comisarios políticos), azuzados por discursos del tipo de los de Ilia Ehrenburg ("Matadlos hasta en el vientre de sus madres"). No es una justificación. Ninguna violación la tiene. Crímenes como éste no deben quedar en la oscuridad.

Sin embargo, a día de hoy, no es posible, creo, juzgar a nadie por ellos. En todo caso, ¿a quién juzgar? ¿A los soldados siberianos, analfabetos, ignorantes y animalizados a los que lanzaron casi a pecho descubierto frente a las ametralladoras alemanas? ¿A los altos jerarcas del Politburó que los incitaron? ¿A los mandos superiores del Ejército Rojo que los toleraron? ¿A los oficiales y comisarios políticos que miraron para otro lado y que incluso los jalearon? ¿A la barbarie nazi que los originó, como venganza a las brutalidades cometidas sobre los mujiks?

Hoy día, casi 70 años después, no creo que queden muchos supervivientes de aquellos momentos. Sería absurdo querer someterlos a juicio. Pero no hay que olvidar lo sucedido. La URSS no existe ya, pero sus herederos, al menos, deberían pedir perdón por lo que sucedió en aquel momento. Es un triste consuelo, lo sé, pero aunque triste, es un consuelo, o al menos el reconocimiento de que nadie, absolutamente nadie, terminó la guerra con las manos limpias de sangre derramada. Y el Ejército Rojo, quizás, menos que algunos otros.